«Que nadie piense que este disco es un simple ejercicio de estilo, no, Auserón asume géneros, los metaboliza y consigue que suenen a él, que resulten coherentes y engarzados en la continuidad de su obra»
Juan Perro
«Río Negro»
LA HUELLA SONORA
Texto: JUAN PUCHADES.
Para comprender, por lo menos en lo musical, este nuevo trabajo de Juan Perro, conviene haber escuchado los dos discos precedentes de Santiago Auserón: «La malas lenguas» (grabado junto a Luis Auserón en 2006) y «Canciones de Santiago Auserón con la Original Jazz Orquestra del Taller de Músics» (2008). En el primero, el ex Radio Futura nos mostraba parte del cancionero anglosajón que conforma su ideario musical, ese que bebe de las fuentes negras y del rock clásico. En el segundo, se dejaba acompañar por una big band, aunque sin resultar, necesariamente, jazzístico, pero sí impregnándose de esas sonoridades intensas que, necesidad obliga, impone la sección de vientos. Pero si echáramos la vista más atrás, hasta el año 2002, cuando salió el último disco de Juan Perro, el poco comprendido «Cantares de vela», veríamos que entonces dejamos al músico, tras abandonar (por lo menos abiertamente) el Caribe, indagando en la búsqueda de un rock bastante despojado de accesorios, próximo ya a claves jazzísticas, y, en lo lírico, donde siempre ha estado, en la persecución constante de un lenguaje tan propio como autóctono.
Ahora, en «Río Negro», encontramos a Auserón siguiendo la ruta abierta en «Cantares de vela», pero más orientado hacia las rítmicas de Nueva Orleans, asumiendo, a su manera, la estética del blues y el jazz (la música negra de base), impregnándose de eso que, en su día, llamábamos «el alma negra» (hoy, como ya hay poca alma que rascar y la negritud parece bastante descafeínada, hablamos de nada), pero sin olvidar (intuyo que nunca la olvida, ni por un segundo), la vocación hispanista de su obra.
Analizando en perspectiva desde treinta años atrás, puede sorprender el viaje andado por Auserón desde la modernidad de los primeros tiempos de Radio Futura hasta aquí, como si, poco a poco, se hubiera ido desprendiendo de un pesado equipaje que le impedía caminar por vericuetos más agrestes, donde con la sola compañía de una mochila se avanza más ágil. Eso fue lo que hizo en las dos rupturistas primeras entregas de Juan Perro, con las que perfiló la manera en la que quería trazar su carrera musical, alejada del primer plano, de las absurdas vanidades del rock, de los refulgentes grandes escenarios. Ajeno ya a todo lo que supusieron los años ochenta (que tanta añoranza siguen despertando en otros, nostálgicos de los días felices que nunca volverán), lo demás ha sido un aprendizaje permanente, en el que vemos a un creador inquieto e intuitivo que va probando, que investiga, que, como él dice, estudia. Al que, en suma, poco le importa sonar moderno o saber del último «hype» de la escena internacional (tal vez porque, perro mayor, sabe que, por ahí, ya está todo inventado y el alma, de nuevo, escasea), así, el antaño músico más innovador hoy se descubre más clásico que nunca. Aunque, y aquí viene el más difícil todavía de Auserón: Distanciándose premeditadamente de una modernidad habitualmente tontorrona y estéril, se ubica en un espacio propio, en el que, viva la paradoja, logra resultar más actual que nadie. Santiago Auserón hace de lo viejo algo nuevo, lo reinventa mientras crece y avanza (hacia nadie sabe dónde) siempre solo, sin pares que le acompañen (únicamente los musicos que se suman a su proyecto).
Juan Perro, sumergido en la negritud, nos deja con «Río Negro» un disco que gusta de la pulsación del blues, de las texturas del jazz, de los colores de la fusión entre rock y jazz, de las experiencias rockeras al abrazar formas latinas y soul a finales de los 60 y primeros 70, de estructuras rítmicas cubanas y hasta de unas sinuosas maneras abrasileñadas que nos hacen suspirar al imaginar qué saldría de las manos de Auserón si se animara a indagar en Brasil. Que nadie piense, en todo caso, que este disco –ora áspero, ora sedoso– es un simple ejercicio de estilo, no, Auserón asume géneros, los metaboliza y consigue que suenen a él, que resulten coherentes y engarzados en la continuidad de su obra. Esa es la grandeza de este trovador que una vez más trasciende la mera novedad discográfica para situarnos ante un «acontecimiento» musical. «Río Negro» es un disco ejemplar, otro, en una trayectoria artística que tiene mucho de excepcional. Y que sea así por muchos años.
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