«Un álbum a la par ameno y fresco, místico, divertido y hasta presumiblemente espontáneo, donde resulta tan estimulante como de costumbre ese cóctel musical característico»
Sidonie
«El fluido García»
SONY MUSIC
Texto: JAVIER DE CASTRO.
El trío Sidonie estuvo metido este pasado verano en el estudio de grabación para producir sus doce nuevas canciones. Bajo el enigmático título «El fluido García» –acuñado, según parece, tras la lectura de «El anacronópete», un volumen debido al catalán Enrique Gaspar y Rimbau, escritor decimonónico casi desconocido que elucubró con la posibilidad de viajar en el tiempo– Ros, Senra i Pí han hecho algo parecido dando un salto mortal musical pero no hacia atrás, como bastante gente ha querido ver en este evidente reencuentro con la psicodelia que, sin duda, les inspirara años ha, sino muy hacia adelante si con honestidad reconocemos la madurez artística y creativa alcanzada desde que, utilizando la lengua de Su Graciosa Majestad, saltaron al ruedo musical patrio esgrimiendo su tan particular como sugerente perspectiva musical de aromas lisérgicos. Y es que tras la gira de hace unos cuantos meses por clubes y pequeños locales para recuperar energía y, quizá, algo de aquellas sensaciones añejas que los impulsaron, parece que han optado por dejar un poco al lado esos territorios más pop transitados en sus últimas entregas discográficas que, según parece, les han granjeado cierta animadversión desde algún sector de la crítica musical y de una parte de sus fans –los más talibanes, por supuesto– que se han sentido traicionados por esa supuesta sumisión del grupo al mainstream, a partir de su fichaje por la multinacional, primero, y por su renuncia al inglés, después.
Vaya por delante que, en mi opinión, modesta y discutible, por supuesto, sus mejores discos son precisamente dos de esta etapa cantando en castellano, «Fascinado» y «La Costa Azul». Sobre todo este último, que se me antoja una colección absolutamente sublime de canciones donde mejor se resumen las cualidades pop del trío: instrumentaciones y juegos corales soberbios, melodías y arreglos espectaculares y, lo más importante de todo, por supuesto, esa materia prima compositiva de difícil parangón en las bandas nacionales de su segmento. ¿Que cada vez gusten más es un pecado? NO, en absoluto. ¿Que hayan colaborado musicalmente o compartido espacio escénico con otros artistas o bandas que los “entendidos” o los que se adjudican la potestad de “determinar tendencia” tienen por banales o facilonas, les ha de restar credibilidad artística? Rotundamente, NO. Si Marc Ros y compañía han venido demostrando algo importante desde su debut hace más de un decenio, han sido su inteligencia y, por encima de todo, una independencia a prueba de fuego, fomentada por una excelente relación mutua y más allá de halagos fáciles o críticas poco saludables, que de todo hay en la viña del Señor.
Tras «El incendio», su álbum de los últimos tiempos a mi entender más desigual pese alguna de las joyas que contiene, emergen de nuevo con todas sus potencialidades conocidas en otro álbum de gran nivel y sin apenas desperdicio. Y es que solo por ‘El bosque’, esa embriagadora joya de inequívoco sello Sidonie, o por la maravillosa ‘Bajo un cielo azul (de papel celofán)’, su suite en tres partes demoledoramente bella,x ya merece la pena pasar por caja y hacerse con el disco, siendo el resto de los cortes que lo completan valor añadido desde ‘A mil años luz’ a ‘No mires atrás’, pasando por ‘El aullido’, ‘Carnaval’, ‘Alma de goma’, ‘Tormenta de verano’, ‘La huida’, ‘Perros’ o el instrumental ‘Negroni’, todos ellos excelentes sin excepción y a los que, si uno se lo propusiera, podría dedicarles de forma independiente bastantes renglones hasta extraerles todo el jugo. Y es que de nuevo, aunque cada disco de los barceloneses suene diferente en sí mismo por las razones que sea, en sus canciones siempre pueden rastrearse indicadores o líneas maestras de su estilo permanentemente presentes aunque, según el caso, unos u otros brillen con mayor o menor intensidad y fulgor.
Como a los que amamos la música nos apasiona rastrear influencias de quien sea o de lo que sea en el trabajo de cualquiera de los artistas o grupos por los que ya sentimos devoción o los que acabamos de descubrir, enfrentarnos en dichos términos a cualquiera de las aportaciones discográficas de Sidonie resulta desde cualquier punto de vista una aventura apasionante. Luego resultará que efectivamente hemos logrado detectar puntos comunes en cualquiera de sus canciones con sonidos, literatura o cine que les apasiona y de los que, efectivamente, han estirado elementos e ingredientes diversos que les han servido para hilvanar mejor aquello original que emana de su brillante inventiva. O por el contrario, donde detectamos y admiramos similitudes con algo ya conocido, nada que ver con la realidad puesto que eso que tan claramente vemos como una influencia directa ha aparecido en su obra de forma espontánea y sin premeditación alguna. Supongo que les gusta jugar con el oyente y ponernos anzuelos y trampas a ver si picamos y, extasiados, caemos presos de su juego. O acaso canciones como ‘A mil años luz’ no tiene que ver con los Rolling Stones, ‘Alma de goma’ con los Beatles, ‘Carnaval’ con Os Mutantes, ‘No mires atrás’ con Dylan, ‘Negroni’ con los Who o ‘Perros’ con los Beach Boys, aunque solo sea por lo evocador de sus títulos o ciertas reminiscencias sonoras en ellas contenidas. Todo muy sixtie y garajero en pos de lograr la atmósfera necesaria para hacer ese viaje en el tiempo y sumergirnos junto a ellos, de nuevo, en la más prodigiosa de las décadas musicales. Pero hay más; yo detecto otros posibles santos de su devoción que, quizá, aparecen por primera vez reflejados gracias a estas nuevas canciones. ¿Me tiro a la piscina? Gram Parsons, Nilsson, CSN&Y, Pink Floyd, Poco o, por qué no, hasta nuestros Ángeles o los Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán. Un desparrame, vamos.
De todos ellos percibo reflejos y mensajes en esta docena brillante de canciones que logran, en su conjunto, un tono equilibrado y sin estridencias pero a la altura de su «savoir faire» habitual. Un álbum, en cualquiera de los casos, a la par ameno y fresco, místico, divertido y hasta presumiblemente espontáneo, donde resulta tan estimulante como de costumbre ese cóctel musical característico repleto de armonías inigualables, riffs guitarreros majestuosos, contundencia rítmica embriagadora o esos estribillos y melodías luminosos donde tan bien reposan sus oníricos recreos literarios. O no son dignos de nota versos como por ejemplo «Me he sentado en la alfombra, un poco triste, me has dejado una nota, y tu rifle” o «Estás hermosa al lado del desecho industrial, tan flaca, tan viciosa y sin collar”.
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