«Bajo una retahíla de situaciones que no van más allá de un costumbrismo amable, se revela una condición casi existencialista del hombre: desfilan la soledad y la muerte, la pasión y el tiempo, la incomunicación y sobre todo un denso estudio sobre qué es el arte y qué ha de representar en nuestras vidas»
Nick Hornby
«Juliet, desnuda»
ANAGRAMA
Texto: CÉSAR PRIETO.
Nick Hornby se ha convertido en el referente literario de los heridos por la música, su “Alta fidelidad” es tomado como testimonio y sus episodios como referencia de actitud. Así que su nueva novela sobre la temática era tan esperada como la aparición del disco de una estrella. Y, desde luego, al empezar a leer se desliza, deslumbradora y angustiosa, la primera escena: Annie y Duncan se encuentran en los urinarios de una sala de conciertos de Minneapolis en la que hace veinte años un cantante de culto, Tucker Crowe, con un LP abrumador y feroz llamado “Juliet”, decidió abandonar su carrera. Al más puro estilo descriptivo de Truman Capote, casi se puede oler la humedad.
Se trata de una peregrinación en que uno de los seguidores del citado Crowe arrastra a su pareja desde una ciudad del norte de Inglaterra. Un resquicio narrativo nos deja entrar en sus vidas, frustrada la de ella por la llamada no resuelta de la maternidad, la de él por su disociación del mundo; otra escena reveladora: la imposibilidad de Duncan de tomar el tren correcto. La trama, desde entonces, se engarza con una mecánica perfecta; todo es imprescindible, todo es destino fijado: desde el e-mail que Crowe escribe a Annie desde la apacible y feliz paternidad de su último hijo –hay cuatro más de diferentes mujeres–, hasta la sorpresa final pasando por los bandazos que Duncan da con una compañera de trabajo y el músico que se presenta en Inglaterra.
Pero bajo esta retahíla de situaciones que no van más allá de un costumbrismo amable, de una tragicomedia casi vulgar (el episodio en que el cantante conoce a su yerno, por ejemplo), se revela una condición casi existencialista del hombre: desfilan la soledad y la muerte, la pasión y el tiempo –la epifanía de Annie en el club de norther soul es reveladora–, la incomunicación y sobre todo un denso estudio sobre qué es el arte y qué ha de representar en nuestras vidas. No me atrevo a señalar que sea la mejor novela de Horby, sobre todo porque el inglés parece en cada obra el mismo escritor, pero sí es cierto que es aquella en que apura el dolor más a fondo.
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Anterior entrega de Libros: “Riña de gatos. Madrid 1936″, de Eduardo Mendoza.