«‘Papi’ es la novela que ha asombrado hasta el delirio a todo el mundo musical, y no solo a ellos. Parte con ventaja puesto que su autora, dominicana, también asombra con su grupo Rita Indiana & Los Misterios»
Rita Indiana
«Papi»
PERIFÉRICA
Texto: CÉSAR PRIETO.
«Papi» es la novela que ha asombrado hasta el delirio a todo el mundo musical, y no solo a ellos. Parte con ventaja puesto que su autora, dominicana, también asombra a estos paladares con su grupo Rita Indiana & Los Misterios, ritmos tradicionales de merengue, baile negro y electrónica. No es extraña, pues, esta devoción entre los musicales porque además la novela es un arrebatado torrente de palabras, un delirio que a veces tiende al «nonsense», a veces al más puro infantilismo, a veces a la más radical impunidad en las palabras, todo los que define en esencia al hip-hop; la novela es música pues, una música narrada por una niña de apenas diez años, y los que han convivido con niños saben que a veces estos hablan y hablan y hablan; en otras ocasiones interpretan. Y no interpretan del todo bien. Alguien se ha quedado estirado en el «parqueo» de un autopista tras hablar con papi. Y simplemente está dormidito.
La trama existe apenas, una niña que espera a su padre siempre imprevisible, siempre especial y acompañado de un lujo caribeño de mafia, misses en carrozas, compras desmesuradas, mansiones y despachos con regalada conciencia. Porque su vida de niña tiene el aliento de una infancia occidental –cursos en la piscina, fiestas infantiles, la música en el aire de Wilfredo Vargas, Cuco Valoy, Billie Ocean o Poisson– pero las evocaciones mezclan surrealismo, desmesura bíblica, escenas oníricas, un realismo mágico que llega al extremo.
No quiero decir con ello que la novela destaque por el dominio del lenguaje, a veces un poco más de contención hubiera producido mayor choque, mayor tensión. Pero sí que tiene como virtud explorar al máximo el lenguaje infantil, ese que los escritores no se atreven a mostrar por temor a resultar ñoños o estereotipados. Rita Indiana se atreve y se pasa. Lo primero es un mérito innegable.
Así, unas descripciones que pueden pasar por irrelevantes frente a la verborrea –su barrio visto desde la ventana, prostitutas, mendigos alcohólicos, visión de escenas eróticas en la discoteca con apenas doce años– prestan esencia a la novela porque definen a su padre como un mafioso de segunda fila, apoyado en constructoras ruinosas o en negocios de automóviles. Con él ha de huir por la autopista en un viaje que ella imagina lleno de glamour pero que en el fondo la lleva a su destrucción. Mala suerte. Muy mala suerte.
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Anterior entrega de Libros: “Manifiesto personal”, de Ana María Moix.