«‘Blue’ es el reflejo de una madurez asumida de repente, el portazo definitivo al ‘flower power’ de una de las grandes musas de la era Woodstock»
Joni Mitchell
Blue, Court and spark
WEA, 1971 y 1974
Una sección de LUIS LAPUENTE.
Hace unos años tuve la oportunidad de entrevistar a Neil Young y preguntarle su opinión acerca de una serie de discos que yo tenía entre mis favoritos dentro de un estilo más o menos cercano al suyo. Uno de ellos fue «Court and spark», de Joni Mitchell. Recuerdo muy bien que, cuando le enseñé la carpeta, como había hecho un poco antes con los «Manassas», «Tonight’s the night» y «Electric ladyland», el tipo esbozó una sonrisa de complicidad y me dijo: «Sí, me gusta, pero no es el mejor de ella». «¿Y cuál es, entonces?», le repliqué. «Blue», contestó sin dudarlo un instante.
Sorprendido por su contundencia –y por lo poco que había reparado yo hasta entonces en el viejo álbum de la portada azul–, lo primero que hice al volver a casa fue darme un baño completo de Joni Mitchell, actividad cuyos beneficios terapéuticos –lo mismo vale para la artrosis mental que para la esclerosis emocional– tengo más que comprobados. Y enseguida me di cuenta de lo que amaba Neil Young en aquel disco triste e introspectivo: «Blue» es el espejo emocional de una generación que creyó encontrar un nuevo estilo de vida en los años máss felices de la década prodigiosa y hubo de enfrentarse de bruces con la ola de conservadurismo más atroz que ha sufrido Occidente desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Sus melodías esqueléticas a duras penas son capaces de aguantar tanta desolación, tanto deseo de vuelta al hogar, a esa tierra añorada en las bellísimas estrofas de ‘California’ –merece la pena hacer un esfuerzo con el inglés y traducir los textos incluidos en el libreto–, un tema escrito por Joni mientras se encontraba de viaje por Grecia, Francia y España (Ibiza), que se escucha como el único reducto de optimismo inocente de todo el álbum. No hay más resquicios en «Blue», para la añoranza o la jovialidad; lo demás es el reflejo de una madurez asumida de repente, el portazo definitivo al «flower power» de una de las grandes musas de la era Woodstock.
«Court and spark» es otra cosa. Registrado solo tres años después, con la ayuda de un puñado de ilustres «session men» de la Costa Oeste (el saxofonista Tom Scott, el percusionista John Guerin, los bajistas Max Bennett y Wilton Felder, y el pianista Joe Sample, entre otros) y de sus viejos amigos Crosby & Nash y Cheech & Chong, representa la primera incursión en el jazz-folk de la autora canadiense, una inspiradísima colección de baladas coloristas, sinuosas y complejas, en la que no faltan el sentido del humor (‘Raised on robbery’) ni el recuerdo-homenaje a los grandísimos Lambert, Hendricks & Ross (‘Twisted’). Por eso, y por el bonito dibujo de la carpeta, original de la propia Mitchell, la madurez expresiva y el contenido y contagioso vitalismo de las canciones me inclino a seguir prefiriendo «Court and spark» frente a «Blue». «Do you, Mr. Young?».
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