«La caída en desgracia y lapidación popular y mediática de Teddy Bautista pone de nuevo de manifiesto la maldición secular que desde tiempos inmemoriales ha perseguido a los grandes ‘frontmen’ españoles»
Darío Vico expone, con la alargada sombra de Teddy Bautista al fondo y cual Iker Jiménez del rock, una curiosa teoría: que a los frontmen españoles los persigue una maldición, que no levantan cabeza ni a la de tres. ¿No se lo creen? Pues parece cierta…
Una sección de DARÍO VICO.
La caída en desgracia y lapidación popular y mediática de Teddy Bautista pone de nuevo de manifiesto la maldición secular que desde tiempos inmemoriales ha perseguido a los grandes «frontmen» españoles. Para muchos aficionados veteranos, Canarios fueron el mejor grupo en directo de su generación –y hay quien afirma que de toda la historia del rock español– y su cantante, Teddy, el más puro compendio de showman & soulman que jamás hayan visto nuestros escenarios. Sin embargo, al volver de la «mili», Teddy, a quien su grupo había sustituido eventualmente por Pedro Ruy Blas, decidió a su vez sustituir a su grupo por lo más moderno en sintetizadores de la época –Moog, Mellotrón y demás tecnología punta analógica– y renunciar a su sagrada misión como frontman. Quizás fue alguno de los excomponentes de los Canarios quien le echó una maldición agitanada que se hizo extensible a todo el gremio de «gargantas profundas», porque desde entonces la mala suerte y el olvido les ha perseguido a todos…
Dejando a un lado al proto-frontman José Barranco, de Los Estudiantes, el primer gran showman de garganta profunda del pop español fue Micky, al frente de sus Tonys. Gran maestro del pop garajero y espástico como nadie hasta Ian Curtis –solo que sin agentes extraños ni patologías en su ayuda– el conocido desde las legendarias matinales del viejo Price como «hombre de goma» no ha sido reconocido como se merece porque el éxito mediático le llegó, ya en los setenta, con medios tiempos como ‘El chico de la armónica’ y ‘Bye Bye fraulein’, pero sobre todo porque pilló la época mala de Eurovisión y no pasó de un discreto octavo puesto en Wembley en el 77, lo que en aquellos años se consideraba como un fracaso y casi como un desacato para la formación del espíritu nacional. Micky ha tardado casi un tercio de siglo en recuperarse con un disco producido en los estudios de Dr. Explosión en los que el rockero de base volvió a imponerse sobre el simpático estereotipo en estéreo de la España del feliz desarrollismo en el que muchos le habían encasillado.
Mientras, en Barcelona su papel lo representó –con permiso del Salvaje Gaby Alegret, iniciado como guitarrista pero con notorio «paso al frente» EP tras EP– Pedro Gené, el líder de Lone Star. Pero luchar con los ídolos y héroes del partido de la nova cançó era mucha tela y eso le obligó a permanecer en un segundo plano. Para más INRI, cuando las discográficas cedieron un tanto en el control sobre los grupos y Pedro podía haberse soltado la melena, a Lone Star no se les ocurrió otra cosa que hacer ¡un disco de jazz! Gené dejó muestras de su poderío en varias ocasiones, pero sólo obtuvo hits menores como ‘Lyla’. Es una pena, porque con su voz y su pelazo podría haberse reciclado en nuestro Robert Plant particular, aunque se quedó en Skip Spence.
Otro que tampoco pudo prolongar su momento fue Mike «Kogel» Kennedy. El alemán vivió la debacle de los Bravos tras la trágica desaparición de Manolo Fernández y el burdo montaje para sustituirle, y decidió aprovechar para largarse y montarse una carrera por su cuenta que empezó a lo grande con un directo en la Zarzuela. Sin embargo, y mirando de reojo el éxito inicial de los ex Brincos Juan & Junior –juntos y por separado– decidió «pasarse» a la canción melódica y sus fans más rockistas nunca se lo perdonaron, sin que por ello lograra acercarse al público masivo. En el 72 hasta publica un disco de estética «americana», “Made in USA”, se calza un sombrero vaquero para la portada de algún que otro single y explota la ética y estética a lo “Dos hombres y un destino”, pero no se come un colín. De hecho, desde entonces no ha hecho otra cosa que reformar y contrarreformar sucesivas formaciones de Los Bravos, el grupo al que abandonó en su peor momento.
Los solistas tampoco han tenido mucha suerte, que digamos. No sabemos si echarle la culpa a la maldición antes mentada o al Ministerio de Fomento y Obras Públicas, pero la verdad es que a ambos lados del espectro melódico, las bajas prematuras de Bruno Lomas y Nino Bravo han sido imposibles de cubrir. Nino aún no había cumplido los 30 y, en 1973, quizás estaba a punto de encontrar esa tercera vía entre rock y canción melódica que, solo en parte, pudo explotar Camilo Sesto un tiempo después. Pero con todo el respeto hacia nuestro “Jesucristo Superstar” –donde, por cierto, Teddy fue un gran Judas– la voz de Nino era infinitamente superior y mucho más dotada para haber hecho lo que Johnny Cash hizo con Rick Rubin y Neil Diamond siglos después. A Bruno la muerte le llegó a los 50 y tras un largo tiempo en el ostracismo, pero justo cuando Seguridad Social lo habían recuperado para una nueva generación. ¡Mierda de maldición!
Y ya que empezamos con Teddy, cerramos con los soulmen. Teddy no ha sido el único de su raza (vocal) fagocitado por su destino. El tremendo Phil Trimm, oriundo de Trinidad y voz de los clásicos de los Pop Tops, arrastra desde hace años una existencia muy, muy modesta. El panameño Basilio murió al poco de cumplir los 60 en su casa de Miami, por la secuelas de un derrame sufrido en un concierto. Dos de las vocalistas de Los Surfs –que llegaron nada menos que de Madagascar– fallecieron también prematuramente… Teddy es el único que ha vivido para contar la época dorada del soul español. Pero nadie quiere escuchar esa historia…
Dejamos fuera de esta historia a dos «supervivientes» sobre los que trataremos en sucesivas entregas, Miguel Ríos y Enrique Bunbury. El primero venció a la maldición quizás por un guiño del destino; tras el éxito internacional del ‘Himno a la alegría’, en muchas enciclopedias americanas le dieron por muerto por error y, quizás por eso, las malas vibraciones se olvidaron de él y le dejaron labrarse una nueva carrera muy diferente a la que había elaborado junto a compañeros de viaje como Waldo de los Ríos (este sí, maldito como pocos). Enrique merece, como decimos, su propia historia. Pero eso será otro día.
Nota: Sé que habrá errores, pero he preferido eso y usar mínimamente la wiki. Como dice la letra pequeña de algunos discos, «se ha tratado de evitar el uso de herramientas sintéticas y respetar el uso de la materia gris y los recuerdos originales del autor».
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