«La música de Cal Tjader es fresca, muchas veces humorística, nunca un tostón experimentaloide para impresionar a otros músicos, deformación en la que incurren unos cuantos virtuosos del jazz»
En su gigantes y molinos semanal y veraniego, Sergio Makaroff nos propone otro de esos músicos maravillosos que honran su selecta a la par que amplia discografía: Cal Tjader, uno de los padres del jazz latino, aunque sueco de nacimiento.
Texto: SERGIO MAKAROFF.
Es verano, somos millonarios y por lo tanto ocupamos nuestro lugar natural. Yacemos gráciles sobre tumbonas de teca en un embarcadero que se adentra en los arrecifes de la Isla Mauricio. Contemplamos lánguidos el mar turquesa sorbiendo un daiquiri. El reflejo del sol en la arena blanca nos hace fruncir ligeramente el ceño. Como además de millonarios somos unos melómanos sutiles del copón bendito, suena la música que tiene que sonar: Cal Tjader, my friend. Un momento, quieto parado ahí, voy a contar cuántos álbumes suyos honran mi colección de discos.
Veintiuno. Un par largo con Anita O’Day, Carmen McRae o Stan Getz; la mayoría liderando alguno de sus combos. ¿Conoces a Cal? Ya, ya: nuevamente a nadie le suena uno de mis artistas favoritos. Es uno de los inventores del jazz latino. Tocaba la batería con Dave Brubeck, ni más ni menos –también con George Shearing– pero en cuanto pudo se pasó al vibráfono. De origen sueco, es el único de los padres del jazz latino… que no es latino. Tocó y grabó con Willie Bobo, Ray Barreto, Mongo Santamaría, Eddie Palmieri, Tito Puente, Lalo Schiffrin, Hermeto Pascoal, Airto Morerira, Laurindo Almeida, Kenny Burrell, la plana mayor.
Su música es fresca, muchas veces humorística, nunca un tostón experimentaloide para impresionar a otros músicos (deformación en la que incurren unos cuantos virtuosos del jazz). Al contrario, el sonido de Cal es fácil, abierto, relajante, exótico, colorista, tropical. Con tales ingredientes podría confundirse con una de esas horteradas que amenizan los cruceros charter por el Caribe. ¡Vade retro, Satanás! La gracia del maestro Tjader es justamente esa: lo que otros convierten en vulgaridad, en afro cafre, en pastiche chabacano, en chingui-chingui machacón, en ñaca-ñaca facilón, en un subproducto programado por un as del reggaetón, en un ajado estereotipo de cocoteros y pareos seudo-polinésicos, en el graznido amorfo de las cacatúas disecadas de Miami… en él es todo finura y categoría.
Por eso escuchamos a Cal Tjader en Mauricio.
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Anterior entrega de Gigantes y Molinos: Los dioses del Olimpo.