El director de EFE EME se convierte por unas horas en la sombra de Tequila y acompaña al grupo en su concierto en el festival Luna Lunera, de Sos del Rey Católico. Viaja con ellos en la furgoneta y se encuentra también con Sergio Makaroff, quien esa noche toca en el mismo escenario.
Texto y fotos: JUAN PUCHADES.
Jueves 13 de agosto. Madrugón importante para coordinar horarios de trenes y llegar puntual a la cita en Madrid, y aunque el día, intuyo, será largo, la experiencia merece la pena: durante algo más de veinticuatro horas voy a ser la sombra de Tequila. Los acompañaré en un «bolo», viaje de ida y vuelta incluido. Me enfundo la camiseta de viejo fan del grupo, la cámara de fotos (pese a ser un fotógrafo meramente dominguero, algo saldrá, me animo) y enfilo hacia la capital dispuesto a vivir las nuevas aventuras del grupo de Ariel Rot y Alejo Stivel a cinco conciertos del final de la resurrección de Tequila, una de las leyendas mayores del rock español.
Faltan quince minutos para las dos del mediodía cuando llega a la cafetería del hotel donde he quedado con Tequila (en la plaza Conde de Casal) Josu García, actual guitarrista del grupo, componente de Martín & García (antes La Tercera República), músico de sesión y productor. Me cuenta que para él ha sido como un sueño ser un Tequila durante los últimos meses, pues a los 15 años ya tocaba versiones de ellos e, incluso, imitaba y estudiaba las poses de Ariel Rot. Más o menos lo mismo que le sucedía a «Mac» Hernández, el segundo en dejarse caer, cuando de adolescente veía a Tequila en «Aplauso» y se compraba sus singles: cuando Ariel le llamó una noche para decirle que Felipe Lipe se descolgaba del «regreso» y que si quería ocupar su puesto, no podía creérselo, iba a estar en la banda que más admiraba en su adolescencia.
Poco a poco llegan el resto de integrantes de Tequila: Alejo Stivel, Ariel Rot, Mauro Mietta y Daniel Griffin. Los dos primeros, los fundadores del grupo; los dos últimos quienes no vivieron los días de gloria de Tequila ni como espectadores, pues el joven Mauro debía ser muy pequeño, aparte de que, por entonces, vivía en Argentina, su país de origen. Por su lado, Daniel también andaba por su ciudad natal, Chicago. Ambos, en todo caso, me cuentan que disfrutan con este repertorio de explosivo rock and roll.
Con la llegada de Belu, el road manager, y de Edu, el conductor de la furgoneta, se consumen los últimos pitillos (está prohibido fumar en el habitáculo rodante) mientras cargamos el equipaje (pequeñas maletas, bolsas de viaje, mochilas). A eso de la dos de la tarde enfilamos hacia Sos del Rey Católico, por delante unos 450 kilómetros. Tequila tocará esta noche en el festival Luna Lunera que organiza la población zaragozana (aunque, en realidad, está más próxima a Pamplona que a la capital aragonesa). Dado lo peculiar del escenario, ubicado en la entrada de una lonja medieval, el poco público que acogen las gradas del recinto (450 personas) y la actuación previa de Sergio Makaroff, hacen de este concierto una cita muy especial, ideal para sumarme a la expedición y vivir desde dentro un concierto de un grupo al que no veo en directo desde hace 29 años, concretamente desde julio de 1980, cuando la formación original presentaba el disco Viva! Tequila! Cuando se lo cuento a la banda, la cara de sorpresa de Alejo es importante y quiere conocer más detalles de aquel concierto en un verano valenciano del que, lógicamente, ni él ni Ariel recuerdan absolutamente nada.
ON THE ROAD
Ya ubicados en la espaciosa furgoneta de asientos tapizados en cuero negro (nada que ver con aquellas de finales de los años setenta en las que Ariel y Alejo viajaban en los días de gloria de Tequila) y rodando hacia nuestro destino, se presentan los DVDs que han traído para amenizar el viaje: Josu intenta que veamos un concierto de McCartney, pero advierte que se lo dejó a un amigo y regresó algo gorrino, así que es posible que no pueda reproducirse; como, efectivamente, sucede. Alejo lo intenta con otros dos, pero parece que adquiere DVDs americanos y el reproductor de la furgo es incapaz de leerlos. Cuenta que le pasa siempre. Al final, son las recopilaciones musicales del 25 aniversario del Saturday night live que trae Ariel las que ganan la partida. De este modo, disfrutamos de un par de horas –con Ariel controlando el mando a distancia y saltándose los momentos más plomizos– con actuaciones de Carly Simon (con una emocionante interpretación de la monumental «You’re so vain», que paladeamos todos, especialmente Josu, buen amante del rock californiano. ¡Dan ganas de enamorarse de Carly!), Ray Charles, Elvis Costello, The Band, Simon & Garfunkel, un Jagger bastante lamentable junto a Peter Tosh, los Blues Brothers, Paul McCartney… Ariel se salta a un aburridísimo Springsteen de mediados de los noventa sin la E Street Band, a Patti Smith, a Nirvana («¡perroflautas!», exclama alguien al fondo)… Y todos gozamos, por momentos a carcajadas, con algunos sketches: el mismísimo Mick Jagger parodiando a Keith Richards, una escena delirante imitando a Patti Smith, Paul Simon vestido de pavo, una surrealista entrevista con McCartney, una genial sátira de Sinatra cachondeándose de Bono… Los subtítulos son en un castellano bastante tosco, pero Dani «Chicagoman» se encarga de explicar algún buen chiste cuando resulta incomprensible. Lo cierto es que esta colección es un material sensacional, puro rock con el que las primeras horas del viaje pasan volando.
Alrededor de las cuatro y media paramos para merendar en un lamentable bar de autopista, en el que todo hace pensar que sus lavabos hace un tiempo pedían con urgencia una limpieza a fondo. Ahora, la mejor forma de desinfectarlos sería derribándolos y construyendo unos nuevos. Nos desperdigamos por la barra y por la sección de pastelería industrial, un valiente Ariel opta por un sándwich, Josu adquiere un paquete de Yayitas de chocolate y le alabo el buen gusto: nos reconocemos consumidores de esta económica delicia e introducimos a Mac en los secretos de Mundo Yayita: las de miel son otra maravilla, las de manzana quedan descartadas. Mac no se lo piensa mucho y ataca el paquete para mojarlas en el café con leche mientras me explica que, no importa la hora del día, lo suyo siempre es café con leche. Los fumadores aprovechamos para darle al vicio mientras disfrutamos de una escena que, aunque bien lamentable, no deja de tener su gracia: el conductor de un autobús proveniente de algún país del este de Europa entra a rescatar a una verdaderamente oronda señora de más de sesenta años que permanece apoyada sobre una mesa y perdida en su nube etílica, seguramente sin recordar qué demonios hace en un lugar completamente desconocido. Por los tumbos que da su tremenda humanidad cuando logra ponerse en pie, parece que la nube, de tan densa, amenaza tormenta. Que tengan suerte sus compañeros de viaje. La van a necesitar.
De nuevo en marcha, Alejo consigue que el reproductor de DVDs lea Los premios Mastropiero, de Les Luthiers. Dani, mi compañero de fila, aprovecha para pegar una cabezadita de profesional: antifaz, tapones para los oídos y collarín inflable de viaje. Ariel lee; al fondo, Mauro, Josu y Mac charlan. Alejo y yo somos los únicos que seguimos a Les Luthiers pero pronto me desengancho: quince minutos seguidos de ellos es mi medida. Alejo tampoco tarda en pedirme que lo quite. Los pipiipiiiis de los mensajes en los móviles son constantes durante la expedición, todos le damos al teclado. Es lo que tiene la telefonía portátil.
Hemos dejado atrás la autopista y rodamos por una horrible carretera secundaria que nos ha de llevar a Sos del Rey Católico, se hacen bromas con los nombres de los pueblos que atravesamos, comentamos la belleza de algunas de las chavalas que vemos por las ventanillas. El humor proviene, esencialmente, de la última fila. También me cuentan cómo el concierto del verano pasado en Luna Lunera tuvieron que suspenderlo a la quinta canción debido a la tromba de agua que cayó, y que ya fue imposible volver a salir. Así que hoy tienen ganas de resarcirse de la mala experiencia. Alejo viaja dolorido por un pinzamiento en la espalda, recuerdo de una vieja lesión, Ariel nos comenta que Sergio Makaroff arrastra una tendinitis en un tobillo… No podemos evitar reírnos un poco sobre el estado de forma en el que van a presentarse ambas formaciones esta noche. ¡Esto es rock and roll! Alejo aguanta las bromas sobre los viejos rockeros y participa de ellas.
Una parada para evacuar líquidos mediante el popular recurso de la sombra de un par de árboles, echarse otro pitillo y estirar las piernas y, a las siete –cinco horas después de haber salido de Madrid–, llegamos al Parador Nacional de Sos del Rey Católico. En recepción nos encontramos con Sergio Makaroff, que acaba de llegar junto a los dos músicos que le acompañarán esta noche. Hay saludos y buena onda. De todos modos, observo el encuentro entre Sergio y Alejo, pues sé que los antaño grandes amigos hace algo más de una década tuvieron un enorme desencuentro y, desde entonces, pusieron fin a su amistad. Sin embargo, ambos se dan la mano con cortesía, se miran a la cara (diría que con afecto) y se preguntan cómo están. El que podía ser el momento más incómodo del viaje se resuelve en segundos, con caballerosidad y sin demasiada tensión. Sergio ha prometido traerme un regalo que busco infructuosamente desde hace veintidós años e inmediatamente me lo entrega. Me pongo más contento que Jeff Lynne cuando supo que iba a producir a los Beatles sobre un tema del difunto Lennon.
PROBANDO SONIDO
A las siete y veinte hay que estar de nuevo en recepción para dirigirse a la prueba de sonido de Tequila, así que no hay tiempo más que para dejar el equipaje y asearnos mínimamente tras el viaje. Al salir de mi habitación me cruzo con Mauro Mietta, bajamos juntos por la escalera y charlamos de La hora de los gigantes, el excelente último disco de Coque Malla, que él produjo. Descubro a un tipo encantador, algo tímido pero cargado de mucho humor. En la puerta ya están Josu García y Mac Hernández, que, agárrense donde puedan, estos días andan introduciéndose con pasión en la discografía de ¡Patxi Andión! Y es que los dos son como la fracción folkie de Tequila y parecen compartir descubrimientos musicales. Dado que, tras el concierto abortado del año pasado, ya conocen el camino hasta el lugar de la actuación y que por la peculiar disposición del pueblo –calles estrechas, empinadas, empedradas– no hay más alternativa que ir andando, nos adelantamos y los cuatro comenzamos la «escalada», aprovechando para saludar a los lugareños que nos cruzamos, algunos disfrutando de la sombra en las habituales tertulias a las puertas de sus casas.
El espacio en el que se va a celebrar el concierto es realmente hermoso. Con el escenario abajo y las gradas pegadas al mismo y en ascenso, todo rodeado de casas. Desde luego, no es de extrañar que el Luna Lunera esté siendo un festival cuya fama se extiende entre músicos y público. Tequila comienza su prueba, tocan como jams en las que Alejo canta divertidas improvisaciones (¡hola, Sergio Dalma!), mientras estira su dolorida espalda. El único tema del grupo que cae es «El barco». Cuando regresan al lujoso camerino –una biblioteca municipal instalada en la parte superior de la lonja–, les espera la impresionante cena, preparada por un restaurante del lugar –luego, el cocinero se acerca a saludar–, regada por buenos vinos (descorchados por el experto Ariel). Sin mucha dilación, y entre bromas de que este es el mejor camerino y catering que han tenido jamás, y que solo por esto ya vale la pena venir a tocar aquí, nos situamos alrededor de la mesa y dejamos que las mandíbulas comiencen a trabajar. Cuando ya le hemos pegado un buen meneo a las viandas, oímos a Sergio que está iniciando su prueba emitiendo unos potentes gorgoritos. Escucho cómo Alejo Stivel le comenta a Ariel: «Sigue teniendo el mismo vozarrón».
Con el estómago lleno, me dirijo al escenario para seguir la prueba del gigante ruso-argentino-barcelonés. Estoy disparando fotos desde la grada cuando, a la izquierda, en una especie de balconcito que comunica con el backstage, veo a Alejo tirándole, discretamente, unas fotos a Sergio… Ariel se suma a la prueba pues saldrá a escena en las dos últimas canciones de su querido amigo y letrista.
Los Tequila regresan al hotel –a Alejo le espera un fisioterapeuta para ponerle en forma la espalda– y yo aprovecho para charlar con Sergio y sus dos músicos, quienes tienen un camerino francamente alucinante: una sala de considerables dimensiones, de vigas vistas de madera, una columna con capitel… todo muy… auténtico… «El mejor camerino que he tenido en mi vida», no duda en decirle al director de Luna Lunera cuando éste se acerca para preguntarle si todo es de su gusto. Un catering similar al de Tequila les espera, pero solo cenan Pepe Curioni (bajo y coros) y Dani Campos (teclados, flautas, armónicas, coros), pues Sergio nunca come antes de un concierto y cenará más tarde.
SERGIO MAKAROFF, EN TRÍO Y EN DIRECTO
Alrededor de las once y cuarto, Sergio Makaroff y sus dos acompañantes saltan al escenario. Sergio, armado con su guitarra acústica, anima desde el micrófono a la gente que todavía está en la puerta a entrar al recinto. Abre con «La culpa es mía» y no tarda en demostrar porqué es descendiente del inventor del rompehielos: su excelente sentido del humor y sus canciones antidepresivas se ganan con rapidez a un público que, mayoritariamente, ha ido a ver a Tequila. Van cayendo «Crimen y castigo», «Color en el blanco, «Vamos, nena», «Como un condenado», «Chau Chochín», «Si el amor se acaba», «Estrella de rock»… El formato de trío con el que ha venido esta noche se adecua perfectamente a su repertorio: desde una base acústica le da el suficiente aire pop a los temas y no se echa a faltar la presencia de una batería. El argentino Pepe Curioni y el barcelonés Dani Campos se destapan como unos excelente músicos. Además, adoran a su «jefe».
El delirio del set de Makaroff llega con su megahit más popular, la canción que cierra el concierto y que todo el mundo conoce. Y esta noche, para colmo, podemos disfrutar de ella con Ariel Rot y su guitarra eléctrica. Claro, es «Tranqui, tronqui» (aka «La mountain bike»). Se meten para adentro y regresan –Ariel incluido– para rematar con el bis, «Master of the universe», un tema complicado sin gran aparataje sonoro detrás que, sin embargo, resuelven con ingenio y queda perfecto. Una vez más, Sergio Makaroff ha ofrecido una sublime y elegante actuación, demostrado que en directo es un hacha, un músico con una capacidad de convicción y comunicación tremendas, tanto en grupo como cuando actúa solo con su guitarra o, como esta noche, en formato de trío. En el camerino está relajado, sabe que todo ha ido rodado. Como él mismo diría: «todo plan es perfecto si sale a pedir de boca», y este lo ha sido. Ya puede cenar.
TEQUILA EN ESCENA
Subo al camerino de Tequila, quienes, ya vestidos para el show, están dándose los últimos retoques. Alejo me cuenta que el fisio era muy bueno y ha estado hora y media trabajándose su maltrecha espalda. Lo suficiente para que pueda encarar con garantías las próximas dos horas. Los acompaño hasta el pie del escenario, suben a él y, sin dilación, arrancan con «Rock and roll en la plaza del pueblo» en una versión que acentúa la esencia blues rock que siempre tuvo este tema. Le sigue «Mira a esa chica», y resulta evidente que Tequila en su versión 2009 está muy engrasado y suena con una profundidad que el grupo original no tenía, las canciones adquieren nuevos bríos, son las de siempre pero con un aire renovado, como me dirá luego Alejo, «éramos muy jóvenes, ahora hemos cambiado inmediatez por sabiduría». La banda es perfecta, totalmente conjuntada y entregada ante una audiencia –bastante mayor, todo sea dicho de paso– rendida ante la aplastante sucesión de hits: «Matrícula de honor», «Mr. Jones», «Me voy de casa», «El barco», «Las cosas que pasan hoy», «El ahorcado» (de Makaroff, ahora en una exultante lectura con aroma a Nueva Orleans)», «Nena», «Ya soy mayor» (la única balada, con Alejo sentado en un taburete), «Que el tiempo no te cambie», «Dime que me quieres», «Me vuelvo loco», «Quiero besarte», «Salta»… Por en medio, Alejo se toma un respiro y deja que Ariel se cante el «Sábado noche» de Moris que ellos, en 1978, grabaron en el primer disco hispano del inolvidable maestro argentino. Es precisamente Ariel Rot quien define el sonido del grupo con su siempre maravillosa guitarra, apoyado por las seis cuerdas de Josu García. La sección rítmica, con la contundente batería de Daniel Griffin y el certero bajo de Mac Hernández son los músculos que impulsan a Tequila, y Mauro Mietta resulta ser un teclista de mucho nivel, educado claramente en la escuela del rock argentino. Por su parte, Alejo Stivel sigue dando espectáculo en escena y mantiene en un formidable estado su voz, la misma de hace treinta años, pero algo más grave. Sergio Makaroff me dice que son unos músicos geniales, que de tan bien que suenan no tienen nada que envidiarle a los Rolling Stones. Y razón no le falta: Tequila sobre un escenario es algo digno de verse.
Tras dejar al personal flotando en una nube musical, el grupo se retira al camerino. Alejo, directamente, se ha echado en un sofá. Su espalda no puede más, pero está contento con el concierto, muy contento. Esta tarde, en la furgo, les he preguntado a los dos «jefes» si no tienen pensado editar un directo de la gira y me han respondido que no, aunque he desplegado una buena batería de argumentos para tratar de convencerlos. Tras el show, le insisto a Alejo: ahora no tengo dudas, sería una verdadera putada que el sonido que están desplegando en escena no quedara reflejado en un CD en directo… Él sonríe, se medio incorpora, y con la euforia del momento, dispara: «Mira, tienes razón, por ti lo vamos a sacar». A ver si es verdad, que los fans nos lo merecemos, para esta meritoria formación sería de justicia y estas nuevas lecturas de los viejos temas lo están pidiendo a gritos. Aunque es cierto que no han grabado en serio ningún concierto y, ahora, por delante, solo quedan cuatro fechas antes de que Tequila pliegue velas.
Hay alegría en el camerino y comienzan a descorcharse botellas, Mauro Mietta y yo seguimos, desde la distancia y algo atónitos, alguna habilidosa jugada trasegando contenidos botella-vaso. Se abren las puertas y suben los seguidores. Quieren saludar a las estrellas, hacerse fotos, tocarlos, contarles la suya, decirles que crecieron con ellos (algunos han crecido mucho, en horizontal). Lo llevan bien: Ariel posa decenas de veces con su mejor sonrisa, aprieta manos, ofrece la mejilla… Los buscadores de fotos son infatigables y algunos no abandonan hasta haber conseguido su preciado recuerdo con cada uno de los seis, en ocasiones con segundo disparo de seguridad. Y la gripe A dando amenazadoras vueltas por el mundo, pienso.
Makaroff y sus muchachos hace rato que se han ido, pues mañana deben madrugar. A eso de las cuatro considero que ya está bien. Llevo veintiuna horas en pie y he recorrido alrededor de ochocientos kilómetros, así que aprovecho que Edu y Belu se marchan para acompañarlos pues, de otro modo, creo que seré incapaz de encontrar el camino de regreso al hotel y acabaré por dormirme en cualquier rincón de este singular dédalo de callejones empedrados, todos iguales, a mis ojos de urbanita. Nos acompaña Mauro, que quiere dejar la maleta en la furgoneta para que se la llevemos al hotel, pues él seguirá en funcionamiento ya que siempre, después de los conciertos, le gusta recorrer los garitos de la localidad donde toca; por la tarde me ha contado algunas de las divertidas anécdotas que ha vivido en estas noches como Tequila. Ariel también se suma a la vuelta hacia el hotel, y vamos comentando algunos aspectos de este regreso de la banda, me dice que para él ha sido estupendo verse en el papel de guitarrista, y estar año y medio tocando un repertorio de puro rock and roll. Asegura que a partir del concierto número veinte el grupo empezó a sonar como un cañón, con la intensidad de esta noche. Nos despedimos, bastante cansados, en el ascensor.
DE VUELTA
La cita para el regreso es a las doce y media de la mañana siguiente, una hora antes, Belu se ha encargado de ir despertando uno a uno a los seis Tequila para asegurarse de que estarán en pie a tiempo. Poco a poco van apareciendo, con gafas de sol y caras de sueño, pero con buen humor. El que desplegarán en la furgoneta a partir de la una, cuando arrancamos para regresar a Madrid y se van comentando pormenores del concierto y la noche en los garitos del lugar. Dani es el primero en escabullirse hacia el sueño, pertrechado con su habitual equipo de descanso. Ahora no hay vídeos, sí charlas en grupos y algunas cabezadas de los que logran dormir.
A las tres del mediodía paramos a comer en un restaurante de La Almunia de Doña Godina. Un menú del día nada memorable. Me posiciono entre Alejo y Ariel. Hay buena charla, aunque no sobremesa: tras los cafés, retomamos el viaje. De nuevo en la furgoneta, es la hora de la siesta, solo Alejo y yo permanecemos despiertos –él es un insomne y yo nunca duermo en vehículos en movimiento–, conversando en voz baja. Me dice que ahora le da mucha pereza regresar a las producciones de discos, le ha pillado el punto de nuevo al escenario y lo está disfrutando. Está valorando la posibilidad de poner en marcha un nuevo proyecto para seguir en activo por su cuenta, aunque la idea de ir como solista no le convence, dice que es hombre de grupo. Ciertamente, parece que se lo ha pasado muy bien subiéndose de nuevo a los escenarios con Tequila. Le pregunto porqué dejó de cantar y me explica que nunca lo dejó, que nunca tomó tal decisión, que tras Tequila pasó un periodo bastante «dark» y que luego se fue dejando llevar por la vida, y que cuando se quiso dar cuenta, estaba en otras cosas, principalmente trabajando como productor.
Cae una tormenta descomunal, de aquellas en las que no ves a un palmo de la nariz. Pienso en cómo los músicos se juegan la vida con tanto viaje de aquí para allá por carretera. Despeja pero luego nos encontramos con otras dos intensas tormentas más. Todo el mundo se despierta para la correspondiente «parada técnica» en los lavabos de una gasolinera. De nuevo en ruta, les pregunto por los planes de cada uno cuando el 3 de octubre, en Burgos, y tras unos cuarenta conciertos, acabe Tequila. Daniel Griffin se va a incorporar a la nueva gira de Fito & Fitipaldis. Mauro Mietta va a grabar, en Boston, en el próximo disco de Rubia. Mac Hernández espera seguir en la banda de Ariel. Josu García planea el segundo álbum de Martín & García. Ariel Rot comienza, en el mismo octubre, la grabación de su nuevo disco que, probablemente, saldrá en febrero de 2010 y sobre el que me ha adelantado que le han salido temas bastante rockeros. Alejo Stivel no lo tiene nada claro.
En estas horas que hemos compartido, siempre que ha salido el tema del inminente final del grupo, los rostros de los seis se ensombrecen. Se lo están pasando bien entre ellos («una gira sobre ruedas, cero problemática, ni un solo roce en todo este tiempo», me comentaba ayer Ariel) y les sabe fatal tener que acabar, pero un proyecto como Tequila, inevitablemente, tiene fecha de caducidad, eso lo saben todos. Y las razones son dos: la idea ha sido recrear el viejo repertorio y así no se puede seguir toda la vida, y Ariel Rot, una de las figuras incuestionables del rock español, tiene su propio camino trazado; para él, Tequila ha sido un muy agradable paréntesis, un reencuentro con su pasado. En todo caso, andan dándole vueltas a la idea de montar alguna fiesta de despedida con la que la hora del adiós no sea tan amarga.
A las siete, con caras de agotamiento, llegamos a Madrid. Nos despedimos con promesas de estar en contacto, de hacerles llegar las fotos. Ariel y yo nos dirigimos hacia una parada de taxis. Coge el primero, pero mientras subo al segundo, se acerca para puntualizar un dato de la conversación que manteníamos caminando. A Ariel le gusta puntalizar, que las cosas queden claras. Pienso que, quizá por ello, por poner el fin que Tequila nunca tuvo, se decidió a retomar esta aventura. Tal vez fue su manera de puntualizar.
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