«Springsteen había elegido en un primer momento una imagen en la que aparecía él solo bajo las sombras de la escalera de incendios, lo que coincidía más con su idea de una foto de autor seria»
Xavier Valiño nos cuenta todo lo que hay que saber sobre la gestación de una de las portadas más emblemáticas del rock, la de «Born to run», de Bruce Springsteen, el disco que propulsó su carrera.
Una sección de XAVIER VALIÑO.
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Fotógrafo: Eric Meola.
Diseñadores: John Berg y Andy Engel.
Fecha de edición: 25 de agosto de 1975.
Discográfica: Columbia.
Productores: Bruce Springsteen, Mike Appel y John Landau.
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Cuando Clarence Clemons falleció el 28 de junio de 2011, la E Street Band dejó de existir tal y como se la conocía. Al cesar el sonido de su saxofón, no solo desaparecía el Hombretón (Big Man) del grupo, sino que parte de su espíritu se iba con él. Clemons era, después de Bruce Springsteen, quien más aplausos recibía en los conciertos del grupo. Era el más apreciado por el público, por sus colegas y por sus compañeros. Tenía, además, una relación muy especial con Springsteen, tanto que el cantante, guitarrista y compositor de Nueva Jersey quiso que quedase claro en la sesión que daría lugar a la portada del álbum que le dio a conocer en medio mundo, «Born to run».
Esa camaradería ha quedado para la posteridad gracias a una fotografía de Eric Meola. No se necesita nada más que verla una única vez para entenderlo. Todo está dicho ahí, en ese afortunado retrato que surgió casualmente y que bien pudo no haber llegado a aparecer ilustrando el frente de aquella cubierta. Ahora es parte de su contenido, parte de la historia de una banda, parte de una forma de entender la música.
Bruce Springsteen había editado ya dos discos pero no había conseguido más que un limitado círculo de seguidores y una buena acogida entre la crítica. Con «Born to run» se lo jugó todo a una carta. Aquel disco que quería que sonase como “Roy Orbison cantando con Bob Dylan y Phil Spector en la producción” fue su primer gran éxito. Con una intención tan clara, la portada que lo identificase tampoco podía ser cualquier cosa. Pero había un problema: Bruce Springsteen no se sentía cómodo posando ante una cámara.
A pesar de ello, se decidió que se intentaría tomarle una instantánea en un estudio. No estaba claro que fuese a salir bien, hasta que apareció Eric Meola. Predestinado a seguir la carrera médica familiar, Meola vio clara su vocación el día que entró en un cuarto oscuro de revelado fotográfico de uno de los pacientes de su padre. Tras estudiar en la Universidad de Siracusa, empezó a trabajar para el reputado fotógrafo Pete Turner. Este lo puso en contacto con la revista «Time» y, a sus 25 años, ya había firmado su primera portada para la publicación. En 1972 la revista lo envía a Haití, que era conocida entonces como la nueva Acapulco, y allí dispara la que es su segunda foto más famosa, Coca-Kid: un niño pasando delante de un anuncio de Coca-Cola, todo un comentario social que llamaba la atención sobre las diferencias entre el Primer y el Tercer Mundo.
Meola conoció, en aquellos días, la música de Springsteen de primera mano viéndolo tocar varias veces en el cercano Max’s Kansas City, en el 213 de Park Avenue South de la ciudad de Nueva York. En los ratos libres que le dejaban las revistas «Time», «Life» o «Esquire», el fotógrafo, todavía relativamente desconocido, acudía a todos los conciertos de Springsteen que podía, contagiado por la energía y la pasión que desprendían sus directos. El saxofonista Clarence Clemons fue el primero que conoció de la banda, para acabar siendo un buen amigo suyo. Pero lo que no se imaginaba es que también iba a tratar a Springsteen.
Así lo recuerda él en el prólogo de su libro «Born to run: The unseen photos», en el que recoge buena parte de las fotos inéditas de la sesión por la que siempre se recordará: “El sábado 3 de agosto de 1974 yo estaba de pie cerca de la esquina de la Quinta Avenida y Central Park Sur en Nueva York cuando comenzó a llover. Corrí a refugiarme bajo el porche del Hotel Plaza y allí me encontré cara a cara con Bruce Springsteen, que estaba a punto de dar un concierto en Central Park. Lo único que recuerdo es que tuve el valor para presentarme y preguntarle acerca de algunas de las letras de su segundo álbum ‘The wild, the innocent and the E Street shuffle’. A diferencia de ‘Greetings from Asbury Park, N.J.’ y de cada álbum de Springsteen desde entonces, aquel disco no llevaba las letras en la carpeta. Once días más tarde, alquilé un coche y me dirigí a Red Bank, Nueva Jersey, donde Bruce tocaba en el Teatro Carlton. Llegué dos horas antes. Springsteen estaba con la prueba de sonido. Mike Appel, mánager de Bruce en ese momento, estaba de pie en la entrada, con una gorra de sargento marine y, al ver mi cámara colgada del hombro, me detuvo. Me abrí camino diciendo que estaba tomando fotos para la revista «Time». Todo era mucho más relajado entonces. Podías entrar casi en cualquier sitio y empezar a disparar la cámara. Después del concierto, vi a Bruce en su camerino y, mientras estábamos hablando, de pronto hizo un gesto con el brazo dibujando un arco detrás que invitaba a conocer la costa de Jersey. En ese simple gesto, el mundo imaginario que había dibujado en su primer disco –un paraíso brumoso al lado del mar– cobró vida”.
Unos meses más tarde, Meola recibió una llamada intrigante de Mike Appel, quien le explicó que su representado estaba en el estudio terminando «Born to run» (disco que se llamó en un principio «Between flesh and fantasy») y que necesitaba algunas fotografías del álbum. Le envió una maqueta con las canciones ‘Born to run’ y ‘Thunder road’ para que pudiera hacerse una idea. También le indicó que Springsteen quería hacer alguna foto a solas con Clarence Clemons.
Meola apenas pudo contenerse, aunque pronto descubrió que conseguir que Springsteen se pusiera delante de la cámara era más fácil de decir que de hacer. El músico tenía la costumbre de dejar solo al fotógrafo cuando menos se lo esperaba o de cancelar las citas acordadas, para poder seguir trabajando en el estudio, que era lo que de verdad le interesaba. Meola le dio un ultimátum: o Springsteen aparecía en la siguiente cita o tendría que buscarse un nuevo fotógrafo.
En la mañana del 20 de junio de 1975, Springsteen y Clemons llegaron por fin al apartamento de Meola en Nueva York con nada más que unos pocos accesorios: una radio, una guitarra Fender Esquire con considerables modificaciones, un saxofón, unas zapatillas, un sombrero y una gorra. Venían cansados de las maratonianas sesiones de grabación en los estudios Record Plant de Nueva York y no dejaban de bostezar, pero estaban preparados para enfrentarse por fin a la cámara.
Con ellos allí, Meola decidió dejar a un lado los colores saturados con los que trabajaba habitualmente y pasarse por un día al blanco y negro. Su objetivo era crear algo inocente y de cierta elegancia callejera. “Sentí que el color, en este caso, era una distracción. Realmente tuve que convencer a Bruce de que era mejor hacerlas en blanco y negro para mantenerlo todo simple. Pensé que estaría bien una imagen en blanco y negro con Bruce, la guitarra y Clarence, algo intenso y nítido contra un fondo blanco. En ningún momento hubo intención de enviar un mensaje de armonía interracial”.
Para Bruce, los dos elementos clave eran la chaqueta de cuero negro (prestada por su mánager Mike Appel), todo una declaración de amor por el rock and roll, y la chapa del Club Oficial de Fans de Elvis Presley con una imagen del «Rey del Rock», aunque en la portada solo se puede ver claramente si se aumenta de tamaño. De la misma forma, otro detalle pasa aparentemente desapercibido al ojo humano: en el golpeador de la guitarra de Springsteen se escondía una escena nocturna ideada por él en la que una silueta de hombre, apoyado contra una farola, fuma un cigarrillo mientras una figura femenina lo contempla desde una ventana.
Meola también sabía qué era lo que buscaba. “Quería dejar claro quién era Bruce. En mi mente, el cometido era comunicar visualmente de qué iba la música. Quería recrear la energía que él y su banda tenían en concierto, aunque tampoco quería usar la típica imagen de directo. El blanco y negro con el fondo blanco significaba que no habría distracciones visuales. El ojo tenía que dirigirse directamente a Bruce, a sus movimientos y su figura”.
La sesión duró algo más de dos horas mientras sonaba la radio y discos como ‘December’s children’ de The Rolling Stones. Meola disparó más de 700 imágenes en su estudio y en un edificio cercano de la Sexta Avenida, con las sombras creadas por la escalera de incendios bien presentes. Una de las instantáneas sería recuperada en 1995 para la portada del recopilatorio de Springsteen «Greatest hits». Sin embargo, los primeros 45 minutos no fueron fáciles. Springsteen no se encontraba cómodo. En algún momento debió de sentir que quien disparaba la cámara no era un desconocido, así que acabó por relajarse. Empezó a improvisar. Conectó la guitarra al amplificador y empezó a vivirlo de otra manera. Según cree Meola, “probablemente esa fue la primera vez en que se sintió cómodo delante de una cámara”.
“Todos éramos conscientes de que lo que era muy fácil de hacer en directo podría ser complicado de reproducir en el estudio. De hecho, ellos se paraban a reír muchas veces, seguramente pensando que aquello era una enorme tontería sin sentido. Tuve que disparar muy rápido para que, cuando la cosa funcionase, todo saliese bien. Las fotografías que saqué aquel día cubren muchas emociones: hubo risas y enfados, muchos cambios y también muchas posturas”.
En un momento dado, Clarence Clemons se inclinó hacia delante para tocar su instrumento y Bruce se apoyó en el hombro su saxofonista. En ese momento, y ya que Clemons le sacaba unos cuantos centímetros, Springsteen se había subido a una caja para estar a su altura. Por suerte, Meola no dejó de disparar. Durante un rato, estuvieron enfrentados el uno al otro. No obstante, hubo un momento en que Springsteen, sorprendido por lo que tocaba Clemons, giró su vista hacia él. Duró unos segundos y solo hay dos instantáneas de ese momento.
Al ver los negativos el fotógrafo tuvo claro que esa tenía que ser la imagen de la portada. “Pasaron otras cosas, pero cuando vimos la fotografía, supimos inmediatamente que esa era la definitiva”. En ese instante mágico se concentra toda la energía, el movimiento y la calidez de un concierto en directo. Los dos se muestran felices y está claro que la música es la que los une en ese viaje. La fuerza de la imagen radica en la teatralidad de Springsteen y Clemons. A pesar de todo ello, Springsteen había elegido en un primer momento una imagen en la que aparecía él solo bajo las sombras de la escalera de incendios, lo que coincidía más con su idea de una foto de autor seria.
Además del fotógrafo, el diseñador, que tuvo una importancia decisiva en el resultado, también eligió la misma fotografía. A John Berger, entonces encargado del departamento artístico de CBS, lo que más le gustaba era el espacio entre las dos caras, que le permitía doblar la portada. Vio claro desde el principio que tendría que mostrarse en una carpeta desplegable, aunque ello duplicara el precio normal de 50 céntimos de las portadas del sello. Le presionaron para que la portada fuera la habitual de dos lados, con una foto de frente y otra de espaldas, pero él se mantuvo firme en la idea de desplegarla. De esta forma, se vería a Springsteen apoyado en algo, pero solo abriendo la carpeta se sabría qué miraba, de qué se reía y en qué o quién se apoyaba.
Una tercera persona contribuyó a darle forma definitiva. Andy Engel, también en nómina de CBS, fue quien puso la tipografía. Primero optó por una letra que hoy podríamos considerar casi de tipo grafiti y, de hecho, se lanzaron unas cuantas copias que, además, llevaban la canción ‘The heist’ en lugar de ‘Meeting across the river’. Esos primeros vinilos se cotizan hoy por encima de los 1.000 dólares. Sin embargo, aquellos caracteres no le convencían, así que optó en un segundo intento por una tipografía mucho más fina, entonces inusual y hoy ya clásica, que contrastara la elegancia de su trazado con las raíces callejeras del rock y del cantante.
La portada final capturó perfectamente el espíritu del disco y de su responsable, aunque pronto las sensaciones pasaron a ser más agrias. Poco después, Springsteen ya se sentía incómodo cuando veía anuncios gigantes con esa imagen. En Londres, en noviembre de 1975, estaba tan enfadado con la campaña “Finalmente Londres está preparado para Bruce Springsteen” que acabó rompiendo pósters de la portada en el vestíbulo del Hammersmith Odeon. Con tanta expectación creada por los medios, Springsteen acabó harto del disco tan pronto se publicó, y para su siguiente álbum, «Darkness on the edge of town», ya quiso controlar todo lo relacionado con su presentación.
A pesar de la opinión del retratado, otros artistas entendieron perfectamente la rotundidad de la portada y quisieron rendirle homenaje o, también, parodiarla como, entre otros, Dion DiMucci («Rock ‘N’ Roll christmas»), Cheap Trick («Next position»), Bobby Valare («Out to lunch»), Frank Turner («Thunder road»), Mai Kuraki («Stand up»), Car Talk («Born not to run: More disrespectful car songs»), Kirby («Daveno Bros.»), Bruce Springstone («Live at Bedrock») o Blas y el Monstruo de las Galletas, personajes de la serie televisiva Barrio Sésamo (en «Born to add»).
Con el tiempo, Springsteen ha acabado por entender el poder de aquella imagen y lo que representa. En el funeral de Clemons, Springsteen habló abiertamente sobre su amistad: “Algo sucedía cuando estábamos juntos, una cierta energía, una historia sin palabras. Estar al lado de Clarence era como estar cerca del peor de los peores traseros del planeta. Te sentías orgulloso, fuerte, excitado y sonriente con lo que podría ocurrir, con lo que juntos podíamos ser capaces de hacer. Sentías que, sin importar lo que el día o la noche trajeran, nada podría alcanzarte. Clarence podía ser frágil, pero también emanaba poder y seguridad y, de alguna extraña manera, nos convertimos en protectores uno del otro. Juntos contábamos una historia más grande y más rica sobre las posibilidades de la amistad que aquellas que yo había escrito en mis canciones y en mi música. Clarence la llevaba en su corazón. Muchas veces me apoyé en él y, de alguna manera, hice carrera de ello… Clarence no deja la E Street Band al morir. Él se irá cuando nosotros muramos”. En otra ocasión lo resumió en una única y más corta frase: “La fotografía de Meola lo dice todo”.
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