«En la Barcelona de 1957-1959, un grupo de dibujantes de la factoría Bruguera, cansados del trato que la editorial dispensaba a sus autores, decidieron probar la aventura de la autogestión, abandonando la casa que les daba de comer y creando la revista El Tío Vivo»
Paco Roca
«El invierno del dibujante»
ASTIBERRI
Texto: JUAN PUCHADES.
Paco Roca está deviniendo, poco a poco, en el gran narrador de la historieta española del siglo XXI. Si en 2008 ganó el premio Nacional del Cómic por «Arrugas», que a nadie le extrañe si en la próxima edición vuelve a hacerse con tal galardón por «El invierno del dibujante». Es verdad que en 2009 resbaló con el anodino «Las calles de arena», pero ahora, con este nuevo libro, directamente, se sitúa a varios kilómetros de sus contemporáneos. Y es que Roca narra como quiere (y como nadie) con maneras personales y reconocibles que, previsiblemente, están llamadas a crear escuela. Pero, además, demuestra una inteligencia feroz a la hora de idear argumentos –ya se atisbó con «El faro» y «El juego lúgubre»–, aquí trasladándonos a la Barcelona de 1957-1959, cuando un grupo de dibujantes de la factoría Bruguera, cansados del trato que la editorial dispensaba a sus autores, decidieron probar la aventura de la autogestión, abandonando la casa que les daba de comer –pero la que se quedaba con sus personajes, con sus originales y la que no les pagaba por las reimpresiones– y creando la revista «El Tío Vivo». Así, los audaces Conti, Cifré, Eugenio Giner, Escobar y Peñarroya protagonizan la historia, con los jefes de Bruguera y Francisco Ibáñez, Víctor Mora o Manuel Vázquez como personajes secundarios. Roca logra entrecruzar con armonía el retrato veraz, fruto de la cuidadosa investigación, con la recreación personal de cómo pudieron ser las cosas, presentándonos a los seres humanos que se escondían detrás de esas firmas que daban vida a personajes como Carpanta, Zipi y Zape, El Inspector Dan, El Repórter Tribulete, Don Pío o Carioco. Con sus miserias, sus esperanzas y su pasado y su futuro a cuestas.
Dibujado con preciosismo, Roca, que evoluciona libro a libro, está reformulando con sapiencia y a su manera los postulados de la línea clara, utilizando el color con enorme buen gusto y como un elemento narrativo más (aunque la idea de los papeles teñidos, por accesoria y por oscurecer en exceso las páginas, y por tanto dificultar la lectura, es bastante discutible), totalmente integrado en el relato, delimitando el tiempo.
Es «El invierno del dibujante» una bella obra coral, delicada pero intensa, dramática y dura, sentimental, en la que hasta los traidores (Vázquez), los arribistas (Ibáñez) o los tiranos (Rafael González) no dejan de tener su lado humano, cuyos actos son fruto de la necesidad, de la supervivencia pura y dura en tiempos difíciles. Estamos ante un libro mayor, que se disfruta de principio a fin, que duele que se acabe, y que invita, cuando lo cierras, impregnado de su atmósfera, del olor del papel y de la tinta, a regresar al principio, a reencontrarse con sus viñetas y con esa pequeña pero fascinante historia perdida en la memoria de la historieta española. Sí, esto es lo que se conoce como una obra maestra, no hay duda.
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