«Esta fusión que bebe de muy distintas fuentes, y que puede resumirse en el encuentro ultramarino entre el bolero, la copla y el jazz, desarma por su saludable elegancia, por su sólido armazón, por la leve sinuosidad con la que se moldean las líneas formales»
Zenet
«Todas las calles»
EL VOLCÁN/EMI
Texto: JUAN PUCHADES.
En su segunda obra, Toni Zenet continúa metido en su papel de vocalista entregado, de esos que arriban al estudio de grabación recién llegados del club nocturno, con ojos enrojecidos, la ropa oliendo a tabaco y en el aliento el sabor de la última copa. Claro, su propuesta tiene mucho de nostálgica (para empezar ya es imposible fumar en local público, así que hagámonos una idea), aferrada a una estética fijada a mediados del siglo pasado, cuando un piano, un contrabajo o una guitarra bastaban para mecer con swing al crooner. Pero tal fijación por añejas propuestas, hoy tiene mucho de atemporal, más evocadora que melancólica, en un disco que permite olvidarse por un rato del reloj, el estrés y los avatares cotidianos. Y es que esta fusión que bebe de muy distintas fuentes, y que puede resumirse, a grandes rasgos, en el encuentro ultramarino entre el bolero, la copla y el jazz, desarma por su saludable elegancia, por su sólido armazón, pero también por la leve sinuosidad con la que se moldean las líneas formales, por la elección de los colores, por los recovecos y los matices que la inundan. Pertenece, en el fondo, a aquella escuela que conocían tan bien maestros de la institución vocal como, pongamos por caso, Sinatra. Zenet sabe que jamás tendrá unos pulmones privilegiados como los de aquel, pero a cambio hunde sus raíces en la latinidad y en Antonio Molina, que es más original, y sabe cómo sacarle partido a sus recursos, desplegando expresividad y entusiasmo mientras se deja arropar por la perfecta producción que ha ideado Juan Ibáñez, y por la incuestionable sabiduría de músicos tan intuitivos como el gran pianista Pepe Rivero, el percusionista Moisés Porro, el contrabajista Yelsy Heredia o el guitarrista José Taboada.
Mención aparte merecen, por supuesto, los fogosos textos, firmados por Javier Laguna, quien nos hace transitar por húmedos callejones alumbrados levemente por luces tenues, habitados por amores imposibles de asir, por desamores tan grandes que no caben en los versos de una canción. Son los compañeros perfectos para estas composiciones de impronta clásica y acústica.
En días de exabrupto, de fealdad extrema, Zenet recuerda que el ejercicio de la estética artística, sin subterfugios ni necesidad de falsas coartadas, es un magnífico refugio frente a las inclemencias vitales. Escucharlo te reconcilia con la libre creación, con el trazo armonioso que, simplemente, se recrea en la representación de la belleza para goce máximo del receptor. Ni más ni menos.
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Anterior entrega de El disco del día: Eleftheria Arvanitaki.