66, de Paul Weller

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DISCOS

«A sus divagaciones sobre el paso del tiempo y los logros vitales les sienta estupendamente bien este traje»

 

Paul Weller
66

SOLID BOND PRODUCTIONS / UNIVERSAL, 2024

  

Texto: CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA.

 

Lleva tres lustros haciendo lo que la da la real gana, dándole un poco a todo, y este disco sabe a recapitulación. El modfather cumplía 66 años justo el día en que se publicaba este decimoséptimo álbum de estudio a su nombre (¿lo pillan?, aunque también se especula con el guiño a 1966, año de gracia para el pop), que en cierto modo culmina la etapa rejuvenecedora, ecléctica y con su punto experimental emprendida con 22 Dreams (2008), su mejor artefacto publicado en el siglo XXI.

Todo aquí suena más relajado y plácido que de costumbre, con la mirada serena del tipo que ve la vida pasar desde el umbral de la tercera edad, sobrepasada la fecha de jubilación para el común de los mortales. Y lo cierto es que a sus divagaciones sobre el paso del tiempo y los logros vitales les sienta estupendamente bien este traje, que remite al soul satinado quizá con más vigor que nada de lo que haya hecho desde The Style Council. Es un disco mullido y cálido, perfecto para orlar nuestras próximas tardes de verano.

En ese sentido, me parece significativo que las dos colaboraciones más pintonas sean a la vez las que menos se ajustan al canon de estos cuarenta y un minutos y también luzcan menos: ni la densa psicodelia de “Jumble queen”, con Noel Gallagher, ni el arrebato rock góspel de “Soul wandering”, con Bobby Gillespie, me parecen de lo mejor. Sin ser canciones mediocres. Me convence mucho más todo lo demás. El jubiloso disco funk de “Flying fish” (¿ABBA en el horizonte?), la tersa balada con trompeta jazzie que es “Nothing” (con un feeling a lo “Long hot summer”), las cuerdas a lo sonido Philadelphia de “I woke up” y “Rise up singing” (con Dr. Robert, de los Blow Monkeys, uno de sus mejores discípulos aventajados), el bonito crepúsculo de “Sleepy hollow”, el ensueño clasicista de “In full flight” (más cerca que nunca de Richard Hawley), el conciso pop de cámara de “My best friend’s coat”, el medio tiempo acústico —en la onda de su debut, Wild wood, de 1993— de “Ship of fools” junto a Suggs (Madness) y el espléndido cierre neopsicodélico que es “Burn out”.

Paul Weller retiene el arte de seguir divirtiéndose al tiempo que continúa probando cosas (muy relativamente) nuevas sin arruinar el idilio con su base de fans. Hace que parezca fácil, pero debe ser complicadísimo.

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Anterior crítica de discos: Obsidian, de Naomi Sharon.

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