«Robert Graves y Ramón Farrán, se embarcaron en los primeros 80 en un proyecto común consistente en musicar poemas del escritor usando su voz como hilo conductor»
Robert Graves / Ramón Farrán
«El olivo»
EDICIONS ARXIPÈLAG/BLAU, 1984
Valor: 120 Euros.
Una sección de VICENTE FABUEL.
He aquí una historia ejemplar encerrada en un disco tan encantador como ignorado. Un disco y un lugar, Deiá (Mallorca), aquel insólito microcosmos de la bohemia europea que parecía circular ajeno al resto del territorio español, y en unos años convulsos en que esos asombrosos parajes, transitados por personajes venidos de cualquier confín del mundo, iban a presenciar algunas de las más intrépidas odiseas psicodélicas que llegaron a desarrollarse en la Europa hippie de los 70: Pink Floyd, Soft Machine, Daevid Allen, Didier Malherbe, Terry Riley, Kevin Ayers, Can, Euterpe, Pau Riba, Pep Laguarda…
La historia bien podría comenzar en 1962 cuando un imberbe Robert Wyatt de 18 años llega con sus padres a Deiá invitados por el escritor y poeta Robert Graves, entonces ya una de las máximas celebridades literarias e instalado definitivamente en la pequeña población mallorquina. El futuro autor de “Rock Bottom” conecta allí con otro joven local de distintas aspiraciones musicales, Ramón Farrán, más tarde compositor, arreglista, productor de Los Sirex, Juan y Junior y de docenas de artistas del sello Vergara y líder de su propio combo pop, los deliciosos Ramón-5. Si la leyenda cuenta que Farrán enseñó a tocar la batería al genio de Bristol, por aquel entonces dando rienda suelta a sus aficiones percusivas patafísicas con las teclas de cualquier máquina de escribir que tuviese a mano, el Registro Civil de la villa certifica que Farrán no tardó en casarse con la hija de Graves, la escritora Lucía Graves.
Pero lo que realmente nos ocupa fue que suegro y yerno, Robert Graves y Ramón Farrán, se embarcaron en los primeros 80 en un proyecto común consistente en musicar poemas del escritor usando su voz como hilo conductor. De inicio un plan de alcance moderado, el propósito empieza a enmarañarse como sólo por los benditos hados del lugar se enmarañaban las cosas en Deiá. Lo cierto es que allí otro artista residente, Abdul Mati Klarwein, el pintor alemán que había ayudado a conformar con sus pinturas afro-black-power distintas portadas para clásicos del rock y del jazz: Santana (“Abraxas”), Miles Davis (“Britches brew”, “Live evil”), Buddy Miles, Jon Hassell, Chambers Brothers… acabó por unirse a la fiesta diseñando con su magia habitual una portada entre oscura y ensoñadora que retrataba la casa de los Graves, que terminaría por relanzar el concepto del disco y que obligaría a ampliar el desarrollo del mismo. Aunque en muchos años nadie se entera de su existencia y su eco es mínimo, “El olivo” desvela hoy momentos personalísimos en unos años en los que musicalmente se iba desbocado en sentido contrario.
Empezando por los esperados –y graves, nunca mejor dicho– «speechs» de Robert Graves y continuando con delicados vocales femeninos de suaves cadencias orientalistas en “El olivo” siempre estaba presente la impronta musical de la isla: ruidos ambientales campestres estratégicamente situados, ecos de cosmopolita jazz-funk (el tema ‘Deiá’ conducido por el piano eléctrico y en ocasiones el moog de Farrán) y selváticos aires brasileños con silbatos, saxos y guitarras en ‘A lost word’. O esas gozosas percusiones y flautas que preludiaban la ensoñadora ‘Azul mediterráneo’, otra delicatessen vocal femenina rematada con la despedida final de Robert Graves (siempre en inglés y nunca excesivo, apenas 4 o 5 intervenciones) en ‘The far side of your moon’. Un modesto, accidental e insólito disco que lograba hacer justicia al paisaje –recientemente declarado por la Unesco Patrimonio de la Humanidad– y a la mística de la villa en los años que lo inspiró. Ahora mismo salgo para allí.
[Texto puesto al día del originalmente publicado en EFE EME 56, de marzo de 2004.]