«Como el primer álbum de los Stones, nada. No solo su música era más cañera, más oscura, más misteriosa, más barriobajera y mucho más peligrosa, sino que rezumaba una actitud mucho más de desafío a la autoridad»
Coincidiendo con la llegada del portentoso «El inventor del rompehielos», recuperamos, en versión puesta al día, el Punto de Partida que, en su momento, dedicamos a Sergio Makaroff, en el que nos habló del primer álbum de los Stones, el disco que le cambió la vida.
The Rolling Stones
The Rolling Stones
DECCA, 1964
Cuando salió este LP yo tendría doce o trece años y ya había descubierto a los Beatles, desde el primer disco. Hay que nombrarlos también a ellos, ya que sus temas me cambiaron la vida, me hicieron descubrir un mundo nuevo de música maravillosa y superexcitante. Unos pocos meses después vi en pleno centro de Buenos Aires –en una tienda de discos– el póster del primer álbum de los Rolling Stones. Recuerdo perfectamente el momento porque al ver la foto sentí un escalofrío. Yo no sabía ni que existían, pero aquella foto me impresionó mucho por la cara de serios y medio siniestrillos que tenían. Me pareció que esos tipos eran como los Beatles pero con pinta de malos, y como yo era un preadolescente, ese factor extra de rebeldía me atrajo mucho. Los Beatles eran chistosillos, unos excelentes músicos y unos revolucionarios en muchos sentidos, pero estos, además, eran oscuros, misteriosos. Eso fue lo que vi en la foto.
El disco no lo compré inmediatamente, tuve que ir a mi casa y conseguir el dinero, pedirle a mi abuela, raspar de donde fuera, incluso robarle a mi madre del monedero de la compra. Fui como un yonqui cuando descubrí la música rock… Aunque tampoco tuve que robar mucho porque entonces había tan pocos discos para comprar que me alcanzaba con lo que me daban de semanada. Ahora pasa al revés, hay un montón de discos en las tiendas, los puedo comprar, pero encuentro pocos que me gusten.
En cualquier caso, conseguí el dinero y me lo compré. «The Rolling Stones», en la edición argentina no mantenía el orden original de las canciones y comenzaba con ‘I’m a king bee’ y ese sonido de guitarra fue… ¡guau! Ahora mismo, cuando lo recuerdo, podría llorar. Me produjo una emoción tan intensa que cambió mi vida para siempre. Si hasta ese momento con los Beatles el mundo de la música era algo enormemente apetecible, pensé que ser como estos tíos era lo más grande que podía existir en la vida. Llenó por completo el apartado cerebral del futuro, de la vida, del «qué quiero ser de mayor». Un montón de apartados importantes en el cerebro de un niño se llenaron instantánea y definitivamente.
Lo escuché obsesivamente, sin parar; solo tenía dos discos, el de los Beatles y el de los Stones. Luego aparecieron los Kinks –los terceros de La Santísima Trinidad– y era como ir viajando por el universo y descubrir un planeta, luego otro, otro… Cada vez que salía un nuevo grupo me compraba su primer disco: Dave Clark Five, Animals, Donovan, The Who, Them; esto con los ingleses, con los americanos igual, me compré el primer disco de cada uno de ellos. No lo podía creer, era como multiplicar la realidad exponencialmente y descubrir cada vez un nuevo mundo en el universo. Pero como el primer álbum de los Stones, nada. No solo su música era más cañera, más oscura, más misteriosa, más barriobajera y mucho más peligrosa, sino que rezumaba una actitud mucho más de desafío a la autoridad.
En Argentina los discos tardaban en salir unos seis meses con respecto a la edición original y a veces de dos álbumes hacían uno, cosas imperdonables. No tenían ningún respeto por la obra original del artista, como a veces sigue sucediendo. Pero daba igual, allí estaban aquellas canciones.
No conservo la copia de vinilo, ni del disco de los Stones ni de ninguno de los que compré antes de venir a España. Los vendí todos, y la parte del equipo de Los Hermanos Makaroff que me tocaba, para conseguir unos dólares y venirme aquí. El de los Stones me lo compré luego en casete y cuando accedí al mundo del CD, me lo volví a agenciar. Me los sé tanto que es raro que los ponga en casa: es como si formaran parte de mi cuerpo, como si los tuviera incrustados en el cráneo, en el sistema auditivo. Pero cuando los escucho en algún sitio o en la radio me encantan. Suele ocurrir que cuando voy a comprar discos y no encuentro nada que me guste acabo por comprarme uno antiguo de los Beatles, los Stones o los Kinks.
[Este texto es una versión actualizada del publicado en EFE EME 50, de julio de 2003.]
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Anterior entrega de Punto de partida: Carlos Goñi (Revólver) y Lou Reed.