El disco del día: Wild Honey

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«El equilibrio casi imposible entre la melancolía y la luminosidad. Una dualidad bien explotada por los grupos anglosajones hace cuarenta años. Y que siempre redunda en beneficio de la canción»

Wild Honey
“Epic handshakes and a bear hug”
LOVEMONK


Texto: EDUARDO TÉBAR.


Reconocemos la trampa: hemos disfrutado durante casi dos años de las canciones del primer disco de Wild Honey. Tiempo suficiente para digerir la docena de piezas de artesanía pop compuestas por Guillermo Farré, bajista de Mittens, en su proyecto personal. El sello Lovemonk publica en primoroso digipack desplegable lo que hasta ahora solo se encontraba en una limitadísima edición en vinilo rojo de 180 gramos montada a mano por el propio Farré. Y el mimo orfebre embadurna tanto la presentación como el contenido. Hablamos de un cariño a la obra infrecuente y deleitoso en estos tiempos de música fútil, digital y atomizada. En España, nombres como Wild Honey, Francisco Nixon o Ana Lógica mantienen vivo el espíritu de las grabaciones concebidas como creaciones arquitectónicas de postal. El camino largo que en su día transitó Brian Wilson. Una senda de espinas, incluso de locura, pero que asegura la recompensa de la longevidad.

Detalles de camafeo y piedra preciosa. Guillermo Farré domina con maestría la expansión horizontal del pop-folk. A veces, rallando en bosquejos soul con el abrigo vocal de Anita Steinberg y Almudena López Villalba. Parece increíble: Farré grabó el cancionero en su apartamento madrileño. Sin embargo, Brad Jones –famoso por su trabajo con Ron Sexsmith, Steve Earle o Josh Rouse– lo mezcló en Nashville. Su labor resulta fundamental en la puesta en orden del orfeón de palmas, guitarras, ukeleles, triángulos, xilófonos, trompetas, silbidos y hasta timbres de bicicleta. Pequeñas sinfonías –sin naufragar en la sobrecarga– que Jones rebautizó como “música cósmica de dormitorio”. Aunque tampoco se hubiese quedado corto definiendo estas composiciones como simples gestos de amor a la música. Diamantes tallados por los que se filtran referencias intergeneracionales. Tan pronto vienen a la cabeza The Zombies como Bart Davenport. De las ambientaciones cinematográficas de Michel Legrand a la melodía perfecta a lo Jens Lekman, pasando por un Sufjan Stevens moderado (‘Hal blaine’s beat’ ofrece la mueca de distorsión sutil).

El arranque con ‘Whistling rivalry’ anticipa la grandeza de Wild Honey. Los estribillos y guitarras a lo ‘Blue Hawaii’ en ‘Brand new hairdo’ e ‘Isabella’ –favorita del público en los conciertos–. La progresión mágica de ‘1918-1920’. La belleza deliberada en ‘Gold leaf’. En definitiva, el equilibrio casi imposible entre la melancolía y la luminosidad. Una dualidad bien explotada por los grupos anglosajones hace cuarenta años. Y que siempre redunda en beneficio de la canción. Por eso a Guillermo Ferré apenas le queda aventurarse a cantar en castellano para cerrar el círculo. Puede pujar así por una posición para la que le sobran cualidades.

Anterior disco del día: Garotas Suecas.

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