«Cada vez que escucho las canciones de este disco, esté donde esté, me paraliza unos segundos la emoción; es como si me reencontrara conmigo mismo»
Doctor Divago acaba de lanzar su nuevo disco, el portentoso «La belleza muda de los secretos del mar», circunstancia que aprovechamos para que el vocalista y compositor del grupo, Manolo Bertrán, nos hable del disco que le cambió la vida: El «A hard day’s night» de los Beatles.
The Beatles
«A hard day’s night»
EMI, 1964
Los primeros discos que escuché fueron unos singles «disco-sorpresa» (así se llamaban) que mi madre había canjeado por tapones de coñac Fundador durante los años 60 y primeros 70. Los Mustang, Los Ángeles, Los Pekenikes, Nino Bravo… ésos eran mis preferidos, con aquellos famosos jingles que acompañaban a cada disco.
Pero el álbum que convulsionó mi existencia ya en mi más tierna infancia, el que abrió las puertas y dio sentido a todo lo que llegó después, fue este «Qué noche la de aquel día» que apareció por casa una tarde en la que mi hermano, de vuelta del dentista, se empeñó en que mi madre le comprara unos discos. Digo yo que sería en uno de los establecimientos que Viuda de Miguel Roca tenía en Valencia, ya desaparecidos todos ellos. Completó el pequeño lote «A collection of Beatles’ oldies (but goldies!)», un recopilatorio de la primera época de Los Beatles, que para nosotros fue el compañero perfecto de las canciones de la película «A hard day’s night» durante mucho tiempo.
Yo no sabía nada de Lennons ni de McCartneys, ni de rock’n’roll ni de guitarras eléctricas, estaba por estrenar y era el sujeto ideal para la impregnación. La magia de aquellas canciones, que los Beatles habían grabado apenas diez años antes, tuvo un tremendo efecto desencadenante (como pocas otras cosas lo han tenido en mi vida), sobre el que todavía hoy reflexiono a menudo.
«¿Éstos son los Bituls?», le pregunté a mi hermano, así como suena, nada más el vinilo empezó a sonar. Sería 1974, yo sólo tenía 8 años y me sonaba vagamente la canción que abría el disco y le daba título (durante bastante tiempo tuve la certeza de que ésa era la canción más famosa de The Beatles. Puede que se radiara especialmente durante mi infancia). «Beatles, Manolo, se llaman Los Beatles», me corrigió mi hermano desde su sabia primogenitura.
Pagaría por volverlo a escuchar como entonces. Debía de sonar a rayos en aquel pequeño tocadiscos mono de maleta, regalo de la publicación «Reader’s Digest», con dos botones: volumen y tono, y altavoces en miniatura. Pero para mí sonaba a gloria bendita, me traspasaba sin piedad, prueba irrefutable de que las que mandan siempre son las canciones. Muy pronto empezamos a cantarlas todas, chapurreando las letras en un inglés macarrónico. ¡Qué divertido!
No quiero entretenerme en desmenuzar las canciones una por una porque ya se ha hablado hasta el exceso de ellas. De todas formas, mi percepción se ha ido moldeando con el tiempo y hoy no sería capaz de expresar lo que sentía entonces con cada una. Lo que sí sé es que son todas prodigiosas, sin excepción, y que cada vez que las escucho, esté donde esté, me paraliza unos segundos la emoción; es como si me reencontrara conmigo mismo.
Hace poco, una mañana dulce, volví escucharlo entero, desde la cama, en su versión CD. Y me volví a reencontrar.
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Anterior entrega de Punto de Partida: Diego Vasallo y Vinicius de Moraes.