«Por momentos crees hallarte ante una suerte de (los peores) Arcade Fire cruzados con Coldplay, más inteligentes que estos últimos pero lastrados por la misma retórica sin colmillo y el épico sinfonismo llena-estadios»
Bright Eyes
«The people’s key»
SADDLE CREEK
Texto: JULIO VALDEÓN BLANCO.
Algunos discos se iluminan merced al directo; a veces, aunque suene extraño, incluso para mal. No me refiero a los que sufren por exceso de medios tras las consolas, gloriosas melopeas que perecen en el transito a las tablas, no. Hablo de los que una vez ejecutados frente a ti revelan su fracaso de raíz, amplificando los males que intuías al escucharlos en casa. Sucede con el último artefacto de Bright Eyes, que reseño con cuatro meses de retraso por aquello del poco tiempo que tenemos y bla bla bla. Todo lo que me mosqueó en sus pistas, los guiños ochenteros, la retórica festivalera, el tonillo pedante que en teoría rebajaban a base de pop resultón, brilló multiplicado en el escenario del Radio City Music Hall. El concierto, sí, fue un batiburrillo de euforias varias con Conor Oberst en el papel de pegapases. No será porque en el disco disimulara los sofocos con un sonido que bebe tanto de las producciones de Tony Visconti como de los (aquí malditos) sintetizadores, pero al menos cabía esperar una cierta redención, esa gota de genio que, como el valor, damos por supuesta al padre de tantas buenas canciones.
«The people’s key» abre con un monólogo entre la ciencia ficción y el pastoreo de feligreses chic. Referencias a H.G. Wells, Julio Verne o Arthur C. Clarke, reflexiones sobre la religión y la ciencia y guiños a sus desastres sentimentales alimentarán la en teoría última obra junto a los compinches Nate Walcott y Mike Mogis. Cocineros expertos, aliñan el guiso con guitarras efervescentes, coros, timbales y electrónica. O sea, letras profundas vs. arreglos poperos. Pero aunque cuenta con canciones tan fenomenales como ‘Jejune stars’, ‘Haile Selassie’ o ‘Triple spiral’, «The people’s key» termina cansando. No es «Digital ash in a digital urn», que ya palidecía frente al monumental «I’m awake, it´s morning», sino, al cabo, una bestia bifronte, ora marcial, ora mística, que avanza con demasiadas ambiciones para sus contados destellos. Aspira a ser cruce entre el espíritu de Bright Eyes y la glacial carnalidad de unos New Order, quisieron parir su particular «Technique» y, lejos de lograrlo, por momentos crees hallarte ante una suerte de (los peores) Arcade Fire cruzados con Coldplay, más inteligentes que estos últimos pero lastrados por la misma retórica sin colmillo y el épico sinfonismo llena-estadios.
A la vista de su currículum lo presuponemos un relativo y momentáneo tropiezo. Oberst tomará aire, agitará los posos del café y al fin regresará, en solitario, junto a los Monstruos del Folk o la Banda del Valle Místico, con un bombón agridulce a la altura de sus viejas marcas. Qué tal, como principio, renunciar a ciertas poses hipster y ese flequillo al viento.
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