«Approximately infinite universe’ sería el disco rock de Yoko Ono. Por vez primera íntegramente compuesto por ella misma y sin dejar de ser fiel al ideario de la japonesa»
Yoko Ono
«Approximately infinite universe»
APPLE, 1972
Una sección de VICENTE FABUEL.
Escucho el visionario corte ‘Move on fast’, publicado originalmente como cara B del single ‘Now or never’ y ambos extraídos de su segundo álbum, “Approximately infinite universe” (Apple-1972) y eso es una cosa. Recuerdo su exposición de ataúdes con arbolitos («Ex-it en trance») que se expuso en la siempre generosa Valencia con el arte inerme, allá por 1997, y es otra bien distinta. Supongo que resulta inevitable, todo el mundo parece tener sentimientos contradictorios sobre Yoko Ono. Poco rencoroso, ya olvidé hace tiempo aquella instalación de toscos ataúdes de madera llenos de tierra y de cuyo interior salía un arbolito verde, pero sin embargo aún guardo señales indelebles tras leer –siempre con media sonrisa– la edición argentina de 1970 de aquel sugerente y primerizo librito suyo del año 1964, “Grapefruit” (Pomelo), en el que la japonesa daba sencillas instrucciones para hacer arte. Y por supuesto, cada temporada me rindo ante ese continuo e incesante goteo de canciones de la artista que reaparecen periódicamente bajo distintos pretextos y que nunca dejan de sorprenderte.
La última, hace unos meses, el considerable revuelo levantado por exitosas mixes de su viejo ‘Move on fast’ (alrededor de treinta mezclas distintas, no es broma …) y que al coronar durante ocho (¿?) semanas las listas de Bilboard Dance no han tenido más remedio que enseñar el trasero a luminarias de la dance-floor como Rhyanna, Lady Gaga o Kathy Perry. No diré que no quede nada de aquel alegato feminista de origen, pero sí que la nueva envoltura en modernos ritmos binarios de house, más allá de tener ganas o no de bailar, la verdad … Si les parece, quedémonos con la original. Como Yoko prácticamente no ha tenido seguidores, su público natural debe de haber sido los del grupo de su marido, heterogénea multitud que históricamente se ha alineado mayormente a caballo de dos grupos: el de la indiferencia y el de la maledicencia. Por aburrida, fea e histérica, los primeros decidieron ignorarla en cuanto sus canciones hicieronn acto de presencia en los discos conjuntos con Lennon, no digamos ya acercarse voluntariamente a su obra en solitario. Dudando qué imagen animal encajaría mejor con la artista, bien la víbora o quizás la mantis religiosa, para los segundos solo contaría esa Yoko depredadora e intrigante que destrozó el sueño beatle a finales de los 60. Sencillamente, tras esos sobados argumentos, lo único que se me ocurre es que poca gente, muy poca gente, debe de haberla escuchado realmente.
Acompañada del grupo neoyorkino Elephant´s Memory y del propio Lennon, el doble álbum “Approximately infinite universe” sería el disco rock de Yoko Ono. Por vez primera íntegramente compuesto por ella misma y sin dejar de ser fiel al ideario de la japonesa: arty, conceptual, «engagé» y además “aunque en éste no berrea” se remarcaba coloquialmente, el disco mostraba personales hechuras rock ajenas tanto a los devenires del rock de la época como a los de su célebre pareja. Muy probablemente porque la artista japonesa ni procedía del rock ni conocía sus leyes de funcionamiento, sus elepés siempre provocaban la duda acerca de cual sería la razón (¿acción u omisión?) por la que siempre resultaban tan desiguales, y a pesar de ello el tiempo les ha dado una patina creativa tan enérgica que escuchados en los últimos tiempos asusta reencontrarse en ellos con tantos y tantos elementos visionarios traspapelados por la sordera general. Escaso precio para su particular talento, ya que en este inquietante disco, además del pletórico ‘Move on fast’ que por momentos igual preludiaba el punk femenino que a Patti Smith, había un buen puñado más de augurios de esos, insólitos ecos en 1972 de géneros como el kraut-rock, la new wave, el glam o el punk. Células madre esperando ansiosas un advenimiento mediático que en breve iba a llegar. Pues igual es verdad y la culpa de todo la ha tenido Yoko.
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