«Creo que la música en vivo es lo que me enganchó definitivamente: allí veía el efecto que tenían en los demás las canciones que me gustaban a mí. Incluso hoy me conmueve más la música dentro de un acto colectivo que como placer individual»
Nando Cruz acaba de publicar el libro «Una semana en el motor de un autobús. La historia del disco que casi acaba con Los Planetas», es colaborador habitual de «Rockdelux» y de «El Periódico de Catalunya». Ha trabajado en televisión («Sputnik», «Música Moderna») y radio (Catalunya Cultura, Icat FM). Hace unos años publicó una biografía de Oasis.
Fecha y lugar de nacimiento.
18 de mayo de 1968, Barcelona.
¿Qué música sonaba en tu casa cuando eras niño?
Julio Iglesias, Camilo Sesto, José Luis Perales, Joan Manuel Serrat, Demis Roussos, María Dolores Pradera, La Trinca… y los casetes de Eugenio. De niño me gustaban todos. De adolescente los odié a todos. Y ya de mayor me reconcilié con la inmensa mayoría de ellos.
¿Cuál fue el primer disco que compraste?
Juraría que fue uno de aquellos recopilatorios de éxitos de temporada llamado «Boom», pero no recuerdo qué número de «Boom» ni qué canciones traía. Sí recuerdo claramente cuál fue el primer disco que me hice regalar: el doble recopilatorio «The collection», de Abba.
¿Y el último?
Uno de Capillary Action y otro Dead Western, en cuanto acabaron sus impresionantes conciertos en el showcase del sello Discorporate en el Primavera Sound. Para no sonar tan retorcido añadiré que al día siguiente me llegó el último pedido a Amazon con el debut homónimo de Aaron Wright, el nuevo de Jim White («Sounds of americans»), el nuevo de Snoop Dogg («Doggumentary») y un doble CD muy gracioso de versiones en español, alemán, francés e italiano de clásicos de la Motown («Motown around the world: The classic singles»).
Selecciona tres discos internacionales esenciales de tu colección.
Uff. Ni idea ni ganas. Ahora mismo, levanto la vista y veo que la caja «The long road to freedom» (un completísimo estudio de cinco CD y un DVD en el que Harry Belafonte resumía la historia de la música negra desde sus orígenes en África hasta su expansión en América) es francamente esencial en mi colección: hace de dique e impide que me caigan en la cabeza todos los demás boxsets y CDs de formatos no ordinarios. Sí tengo claro que si tuviese que llevarme tres discos a una isla (la otra gran pregunta del millón), intentaría que fuesen discos que he escuchado poco o nunca. Tendría toda una vida para descubrirlos y convertirlos en esenciales.
Selecciona tres discos nacionales esenciales de esa misma colección.
Pues me pasa lo mismo: no tengo el hábito de regresar obsesivamente a ningún disco. Si acaso, a artistas. Y, en este caso, reconduciendo la pregunta a la isla, haría trampa y me llevaría packs con muchísimos CDs. Ahora mismo se me ocurre la caja integral de Camarón (antes tendría que comprarla), esa otra de seis CDs de Radio Futura que salió en 1992 y que en una isla ha de sonar la mar de bien y, no sé, un paquete de 25 CD-Rs comprado en España (o sea, con el canon feudal incluido en el precio) por si algún pescador quisiera copiarme los próximos discos de Single, Triángulo de Amor Bizarro, Grupo de Expertos Solynieve, Tachenko, Josele Santiago, Els Surfing Sirles, Tarántula, Klaus & Kinski, Julio Bustamante, El Petit de Cal Eril, La Casa Azul, Parade, Nacho Vegas, Antònia Font, Fernando Alfaro, Joe Crepúsculo, Xavier Baró, Los Planetas, Chico y Chica, Manel, Hidrogenesse, Montañas, Astrud, Jonston, Los Punsetes, Mishima, Sanjosex… ¿Ya me pasé de 25?
Un disco doble al que no le sobra nada.
Eso no existe.
Un grupo o cantante a quien rescatarías del olvido.
El otro día un amigo me recomendó a Fabrizio de André, un cantautor italiano de los años 60 y 70 de voz sobria y sensibilidad izquierdista. No lo conocía de nada y estoy muy pero que muy enganchado. Este mes he gastado cuatro de las ocho horas gratuitas de Spotify oyéndolo. Si baja el precio de su antología «Opere complete» (14 CDs) me lo llevo también a la isla.
¿Cuál fue el primer concierto al que asististe?
Dire Straits (5 de junio de 1985, Velódromo de Horta), en la gira de «Brothers in arms». Y el segundo, Kid Creole & the Coconuts, en las Fiestas de la Mercè de Barcelona, tres meses después. Desde entonces, no he parado.
¿Y el mejor concierto que has visto?
Ni idea. El otro día me desbordó por completo el de Sufjan Stevens. Para destacar algo más lejano y menos «cool», diré que recuerdo a Eurythmics en el Palau d’Esports a finales de los 80 como algo insuperable. Dos días después «El País» titulaba: «Un 10». Aún guardo esa crítica. Y disfruté como un enano las primeras giras de The Pogues y Mano Negra. Salías empapado y con el cuerpo lleno de morados.
Elige y razona tu elección:
Serrat/Aute.
Serrat, por afinidad geográfica, idiomática y emocional. Él fue uno de esos señores que cantaba en mi casa cuando yo era un niño. Aunque cuando fui mayor de edad, Serrat había dejado ya de hacer discos tan emocionantes, esa cercanía es imbatible e inolvidable. Aute siempre estuvo más lejos.
Sabina/Calamaro.
¿Sabina? ¡Groove cero! ¡Y mojo musical menos cinco! Sabina canta cosas serias de tal manera que consigue que parezcan una chorrada. En cambio, Calamaro canta versos tontos y hace que suenen como grandes reflexiones. Lo del argentino es digno de estudio, de verdad. Calamaro, siempre.
Nacha Pop/Los Planetas.
Los Planetas, por afinidad generacional. Pero no le resto ni un mérito a la obra de Nacha Pop, que también disfruté mucho, aunque con una intensidad muy distinta.
Nacho Vegas/Quique González.
Aunque nunca he entendido este debate, diré que Nacho Vegas arriesga mucho más como letrista y, por lo tanto, logra removerte zonas a las que Quique González no accede. Creo sinceramente que la obra del asturiano ya es monumental y que el madrileño es más epidérmico y tibio y está tardando demasiado en sacudirse los tópicos de la poética rock americana. Pero nunca menospreciaré a alguien que haya escrito: «Soy un nudo de doble lazo al otro lado del puente» (en ‘Me agarraste’).
La Mala/La Bien Querida.
¡Eso es elegir entre Lola Flores y Cecilia! Son tan distintas como la sal y el azúcar. La Mala impacta más y ya tiene una carrera sólida a sus espaldas, pero La Bienque se está labrando un camino más sutil y serio de lo que parece. Eso sí, en directo la primera no tiene rival. El día que prohíban las corridas de toros, el único espectáculo verdaderamente salvaje que nos quedará serán los conciertos de La Mala.
Jacques Brel/Serge Gainsbourg.
Empatizo más con el primero, pero podría prescindir de ambos si así se me permitiera quedarme a los dos en la pregunta Neil Young/Costello. Que ya la veo de reojo por ahí abajo…
Frank Sinatra/Elvis Presley.
Casi que Elvis: su carrera fue como la de dos artistas en uno. Rematadamente completa, extrema y contradictoria. De «His latest flame» a «If I could dream»: qué recorrido, qué metáfora, qué guión.
Marvin Gaye/Bruce Springsteen.
Activan resortes emocionales completamente distintos, pero como de Springsteen he acabado más bien saturado en los últimos años y ya me escaqueado de bastantes elecciones aquí escojo a Marvin Gaye. Siento que aún no lo he exprimido del todo.
Tom Waits/Lou Reed.
Hace 15 años no hubiese sabido qué responder. Hoy me quedo con Tom Waits. Lou Reed anda especialmente holgazán entre el taichí y el autorevival. Y me da igual que Waits sea un personaje. Me gusta mucho la sensación que me provocan sus discos. Es como esas visitas pesadas que llegan sin avisar y no te dejan hacer nada. Waits absorbe toda tu atención y a la que te despistas te ha desconchado la pared y ha marcado sus manazas sucias por toda la casa.
Michael Jackson/Prince.
Prince tiene más discos buenos y más discos malos que Michael Jackson, pero los mejores de Michael Jackson son sencillamente insuperables e incluso más disfrutables. Y a menos que sus familiares se empeñen en ello, Jacko ya no firmará ningún disco malo más. Venga, elijo a Michael.
The Rolling Stones/The Velvet Underground.
Me pasa como con Springsteen. Llevo más de dos décadas disfrutando del legado de la Velvet (el suyo y la influencia que han tenido en tantos y tantos grupos de indie-rock), así que ahora casi me apetece más sentarme un par de meses con los viejos discos de los Stones. Hasta con los menos viejos de los años 80.
Bob Dylan/John Lennon.
No creo que nadie se pueda batir seriamente con Dylan.
Neil Young/Elvis Costello.
A ver cómo me las apaño… Me quedo con Neil Young desde sus inicios hasta 1976, con Costello desde 1977 hasta 1989, vuelvo a retomar al canadiense de ahí y hasta 1994 y lo sustituyo una vez más por el inglés hasta 1998. ¡Aún así estoy renunciando a «Comes a time» y «Rust never sleeps» del primero y a «Mighty like a rose» del segundo! Ya en el siglo XXI elegiría a Costello en los años pares y a Young en los impares. No es un chiste. Salgo ganando casi siempre.
Youssou N’Dour/Fela Kuti.
Siempre he sido un poco más de melodía que de ritmo y para un oído occidental la voz de N’Dour es una montaña rusa de piruetas vocales inesperadas y escalofriantes.
¿Por qué decidiste dedicarte a la crítica musical?
A los 12 o 13 años ya sabía que quería ser periodista. Era un fan de la teleserie «Lou Grant». Al principio me gustaba más el cine porque la experiencia era más intensa que oír un disco en casa, pero cuando empecé a ir a conciertos cambié radicalmente de tercio. Y entonces ya sólo quería escribir sobre música. Creo que la música en vivo es lo que me enganchó definitivamente: allí veía el efecto que tenían en los demás las canciones que me gustaban a mí. Incluso hoy me conmueve más la música dentro de un acto colectivo que como placer individual. Y aún hoy, dos de las cuatro o cinco cosas que más me gustan en la vida son escribir y escuchar música, así que no veo mejor oficio para conjugarlas que el periodismo musical.
¿Quién fue tu maestro periodístico?
No creo que leyese a nadie para aprender a escribir, sino para aprender de música. Sí recuerdo que en la prensa diaria me irritaba la tibieza y desorientación de Carlos Núñez (en «El Periódico de Catalunya») y me reconfortaba el tono incisivo de Luis Hidalgo (en «El País»). Ahí entendí lo que me explicaron en la facultad: que debes escribir para el que te lee y no para el que canta ni para el que te paga. Ya en «Rockdelux» aprendí lo importantísimo que es ser abierto de miras y tener un criterio. Lo primero cada vez me cuesta más (con la edad voy cerrando el campo sin darme cuenta, sin querer) y a lo segundo cada vez le doy menos importancia. Creo que los periodistas musicales nos hemos empeñado demasiado en exhibir (e incluso imponer) nuestro criterio, cuando eso es algo que hay que dar por supuesto. El criterio es más el palo que la bandera.
Un equipo de fútbol.
El Barça. En el fútbol todo es mucho más fácil.
Un político.
También aquí voy con los que ganan siempre: o sea, con los abstencionistas. No creo en el menos malo de los sistemas porque no creo que el destino del mundo esté aún en manos de los políticos que salen elegidos; sean los que sean y en el país que sea. Están ahí en medio, regulando el tráfico, pero ya no cuentan. No tienen capacidad real de decisión.
Una ciudad para vivir.
Sólo he vivido en Barcelona suficiente tiempo como para opinar con propiedad, pero me gustaría instalarme un año en decenas ciudades: Berlín, Sidi Bou Saïd, Bakthapur, Oaxaca… Y en cientos de pueblos de costa y de montaña.
El disco que detestas y que despierta alabanzas entre tus compañeros.
Cualquiera de los napoleónicos Arcade Fire.
¿Vinilo, CD o mp3?
Los disfruto auditivamente en este orden: vinilo, CD y mp3. Pero me temo que el consumo se acerca cada vez más al opuesto: mp3, CD, vinilo… y casete.
La película que nunca te cansas de volver a ver.
Solo repito películas por accidente, pero debo reconocer que me quedé pilladito con «El coleccionista» (William Wyler, 1965) cuando la vi para escribir sobre la canción del mismo título para el libro de Los Planetas. Fue hace más de medio año y aún no me la he quitado de la cabeza.
El libro que nunca te cansas de releer.
Eso sí que no lo hago. Leo tan poco que no es cuestión de repetir. Sé que tarde o temprano releeré los «Retratos y encuentros» de Gay Talese, pero por ahora, prefiero ir en busca de los demás títulos suyos que aún no tengo.
Una serie de televisión.
«La que se avecina», aunque esta temporada está flojita. Ha sido un suicidio prescindir a la vez de Estela Reynolds y la Chihuahua. Y desde que murió Goya, Vicente está muy apagado. Por suerte, ha reaparecido la Hierbas y Amador sigue como siempre: pletórico. Para consolarme voy tirando con «Tremé», en la que la vida está tan vinculada con la música y la música con la vida que uno no sabe si está viendo una serie extraordinaria o el musical perfecto.
Si estuviera en tus manos elegir la música que suena en los supermercados, ¿qué discos seleccionarías?
¡¡Ninguno!! Si fuera por mí, prohibiría toda música en los espacios públicos. Me molesta bastante más que el tabaco y a lo mejor así la gente compraría más discos e iría más a conciertos. ¿Te imaginas una ciudad en silencio y con diez o quince salas en las que sonase música a buen volumen? Sería una experiencia tan excitante que la gente haría cola para entrar y lincharía al segurata que intentase echarlos a la calle al final del concierto.
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