«Director’s cut’, a falta de nuevas composiciones que llevarnos a la boca, se cimenta en once reelaboraciones contemporáneas de parte del material de su etapa de madurez»
Kate Bush
«The director’s cut»
FISH PEOPLE/EMI
Texto: CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA.
Kate Bush sigue empeñada en que su reino no sea de este mundo. Ausente de los escenarios desde 1979, con una producción cada vez más espaciada y reacia a conceder más entrevistas de las estrictamente necesarias, la de Kent lleva años convertida en una brumosa figura de culto. Una perenne referencia cuya sombra comenzó a proyectarse hace años sobre Tori Amos, Björk o Stina Nordenstam, hasta llegar hasta nuestros días con la reivindicación implícita en los modos y maneras de Wild Beasts o The Week That Was, y explícitamente anticipada por unos The Futureheads que hace siete años se marcaron aquella aguerrida versión del ‘Hounds of love’. Precisamente un año después se publicaba el extraordinario “Aerial” (2005), su último álbum de temas nuevos.
Porque este “Director’s cut”, a falta de nuevas composiciones que llevarnos a la boca, se cimenta en once reelaboraciones contemporáneas de parte del material de su etapa de madurez: cuatro de temas de “The sensual world” (1989) y siete de “The red shoes” (1993). Unos temas sobre cuya plasmación final su propia autora ahora admite reservas. Y lo que podría pasar por una mera revisión caprichosa con la que matar el tiempo, se perfila aquí como un interesante ejercicio de decapado sonoro. Porque las nuevas tomas, tirando casi siempre por el camino de la desnudez, demuestran que eliminar ornamentos no sólo no les resta belleza: incluso da fe de que había en ellas rincones por explorar, iluminados con el nuevo tratamiento. Eso pasa al menos con ‘Flower of the mountain’ (toma alternativa de «The sensual world»), con la nueva parsimonia de ‘Never be mine’, con el tono rugoso y maquetero impreso en ‘Rubberband girl’, con una ‘Top of the city’ despojada de grandilocuencia o, sobre todo, con una ‘This woman’s work’ más crepuscular que nunca, pero tan capaz de emocionar como el primer día. En su debe, eso sí, el innecesario (por horroroso) ‘Auto-tune’ de Deeper Understanding, primer single de un disco cuya edición Deluxe (disco triple) permite comparar con los originales, y que merece figurar en las mismas cubetas de pop adulto –si se me permite la etiqueta, totalmente desprovista de connotación peyorativa– que frecuentan los discos de David Sylvian, Stevie Nicks o The Blue Nile.
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