«Hay que escuchar ‘Dice la gente’ como el que descubre al artista por primera vez, con la mente en el presente. Y dejarse llevar por doce canciones que son poesía pura»
Kiko Veneno
“Dice la gente”
WARNER
Kiko Veneno es un caballero al que habría que levantar un monumento. A veces, uno se pierde tanto entre sus magnánimas obras en solitario que olvida que se trata del mismísimo artífice del legendario primer LP de Veneno, obra mayúscula del rock español que sería el pistoletazo de salida para una discografía dorada.
El problema con los discos míticos (como el soberbio “Échate un cantecito”) es que ensombrecen la maestría de otros. Para quien suscribe, “Está muy bien eso del cariño” está a la altura del citado, y el resto de la producción de Kiko se licencia con notable. Por eso, cada vez que el de Figueras edita un nuevo álbum es involuntariamente comparado con todo lo que ha facturado antes. Y en realidad esto no es ningún problema, porque Kiko Veneno sigue en plena forma, pero cuando el oyente comienza pensar, no sólo en obras maestras pretéritas, sino en el componente sentimental de canciones que se han grabado en la conciencia colectiva, es cuando no se hace justicia.
Por eso hay que escuchar “Dice la gente” como el que descubre al artista por primera vez, con la mente en el presente. Y dejarse llevar por doce canciones que son poesía pura –¡ya es hora de citar a Kiko como el grandísimo letrista que es!–, en la línea clásica de su autor, con ritmo soleado y reflexiones lunares, la perfecta compañía, un confidente callejero que entre sus logros suma una gran versión libre del ‘Bird on a wire’ de Cohen.
JUANJO ORDÁS.
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Lori Meyers
“Cuando el destino nos alcance”
UNIVERSAL
El cuarto lanzamiento de Lori Meyers ha desatado cóleras. ¿Su infracción? Arrimarse a un sonido sintético, digamos comercial, manufacturado por el argentino Sebastian Kryss. Los aguijones envenenarían menos si en el currículo del productor no chirriasen nombres de la carcunda como Chayanne, Sergio Dalma o Jennifer López. Derivar todas las valoraciones sobre el historial del maquinista impide disfrutar del jugo de la mercancía. Los granadinos sacaron matrícula con el voltaje diletante de su debut y la sofisticación compositiva del segundo. Ambos en sincronía con el pop español de los sesenta, la flema anglosajona de aquellos años y un pie en la modernidad indie. Alcanzado el techo, llega la disyuntiva: seguir por la vía de Wilco o inventar hits generalistas. Tomaron este último camino, sin duda el más tranquilizador para la multinacional. Y vaya si se han sacado de la manga un cancionero de pegada.
Grabado en Los Ángeles –por accidente: la banda quería seguir los consejos de Antonio Arias y registrarlo en el estudio del alemán Paul Grau en Motril–, “Cuando el destino nos alcance” no ofrece los matices ni la profundidad de campo de producciones anteriores. Es la diferencia entre trabajar con un filisteo del «mainstream» y hacerlo con tipos comprometidos con la profusión, como Mac McCaughan, Thom Monaham o Ken Coomer. Sin embargo, las canciones reflotan. Incluso justifican su metálica resonancia discotequera. En comparación, este álbum convierte en insípido a su predecesor, “Cronolánea” (2008). La voz de un Noni esforzado en vocalizar aparece en primer plano. ¿Hallazgo? Sí, una latinidad genética –sospecho que esto no le hace ninguna gracia–, la ligadura en timbre y maneras con primos lejanos como Juan Rivas.
Pero si este lanzamiento merece la pena, si entra de sopetón y uno lo escucha dos o tres veces seguidas con cierto regocijo, pensemos mejor en sus melodías y en su pegamento implícito. El swing ratonero de ‘Corazón elocuente’, envuelto en jirones de ‘Town called malice’. ‘Castillos de naipes’ recupera la melancolía y la sonoridad de Los Módulos. ‘Mi realidad’, el single claro, puja con fuerza en la batalla de la resuelta voluntad de triunfo en el consumo masivo. ‘Rumba en atmósfera cero’ seda los cuerpos con una brisa de francachela, de festín electroacústico. Alejandro, guitarra solista, borda el arte del estribillo perfecto en ‘Explícame’. ‘Ventura’ abre una ventana al folk espartano. Por su lado, ‘¿Aha han vuelto?’ y ‘Religión’ logran resumir las fosas abisales de la juventud contemporánea en pequeños frascos de pop lúdico. Lori Meyers trascienden sin pretenderlo. ¿O quizá sí lo pretenden? Ahí la grandeza del sexteto lojeño. Tan disciplinados como independientes.
EDUARDO TÉBAR.
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Scissor Sisters
“Night Work”
UNIVERSAL
No puedo ser objetivo al hablar de los Scissor Sisters, lo lamento. Me es imposible indagar en ellos, en su carrera o en este su tercer disco, sin prejuzgarlos. Que un grupo de amplio espectro comercial haya iniciado su carrera en el «underground» más duro, haya pateado los locales más infectos y haya sido constantemente mal recibido consuma un sueño de justicia romántica, como de cuento. Sí, sé perfectamente que esta historia es común en el mundo del pop, pero lo común es también que el grupo que alcanza la fama crea que aún defiende una postura alternativa, cuando ya no es así, y en cambio los Scissor Sisters siguen en su sueño, aunque ni ellos mismos lo crean.
Y siguen en este sueño porque lo que sus canciones transmiten antes de entenderlas es compromiso y juego. Un compromiso con una forma de hacer la vida desinhibida, festiva, rascando emociones, y un juego casi paródico con ese mismo espíritu. No hay seguramente un riesgo mayor hoy en día que lo que hacen ellos: acudir a décadas anteriores para devolverle al gran público lo que fue de ellos, la música como excitación.
Y nada mejor, ya desde sus inicios, que el retorno a la difusa frontera que marca el cambio de los 70 a los 80. La lista de referencias podría ser infinita, a veces tiran para un lado y a veces para otro, y en este disco han construido canciones que funden el synth pop con la disco music como base fundamental. Y a partir de ahí un despliegue de trallazos de baile como si los sofás aún fueran de escay en las discotecas. A veces con un falsete puro Sylvester en ‘Any witch way’, que con los coros de Kylie Minogue casi acaba convertida en la banda sonora de una «explotation», a veces con voz de de «macho man» como en ‘Harder you get’. Y así se va deslizando el disco, como el cuerpo en el baile, con impulsos eléctricos de pura energía.
Y aunque hay algún remanso –’Whole New Way’, chicletera entre Boney M y los Osmonds o ‘Skin This Cat’, a la manera de Culture Club o el sudor convertido en mística– lo normal es que la actitud sea el empuje carnal, por las continuas referencias al sexo en las letras y en la polémica portada censurada por Facebook y por la sensualidad de la producción de Stuart Price. ‘Something like this’, por ejemplo, no desentonaría en Studio 54 y ‘Sex and violence’ sería una perfecta canción de New Order si tuviera un puntito más de frialdad. Ellos mismos desvelan en entrevistas algo revelador: el propósito es desvelar qué hubiera pasado si la música del Nueva York del año 80 no se hubiera apagado.
Desde la aparición del disco no ha parado de destacarse el single ‘Fire with fire’ y el hipnotismo de ‘Invisible light’. La primera con su esqueleto de piano, su melodramatismo y su crescendo –un poco a la manera de Mika– y la segunda con sus estructuras cambiantes y experimentales. Pero lo cierto es que ninguna canción desmerece, todas consiguen plenamente un objetivo claro en un estilo que no se puede reinventar, que tiene marcadas perfectamente sus metas: la agitación y el desenfreno.
CÉSAR PRIETO.
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Lloyd Cole
«Broken record»
TAPETE/GREEN UFOS
Como Paddy McAloon, como Edwyn Collins o como Michael Head. Al igual que ocurre con los artífices principales de Prefab Sprout, Orange Juice o Pale Fountains (y también Shack), a Lloyd Cole nunca se le ha olvidado componer buenas canciones, pese a lo mucho que ha llovido desde los 80. Se le podrá achacar, como en toda carrera de largo recorrido, ciertos altibajos (de hecho, no puede decirse que «Antidepressant», su último disco, de 2006, computara entre lo más granado de su discografía). Pero tampoco es fácil rastrear socavones de consideración en una carrera que siempre ha mantenido un tono rayano en el notable, pese a que los medios especializados hayan sido más caprichosos de lo deseable a la hora de calibrar sus méritos (¿porqué tantos parabienes ante «Music for a foreign language» (03) y, a la vez, tanto desprecio por el valiente «Bad vibes» (93) o el inspiradísimo «Love story» (95)?). Una carrera a la que ya hace mucho tiempo se le ha de perdonar el no haber podido siquiera igualar la excelencia de «Rattlesnakes», su magno debut al frente de The Commotions hace más de 25 años.
Por de pronto, un par de impresiones predominan en este, su noveno álbum en solitario: en primer lugar, el tono eminentemente pro americano y orgánico de una grabación con la que ha querido alejarse conscientemente del cariz sintético que embadurnaba gran parte del menor «Antidepressant». La slide guitar del tema titular o el banjo de ‘Rhinestones’ son inequívocos botones de muestra. Y en segundo lugar, y seguramente sea una consecuencia de lo primero, el meridiano acercamiento, ya sin atajos de ninguna clase, quien sabe si en búsqueda del Olimpo de la madurez, a la figura de Leonard Cohen. Una reverencia que es patente en temas como ‘The flipside’ y escandalosa en ‘If I were a song’. Hay más, claro: singles de libro (como ‘Writer’s retreat’), invocaciones country (‘Wetchester County Jail’) y algún tema mayúsculo, como ‘Oh Genevieve’, digno de sus mejores obras.
Ni mejor ni peor que cualquier otro disco suyo, «Broken record» consolida, por si aún hacía falta, la condición de clásico (no precisamente popular) de uno de esos artesanos que forman parte de una reducida especie a preservar.
CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA.
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Ryan Bingham & The Dead Horses
“Junky star”
LOST HIGHWAY
Nueva entrega de colecciones que ofrece el joven «outsider» de Nuevo México bajo la batuta de T. Bone Burnett en la producción y acompañado, como no podía ser de otra manera, de los Dead Horses. Bingham se decanta por las canciones desnudas y algo menos elaboradas respecto a trabajos anteriores como “Wishbone Saloon” (2003), “Dead horses” (2006), “Mescalito” (2007) y “Roadhouse sun” (2009) en donde si bien unos tintes más áridos a base de percusión con escobillas, violines y dobros los dotaban de ese sonido country tan característico, en “Junky star” realza el gusto por el folk más sosegado siguiendo la línea de Townes Van Zandt o Dylan, dejando menos protagonismo a las guitarras eléctricas y a la percusión.
‘The poet’ desata el LP y viene a ofrecer, más o menos, un ejemplo de lo que será el resto del álbum. ‘The wandering’, ‘Strange feelin’ in the air’, ‘Direction of the wind’ o ‘Self-Righteous wall’ constituyen el núcleo más agitado de “Junky Star” con puntos que pasan desde el rock sureño hasta el blues del Mississippi. Por el contrario, dentro de los trece cortes compilados, llegan a convencer por momentos las excesivas licencias acústicas en canciones como ‘Hallelujah’, estupendo corte y de lo mejor de este CD, ‘Depression’, ‘Hard worn trail’ –no podían faltar las letras sobre trenes– y ‘The weary kind’, la cual se dejó escuchar en la oscarizada banda sonora de “Crazy heart”.
Un trabajo algo más flojo de lo habitual en Ryan Bingham, aunque nada despreciable, pero es que “Mescalito” dejó muy alto el listón y se dio a conocer la ronca voz de este gran músico. Los cincuenta minutos que dura “Junky star” pueden hacerse algo pesados pero, a pesar de todo, es de agradecer que Bingham siga manteniéndose en la brecha.
CHARLY HERNÁNDEZ.
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Varios
«Flipper psychout. Origianal italian music library from the vaults of Flipper»
VAMPISOUL
Desde hace diez o doce años numerosas discográficas, como las italianas Irma o Easy Tempo o la germana Crippled Hot Wax, han rescatado del olvido viejas bandas sonoras de olvidadas películas europeas de los sesenta y los setenta. De esta manera hemos podido escuchar la descacharrante psicodelia de films como «Vampiros lesbos», del iconoclasta director español Jess Franco o la jazzística “store” de «Svezia inferno e paradiso», compuesta por Piero Umiliani.
El sello español Vampisoul ha apostado también por este género editando «Flipper Pyschout», un volumen dedicado a la música de librería que editó la transalpina Flipper entre 1967 y 1970. La música de librería es un género creado para facilitar temas generalmente instrumentales a las productoras de cine y publicidad, a los canales de televisión y a las emisoras de radio. De esta manera, se ahorraban el encargo de una banda sonora especial para un reportaje, un corto o un documental. Durante la década de los sesenta fue muy habitual la edición de este tipo de trabajos discográficos que, en muchas ocasiones, no se podían adquirir simplemente en tiendas. Había productos clasicotes pero también discos con composiciones arriesgadas, hijas de su tiempo, como los 26 temas que podemos encontrar en este álbum. Son composiciones de músicos como Roberto Conrado, Luigi López, Emma de Angelis, Alessandro Alessandroni o Sorgini Giuliano, entre otros, que flirtean con la psicodelia (más en la onda británica que en la de la Costa Oeste), el jazz, el rock guitarrero, el space age pop, los sonidos tribales e incluso el garaje. Son, en general, temas oscuros pero también, en algunos casos aptos para el baile más desmelenado, como en el caso de ‘Ticklish’, de Roberto Conrado; ‘Megaterra’, de Sandro Brugnoloni. Las hay con aires más siniestros, aptas para ser usadas en películas de terror como ‘Ready money’, también de Roberto Conrado. Son sonidos algo oscuros, de atmósfera densa y de perfecta ejecución instrumental que seguro que en su día sirvieron perfectamente a los creadores audiovisuales que las utilizaron. Hoy son pequeñas sinfonías bizarras para el deleite del melómano. Vampisoul anuncia que este es el primer volumen con material extraído de los archivos de Flipper. Ojalá no nos hagan esperar mucho.
ÀLEX ORÓ.
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