«En el texto elaborado por Izquierdo se citan familiares, amigos, músicos, periodistas y compañeros de viaje para terminar dando un buen número de pistas que ilustran a un Quique González de carne y hueso»
Eduardo Izquierdo
«Quique González. Una historia que se escribe en los portales»
66 RPM
Texto: FERNANDO NAVARRO.
A decir verdad, más de uno se lo preguntará: ¿merece una biografía alguien que no ha cumplido los cuarenta años y tiene todavía mucho por hacer en el mundo de la música? Sea afirmativa o negativa la respuesta, ambas opciones, seguramente, vengan acompañadas de matices, pero una cosa está clara: en la música española, tras casi quince años de carrera, Quique González suena a clásico. De hecho, la obra y vida del músico madrileño tiene los ingredientes necesarios para pasarla por el filtro del análisis: interés general (debido a un público cada vez más numeroso y entregado a su música) e independencia artística (en sus álbumes se reconoce al autor y en su carrera a la persona que pelea por su obra).
Editado por la recién creada editorial 66 rpm (que antes publicó «Mujer y Música: 144 discos que avalan esta relación», de Toni Castarnado), el libro «Quique González. Una historia que se escribe en los portales», escrito por el músico y periodista Eduardo Izquierdo, se presenta realmente como una historia oral de la carrera del cantante. Más propias de la literatura anglosajona, las biografías o reseñas históricas orales (con referencias tan brillantes como «Por favor, mátame. La historia oral del punk», de Legs McNeil y Gillian McCain) trazan el perfil del protagonista o protagonistas con detalles que sugieren más que definen, con declaraciones que indican más que sentencian.
De este modo, en el texto elaborado por Izquierdo se citan familiares, amigos, músicos, periodistas y compañeros de viaje para terminar dando un buen número de pistas que ilustran a un Quique González de carne y hueso, tímido antes las cámaras, amigo de sus amigos, amante del rock americano por encima de todos los géneros, fiel a sus clásicos y a sus héroes, huidizo ante la fama y, sobre todo, soñador, que cree en lo que sueña y está feliz con un sueño que se llama rock y al que lleva dedicándose con energía desde 1998.
El lector se puede acercar al joven Quique González que se crió en Ciudad Lineal y birlaba cintas con canciones de Nacha Pop o Los Secretos a su hermana. A aquel adolescente que sufrió la muerte prematura de su madre y se largó a Londres cuando ya le pedía el cuerpo y el corazón dedicarse a la música. O al músico en ciernes que debutaba en el célebre café madrileño, El Rincón del Arte Nuevo (por donde habían pasado Sabina o Cayetano Morales), mientras hacía de Luis García Montero, uno de sus poetas de cabecera. En esos comienzos a finales del siglo pasado, la figura de Enrique Urquijo fue esencial, después de que González le cediese la composición ‘Aunque tú no lo sepas’. Urquijo moriría en 1999 pero dejó un hueco que, de alguna manera, estaba destinado a llenar el propio González, quien firmó por la multinacional Polygram de primeras y gracias a la labor de Manuel Notario.
En el libro también se recogen varios nombres claves en la vida y obra del músico. El guitarrista Carlos Raya se erige por encima del resto para comprender el impulso que dio la carrera de González en sus primeros años con discos más que notables como «Personal», «Salitre 48» y «Pájaros Mojados». En relación a su evolución musical, conviene destacar la labor de dos grandes en la sombra, el productor José Nortes y el bajista Jacob Reguilón. Desde diferentes puntos de vista, se trata la época tal vez más comprometida del músico cuando abandonó Universal para adentrarse en la autoedición. Siguiendo el ejemplo de Kiko Veneno, González apostó por sí mismo y tiró por su cuenta. El resultado: la gira “Peleando a la contra” y los discos «Kamikazes enamorados» y «La noche americana». En este sentido, en el libro se reconoce la transcendencia de Rebeca Jiménez, músico y expareja de González, para con «Kamikazes enamorados». Lejos de quedarse por el camino, todo esto le sirvió para coger carrerilla y terminar fichando por DRO, donde publicó «Ajuste de cuentas» y «Avería y redención #7». Y de ahí el salto a Last Tour Records con el último, «Daiquiri Blues», grabado en Nashville y ejemplo perfecto del amor declarado del músico a la imaginería y sonidos norteamericanos.
Seguro que se necesitará otra biografía dentro de otros quince o treinta años para hablar de todo lo hecho y, especialmente, por todo lo que queda por hacer. Un futuro que, si se antoja como su pasado, no debería defraudar. En palabras del músico José Ignacio Lapido, autor del prólogo de «Quique González. Una historia que se escribe en los portales»: “Atisbé tras su timidez una actitud. Parecía decir: aquí estoy yo. Y con la punta gastada de su bota de cuero, dibujar una línea en la arena: por ahí no paso. Y no ha pasado desde que lo conozco. Las ruedas de molino con las que no ha comulgado son las medallas simbólicas que cuelgan de su chaqueta. Además, alguien al que le gustaban tanto los Burning no podía caerme mal”.
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Anterior entrega de libros: “Nada es crucial”, de Pablo Gutiérrez.