«Esta es una novela de ambientes y de personajes. Más que la trama, el intento de ascenso social de un joven emigrante en la Barcelona de los años 60 interesa la visión del cruce de vidas en la ciudad que hasta que la novela concluye el 78 se forjó en la Transición»
Ignacio Martínez de Pisón
«El día de mañana»
SEIX BARRAL
Texto: CÉSAR PRIETO.
«El día de mañana» es una novela de ambientes y de personajes. Más que la trama, el intento de ascenso social de un joven emigrante en la Barcelona de los años 60 –un Pijoaparte, por tanto un Julien Sorel– interesa la visión del cruce de vidas en la ciudad que hasta que la novela concluye el 78 se forjó en la Transición. Imaginen un enorme fresco que abarcara esos primeros vendedores a domicilio de tecnología moderna –vasos de Duralex, por ejemplo–, Boccaccio, el proceso de Burgos o Patricia Hearts, casi unos episodios nacionales que Justo Gil recorre hasta alternar en el Club de Polo o ser confidente de la policía.
Sin embargo, Justo Gil resulta quizás el personaje más desdibujado, inaccesible en los retazos orales que componen su retrato. Es la gente que lo conoció la que intenta salvar su recuerdo y resulta difícil, por tanto, establecer una visión unitaria. La elipsis no juega aquí a favor, como sí lo hacía en su lejana primera novela, «La ternura del dragón». Mucho más impactantes alcanzan a ser algunos personajes secundarios muy menores, por los que pasan la narración y el destino en tromba, sin dejarlos respirar. Así Lali, hermana de Carme Román, el motor femenino de la historia, que acude a sesiones de cine para escuchar la voz de su novio fallecido, actor de doblaje; Ramón, el pequeño débil y enfermizo, cuya muerte se describe delicada y angustiante, apenas sin nombrarla; Hilario Lazcano, atrapado en sus obsesiones.
De hecho todos los personajes son juguetes rotos, apenas sin darse cuenta les han sustraído la vida; por ello, la visión de Justo –tierno hasta la enfermedad con su madre, delator- acaba sobreponiéndose a todos y es el único, en la conclusión, que como un Jay Gatsby del desarrollismo, construye templos de amor faraónicos. Eso y la visión final, curiosamente desde los ojos de un niño, del protagonista solo, desvalido ante un destino que acepta, como un héroe de tragedia clásica, lo redime. Y se comprende entonces que es el único que se salva.
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