Cine: «London Boulevard», de William Monahan

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«Exigir abordar desde la perspectiva de la innovación el cine de género puede resultar excesivo y temerario para quien da sus primeros pasos en la dirección, a pesar de haber compartido anteayer (algo se tiene que pegar) la fragua del éxito con Scorsese»

«London Boulevard»
(William Monahan, 2010)

 

 

 

Texto: CÉSAR USTARROZ.

 

 

 

Aunque esta manifestación resulte redundante, que vaya por delante que ni tan siquiera confeccionar un consumado producto de claras aspiraciones comerciales (que entretenga al fin y al cabo) sea empresa sencilla. Sin embargo esta es la perífrasis menos taxativa, y por ende más bondadosa y comprensiva, para diagnosticar lo sucedido en «London Boulevard», ópera prima de William Monahan, oscarizado guionista de «Infiltrados» («The departed», Martin Scorsese, 2006).

Exigir abordar desde la perspectiva de la innovación el cine de género puede resultar excesivo y temerario para quien da sus primeros pasos en la dirección, a pesar de haber compartido anteayer (algo se tiene que pegar) la fragua del éxito con Scorsese. Tampoco sería justo. Eso sí, la poca pegada de «London Boulevard» no invita precisamente a escurrir el bulto.

Vamos a dar caña con sentido. El cine de gánsteres frecuenta la mímesis literaria buscando enriquecer el texto fílmico con la densidad descriptiva y psicológica que proporciona la novela. Se pretende impregnar al filme de una atmósfera corrupta, tensa, que envuelva y asfixie el entorno en el que sobreviven personajes de clara ambigüedad moral, fronterizos respecto al borde que marca la ley y empujados hacia la autodestrucción por su propia condición de «outsiders». Pues no se consigue alcanzar este requisito. He aquí el primer fiasco con el que Ken Bruner, autor de la novela de la que parte el guión, podría arremeter con gala (Marsé también lo hace muy bien).

Como señalábamos, el clasicismo se retoma de forma burda en episodios y lugares comunes fatalmente incorporados al desarrollo de la trama. La muerte del mentor, o amigo, o quien sea porque no me ha quedado claro, se inscribe en la historia como deficiente leitmotiv, con el que seguramente comprendamos el porqué del tedio en el que cae la opiácea dosis interpretativa del aquí apático Colin Farrell, de cuyo personaje esperamos una involucración en la historia que vaya más allá de la meditación existencial de origen oculto. Ni siquiera Farrell se cree su papel; esa es la sensación que nos transmite cuando casi se descojona al preguntarle Keira Knightley (no se lo pierdan, encarna a la versión “alter ego 2.0” de Howard Hughes), todo profunda, que haría él si fuese ella.

El resto de personajes permanecen ataviados de una caracterización estereotipada (en ocasiones ridícula) que se queda en tierra de nadie, entre el estilo de Guy Ritchie y lo que quería conseguir William Monahan, porque lo que es gracia no la tienen.

El espectador valiente se va a encontrar con que aquí no hay ni chicha ni limoná. Están todos los ingredientes presentes del género, pero no lo suficientemente cocinados para que del plato no se desprenda el omnipresente regusto a rancio que se respira durante todo el metraje (por lo menos indulgente en su duración). La sensación empero es de percibir un tiempo analítico que aburre por su falta de ritmo, por enredarse en historias paralelas con un discurso vacuo que ralentiza el sentido dramático del relato, sopor resuelto en los minutos finales con la rapidez de quien intenta salir del entuerto a toda prisa y sálvese quien pueda.

Tenemos también una constante que se repite de forma empalagosa, el abuso fútil de la banda sonora (buen intento para llegar al público joven) para remarcar lo que el director considera importante apuntar; mortificante el “conmovedor” momento de confesión junto a la hoguera.

Para terminar, anotamos que no solo del manual y de un gran presupuesto se puede tirar para trenzar un filme correcto. Por si fuera poco el oprobio se encuentra en el guión, o en su interpretación técnica, pues ésta película reclama agilidad narrativa, un «in crescendo» dramático donde el guión lo exige, decisión para concentrar la atención en aquellos conflictos que lo merecen y una mayor profundización en el perfil psicológico de cada personaje. El problema es que, según la academia, William Monahan debería saber esto mejor que nosotros.

Anterior entrega de cine: “George Harrison. Living in the material world”, de Martin Scorsese.

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