«Es un honor ser los custodios de obras que han sido, en algunos casos, elegidas como los mejores álbumes de la historia del pop español»
Discos Lollipop, sello de referencia desde los años de la Movida, cumple cuatro décadas y lo celebra con una fiesta, el 21 de octubre, en la sala Morocco de Madrid. Por sus manos ha pasado la flor y nata del pop español, también del punk, del rock e incluso de la música de los sesenta y setenta. Sobre su historia, su catálogo y la situación actual de la industria nos habla Miguel Ángel Sánchez, su director artístico.
Texto: SARA MORALES.
Fotos: ARCHIVO DISCOS LOLLIPOP.
Por las filas de Lollipop, sello discográfico independiente que se fundó en 1982, durante la primera etapa de La Movida, circulan nombres como Los Nikis, Objetivo Birmania, las Vulpes, Eskorbuto, Los Deltonos, Los Elegantes o Javier Ruibal, entre otros muchos, además de un rica colección de gemas de los sesenta y los setenta. Una carrera de fondo que cumple este año las cuatro décadas de existencia como estandarte discográfico de la historia del pop español, con sus idas y venidas, con negociaciones gloriosas gracias a la adquisición de otras disqueras, también con batacazos comerciales; con éxitos y tropiezos, con anécdotas de leyenda como cuando dejaron escapar a los Hombres G o cuando dieron con Javier Krahe y su Sacrificio de dama.
Su equipo, que ha mutado con el paso de los años, todavía mantiene la fe en el buen hacer y el buen oído y, pese a que los tiempos han cambiado —y mucho—, su esencia y su actitud se mantienen intactas. Sobre todo ello, en un interesantísimo recorrido por la historia de Lollipop, que es en muy buena parte la de nuestra música, nos habla Miguel Ángel Sánchez, su director creativo.
El papel de los fanzines en los ochenta fue decisivo. Tanto, que la creación del sello Lollipop se inspira en dos de ellos: Revista de la música y el propio Lollipop. ¿Qué tenía este segundo fanzine que hasta sirvió para bautizar el nuevo proyecto, la disquera?
En realidad fue una evolución natural. En Revista de la música se quiso hacer un fanzine multidisciplinar, que hablara tanto de clásica como de jazz, folk, pop o rock. Aquello estaba en tierra de nadie, con una maquetación más cercana a una revista que a un fanzine y, finalmente, la parte más rocanrolera decidió hacer su propia cabecera. Lollipop jugaba con que acababa en pop y que era un título que gustaba a los rockeros clásicos, por el tema de The Chordettes, y a los más modernos, por “My boy lollipop”, una de las primeras canciones de ska en triunfar en Inglaterra.
Las personas que habitan tras el origen del sello Lollipop son Agustín y Fernando Cabello (hermanos de Rafa, de Los Nikis), los hermanos Eduardo y Javier Mesonero, y Juan Carlos Damián. ¿Cuál era la declaración de intenciones que impulsó el nacimiento de este sello? ¿Qué vacíos y necesidades se pretendían cubrir con él?
No fue una declaración de intenciones, la verdad es que fue la necesidad de plasmar en discos todo lo que estaba pasando con grupos que eran amigos o personas cercanas a Lollipop. En aquellos años, se decía que los artistas de Lollipop eran todos del mismo barrio. Esa sensación de urgencia se plasmó con las grabaciones que Los Nikis realizaron y que, como no teníamos todavía licencia fiscal, se encargó a un sello pamplonica, Tic Tac, que los prensara. Yayo Aparicio, de La Vía Láctea, nos dio el contacto. Fernando Cabello, socio de Lollipop, era hermano del batería de Los Nikis, tocaba el saxo con ellos y también tenía un grupo de tecnopop llamado Metal y Ca. Ese fue el segundo fichaje y la primera referencia de Lollipop, ya que las siguientes fueron las reediciones de los dos primeros epés de Los Nikis. El siguiente grupo también era de Algete, vecinos de Los Nikis, Los Funkcionarios, donde cantaba Chapis Botella antes de saltar a la fama televisiva, y tocaba el bajo un adolescente Juanjo Ramos, muchos años antes de formar parte de Los Secretos. A través de Emilio y de Juanjo, Lollipop entró en contacto con otro grupo de amigos del barrio de las Avenidas, que tenían una banda llamada Bonitos Redford. Cuando entraron a grabar en mayo de 1983 ya se llamaban Hombres G. Pero todo era, como definió tan acertadamente José Manuel Costa, una «sensación de urgencia»; había que hacerlo y había que hacerlo ya. Era un grupo de amigos muy bien avenido: los hermanos Cabello, Agustín y Fernando, los hermanos Mesonero, Javier y Eduardo, y Juan Carlos Damián, que como era el único con trabajo fijo, le tocó darse de alta con la licencia fiscal.
Sin embargo, en 1987 ya entras tú en juego. ¿Cómo había sido tu camino en la música hasta aquel momento? ¿Qué te llevó a comenzar esta aventura?
En 1987 yo dirigía un fanzine de música country, hacía radio en Radio Mercurio y escribía sobre pop y rock en una revista de Barcelona llamada Revoluciones por minuto. Mi hermana es nueve años mayor que yo y ser el DJ de sus guateques me inyectó el vinilo en vena desde bien pequeño. La Radio, los discos y la revistas musicales me acompañaron durante toda mi adolescencia y juventud, hasta que decidí empezar a escribir y hacer radio sobre música. En 1987 conocí a Javier Mesonero y Juan Carlos Damián. En ese momento iniciaban una etapa de despegue con Paco Clavel, Rubi y los Casinos, Los Rosillo… El director de promoción era Manolo Notario, antes de fundar Hook Management, y comencé haciendo pequeñas colaboraciones: primero en promoción, luego en producción y, en 1988, ya estaba encerrado en el estudio con Joe Borsani grabando con Paco Clavel.
«Las independientes surgen ante la decepción que las grandes compañías tienen con la nueva ola. Esperaban algo parecido a lo sucedido en Inglaterra, pero aquí no hubo, a nivel de ventas, un Elvis Costello, unos Clash o unos Pistols»
Junto a ti, comienza también Emiliano Cubillo y, del staff original, se mantiene Juan Carlos Damián. ¿Qué ocurrió con el resto?
1988 fue un año muy duro para Lollipop. Decidimos invertir en producción, en promoción, en sueldos, en alquileres, pero el retorno económico traducido en ventas de discos fue extraordinariamente deficitario. A la vuelta del verano de aquel año se tomó la decisión de suspender pagos con la empresa y afrontar las deudas con letras de cambio personales. En ese momento se cierra la oficina, se guarda todo en mi casa y la mayor parte de los participantes asumen su porción de deuda, pero como último apoyo a la causa. Muchos ya estaban trabajando y, finalmente, solo quedó Juan Carlos Damián que, en 1989, convenció a un amigo del colegio para que aportara los suficientes fondos para dejar el saldo deudor a cero. Ese mismo año se crea la sociedad donde ya estamos los tres. Unos años después, Juan Carlos Damián también decidiría retirarse y, desde ese momento, seguimos solamente Emiliano y yo.
Una vez al frente de Discos Lollipop, ¿qué has mantenido de aquel manifiesto de principios con el que nació y qué has cambiado?
Ha cambiado todo. De entrada nos fuimos de Nuevos Medios y nos embarcamos en el proyecto de La Fábrica Magnética con Servando Carballar y Marta Cervera. Ellos fueron nuestros distribuidores, nuestros editores y los que nos ayudaron en el peor momento de Lollipop. Cuando cerró La Fábrica Magnética, juntamos dinero personalmente para evitar que el catálogo desapareciera y adquirimos todo el catálogo del sello, con excepción de Surfin’ Bichos y el primer elepé de Los Deltonos. Pero, hasta 1992, no volvimos a editar a un nuevo artista; fueron varios años de sequía, sobre todo porque yo estaba, en ese momento, embarcado en un bar country en Malasaña, llamado Nashville, con el cantante José Bulevar y el guitarrista de Manolo Tena, Ángel Venancio.
¿Y cuál es el equipo y filosofía actual de Lollipop?
El equipo lo formamos Emiliano Cubillo como gerente y yo como director artístico. Cuando tenemos necesidades, contratamos empresas externas de promoción o de servicios, pero procuramos que los gastos generales no se coman los ingresos y así poder seguir editando música. ¿Nuestra filosofía? Lo ponía en la orla del fanzine que dio origen al sello, «We wanna be rich»; pero como no puede ser, por lo menos nos divertiremos en el intento.
Entonces, el primer trabajo que editó Lollipop fue, en 1982, el epé Datos, del grupo Metal y Ca. ¿Cómo cayó en el mercado?
En realidad ese no fue el primer disco grabado, los primeros discos grabados fueron los dos de Los Nikis pero, como ya se habían encargado a Tic-Tac, se editó antes Datos con la referencia 001. Cuando se agotaron los de Los Nikis, se cambiaron las portadas y fueron las referencias 002 y 003. ¿Cómo cayó? Pues como un rayo. Entonces había unos canales muy determinados (Onda Dos, Radio 3, fanzines, tiendas de discos, locales, el Disco Express…) pero era un ecosistema pequeño aunque muy inquieto y proactivo ante las novedades. Se editaban mil discos de Metal y Ca. y se vendían en menos de una semana. Hubo tiradas que la tienda Escridiscos vendió casi en exclusiva.
¿Y el último que habéis editado? Vuestra novedad más reciente.
El último editado es un doble cedé con deuvedé sobre la historia del sello, con más de cuarenta temas que recorren los más de cuarenta años encerrados en nuestros archivos. Hemos obviado el catálogo Marfer para centrarnos en el pop-rock.
Junto a sellos independientes como Tres Cipreses, Dos Rombos, Nuevos Medios, DRO o GASA atendisteis un nicho que era necesario atender. De repente, la facción independiente y alternativa de la música en España comenzaba a tener salida. ¿Qué diferenciaba a Lollipop del resto de sellos?
Al principio absolutamente nada. En 1982 surgen DRO, Grabaciones Accidentales, Lollipop, Nuevos Medios… Al poco, se incorporan al lío Dos Rombos, Tres Cipreses, Spansuls o Rara Avis y, en 1984, nace Twins. Las independientes surgen ante la decepción que las grandes compañías (no solo las multinacionales, sino las grandes compañías nacionales) tienen con la nueva ola. Ellos esperaban algo parecido a lo sucedido en Inglaterra, pero aquí no hubo, a nivel de ventas, un Elvis Costello, unos Clash o unos Pistols; así que el globo se les desinfló tan rápido como se les infló. Incluso compañías como Ariola o Hispavox tenían sus sellos indies en sus estructuras (MR o Flush). Pero, en 1981, volaron las cartas de libertad y muchos artistas se quedaron sin sello o atrapados en contratos que les impedían seguir grabando. Ese fue el momento adecuado para el cambio de ciclo. Cambio que se completa cuando en Los 40 principales deciden que hay que apostar por la modernidad y comienzan a incluir discos independientes en su programación, que llega a toda España y provoca un efecto revulsivo, pero no entre los más o menos «enterados» que seguían la actualidad musical, sino entre la juventud en general, donde cuajaron estos nuevos sonidos.
¿Sois conscientes de la importancia del papel que jugasteis los sellos independientes? Muchas de las bandas que hoy se entienden como totémicas de nuestra escena musical vieron la luz gracias a una labor como la vuestra.
Son totémicas porque estaban en el lugar adecuado y en el momento oportuno. Había un cambio musical, un cambio social, un cambio generacional que no se había realizado de una forma progresiva y, de repente, sucedió. Lo que ayer era guay, había quedado trasnochado, por lo que «lo más» en aquel momento era algo totalmente distinto y novedoso. Los sellos reinvertían sus ingresos en hacer nuevos discos. En cinco años, se hicieron una cantidad increíble de grabaciones de todos los estilos, desde punk hasta pop, desde funk y soul hasta jazz.
Desde luego, eran otros tiempos. ¿De qué peca la industria hoy?
¿Qué industria? Ya no hay una industria de la música… Somos los últimos disqueros. Lo que hay ahora es una industria del entretenimiento, que van de YouTube a Tik-Tok, de Instagram a Facebook. El disco de vinilo no se escucha, la gente lo compra como un objeto de merchandising para tenerlo en casa, pero luego oyen la música en Internet. Internet es la panacea para los consumidores, pero es un infierno para los creadores y los productores independientes. Los creadores, tanto autores como intérpretes, reciben una ridícula basura por poner su obra a disposición, y los productores independientes no obtienen los ingresos necesarios para mantener una actividad digna y continuada. En este metaverso, las únicas que aguantan son las grandes corporaciones porque tienen un inmenso fondo de catálogo donde está la historia con mayúsculas de la música popular y la clásica. No hay espacio para mantener una estructura empresarial de pequeño tamaño. O creces, y asumes que eres industria, o mueres. Eso le pasó a DRO. Eso le ha pasado a Altafonte. Pero es como en la sociedad, no queda clase media. Ya no hay un Hispavox, un Zafiro, una gran compañía española. Están las tres majors, algunas empresas con un tamaño adecuado a su estructura y medios y, finalmente, un enorme conjunto de pequeños sellos y producciones autoeditadas. La única forma de hacerse oír y hacerse ver, que los poderes públicos no escuchan, es agrupándonos para defender nuestra posición. Por eso surgió la Unión Fonográfica Independiente hace casi veinte años.
Los Nikis, claro, Hombres G, Rubi y los Casinos… ¿Qué os hacía elegir entre una banda u otra? ¿En qué os fijabais y qué condiciones debían cumplir los grupos para publicar un disco con Lollipop?
En los primeros años era simple amistad y puro disfrute de verlos tocar en Rock-Ola u otras salas para que grabaran con Lollipop. Había que elegir porque el dinero no era infinito y preferíamos grabar a artistas cercanos a nuestro estilo. En el equipo de Lollipop había rockeros, tecnos, funkys y poperos….
«Internet es la panacea para los consumidores, pero es un infierno para los creadores y los productores independientes»
¿La historia hubiera sido diferente si no hubierais dejado escapar a Hombres G?
Pues no lo sé. El momento de un disco es el momento de un disco y, a lo mejor, con el primer álbum de Hombres G en 1984, y editado por Lollipop, podría no haber pasado lo mismo que grabado por Twins en 1985. Y «dejar escapar» es la definición perfecta de lo que sucedió. En 1983, Hombres G grabaron los temas de sus dos primeros singles. Ahí ya estaban “Venezia” y “Marta tiene un marcapasos”. “Marta” se vendió relativamente bien y, en la primavera de 1984, hubo que tomar una decisión, cada disco se financiaba en gran parte con los ingresos del anterior. La decisión estaba en grabar todo un elepé para Hombres G o bien un tercer single para Metal y Ca. Hombres G realizaron una maqueta donde estaba casi todo su primer disco, ya con Paco Trinidad en la producción, y se tomó la siguiente decisión: grabar y editar el tercer single de Metal y Ca., “Oriente”, y posponer para el otoño la grabación del elepé de Hombres G. Ese single de Metal y Ca. es el que peor se vendió de todos sus discos y, en otoño, ya no había fondos para grabar el álbum de Hombres G. Los chicos, hartos, decidieron dar un concierto de despedida en la Sala Autopista, que había abierto en La Vaguada. A esa fiesta acude Paco Martín y, en enero de 1985, ya están grabando ese disco y esas canciones. Pero no lo edita Lollipop, sino Twins. El resto es historia.
Como comentabas, la distribución de vuestros discos corrió, desde 1988 hasta 1991 (antes fue Nuevos Medios),a cargo de La Fábrica Magnética, empresa de la que al final termináis absorbiendo todo su catálogo cuando cierra. ¿Cómo fue aquel proceso?
Nosotros ya habíamos sufrido la quiebra de Pancoca en 1984, que casi acaba con toda la independencia madrileña, así que renunciamos a distribuir nuestros álbumes y cerramos un acuerdo con Nuevos Medios porque era el único que incluía la fabricación de los discos, lo que nos dejaba más libertad económica para grabar. Pero, en 1987, Lollipop se lanzó a invertir en promoción, radiofórmulas, camisetas y campañas sin que las ventas cubrieran los gastos. En plena crisis, nos reunimos con Servando y Marta, que se iban de DRO para abrir La Fábrica Magnética, y nos hicieron una oferta por irnos con ellos que no pudimos rechazar. Durante esos años, Servando inventó el «trescientos sesenta grados». La Fábrica Magnética era sello, estudio, editorial, distribuidora, sala de conciertos, promocionera y agencia de management. La Fábrica Magnética cubrió el lapso entre el final de la posmovida y el nacimiento del indie a mediados de los noventa. Entre DRO y Subterfuge, entre Los Amantes de María y Surfin’ Bichos. Abrió la puerta a nuevos y viejos sonidos. El regalo de Silvia, Beef, Parafünk, CoolJerks, Alias Galor o Insanity Wave. A La Fábrica Magnética la mata el enfrentamiento con Los Deltonos, que obliga a sus propietarios a depositar muchísimo dinero en los juzgados para seguir con los procesos judiciales. Poco a poco la producción va mermando y finalmente cierran. Nosotros seguimos con La Fábrica siendo nuestra distribuidora hasta el final, incluso cuando la logística ya la llevaba Running Circle. Solo tras el cierre definitivo nos cambiamos a Coda Music, que empezaban por aquel entonces. En un momento dado, Servando nos comentó que en la liquidación de activos se iban a vender los masters e hicimos una oferta que fue aceptada por el administrador concursal.
Por entonces ya eran los noventa y empezasteis a haceros con los discos de bandas como Aviador Dro, Los Deltonos, Sex Museum, Un Pingüino en mi Ascensor, Surfin’ Bichos… ¿De qué manera asististeis al cambio de década y en qué se notó a la hora de trabajar?
En 1992 lanzamos un nuevo artista, Nada Más; pero el punto de inflexión para nosotros es 1993 cuando editamos Sacrificio de dama, de Javier Krahe. Javier era una de esas personas que derrochaban honestidad brutal, como diría Calamaro, por los cuatro costados. Tratamos por todos los medios hacer promoción a la vieja usanza y nos dimos cuenta de que ya éramos parte del pasado. Eso nos empujó a hacer una reflexión sobre nosotros mismos y tomamos la decisión de invertir en La Fábrica Magnética, en vez de hacerlo en nuevos grupos que no íbamos a poder dar a conocer. En 1994, yo ya estaba en Internet y ya se adivinaba que podía ser un elemento clave en el entretenimiento. Los chicos se pasaban horas para bajarse unos mp3 a velocidades irrisorias comparadas con hoy en día. Tras comprar La Fábrica Magnética, durante la siguiente década hablé con amigos y conocidos que guardaban en sus casas los restos discográficos de sus batallas de la anterior. A Sardinita le compramos el catálogo Spansuls, con temas míticos del punk a cargo de Eskorbuto o Polanski y el Ardor. A Óscar Ruiz le adquirimos Dos Rombos, donde Vulpes había grabado “Me gusta ser una zorra”, pero que también conservaba las grabaciones de Los Secretos cuando aún eran Tos o grupos tan interesantes como OX Pow o Los Monaguillosh. A Miluca y Luis le compramos Rara Avis, con Objetivo Birmania, Elegantes o Kiki D’aki. En realidad hicimos lo que ahora, con mucho más poderío y a nivel mundial, hacen fondos de inversión a través de Hipgnosis o Primary Wave.
«El punto de inflexión para nosotros es cuando editamos Sacrificio de dama, de Javier Krahe, una de esas personas que derrochaba honestidad brutal, como diría Calamaro»
En 1999 adquirís los catálogos de Marfer, con música de los años sesenta y setenta, de Don Lucena (con Paco Lucena, que fue mánager de Sabina, al frente) con grabaciones de Javier Krahe, Burning, Javier Ruibal, Malevaje…). ¿Qué os lleva a esta apuesta?
Conocí a Antonio Martínez, el dueño de Marfer, en 1999, y, en 2001, iniciamos una relación comercial con la adquisición de su catálogo de singles. No quería desprenderse de muchos artistas que le daban todavía ingresos, principalmente en América; así que, durante los siguientes años, fuimos comprando poco a poco partes del catálogo de Marfer. Cuando Antonio Martínez falleció, su hijo terminó cerrando una operación que incluía el resto del catálogo Marfer. A Paco Lucena le conozco a través de Javier Ruibal, amigo de Javier Krahe. Cuando estábamos grabando el álbum Versos de tornillo, Ruibal nos comentó que Paco Lucena, tras romper con Sabina, no andaba muy bien y había vendido la editorial de sus discos a EMI. Nos sentamos a negociar y, finalmente, nos quedamos con todo el catálogo de Don Lucena Discos. Don Lucena es un catálogo conformado con mucho cariño a sus artistas. Paco Lucena apostaba por nombres como Burning o Malevaje y financió grandes obras de la música popular: Pensión Triana sigue siendo insustituible en la carrera de Ruibal, No mires atrás es el último disco que grabó Pepe Risi en vida, y qué decir de Con su permiso Don Carlos, el disco de homenaje a Gardel con Sabina, Juan Perro o Raimundo Amador. Es un honor ser los custodios de obras que han sido, en alguno de los casos, elegidas como uno de los mejores álbumes de la historia del pop español.
Y respecto a Marfer, nos movió el amor hacia los grupos de los años sesenta que grabaron en la casa. Los Marshalls, Los Impala, Los Corbs… Discos progresivos como Pepe Sánchez y su Rock Band, etc. Lo que pasa es que Marfer era mucho más que eso y, en la actualidad, tenemos un increíble fondo de catálogo de flamenco, copla, rumba y clásica. Trabajar con ello nos ha hecho valorar mucho más esos géneros y la particular idiosincrasia de sus intérpretes. Posteriormente, también hemos incorporado grabaciones coetáneas a Marfer. Hace unos años llegamos a un acuerdo con los herederos de Alfonso Sainz para administrar el catálogo de Guitarra (Taranto’s, Donna Hightower, La Mosca, Alfonso Sainz) y el año pasado adquirimos Discos GMA (Sherpa, Skorpis, Jerónimo, Ana María Drack…).
De todo lo que comentas llama especialmente la atención vuestra apuesta por el punk, con bandas como Eskorbuto o las Vulpes, pero también por discos de María del Monte o Paloma San Basilio… ¿A qué se debieron, y cómo se produjeron, estos giros?
En realidad no son giros. Eskorbuto y Vulpes llevan con nosotros más de veinte años, que fue cuando Spansuls y Dos Rombos fueron adquiridas. Pero no solo están ellos, en los archivos de Spansuls se atesoran otras grabaciones de punk de los ochenta como Larsen, los vallisoletanos Disidentes o los jienenses Conservantes Adulterados, los creadores originales de “Bajada de anfetas”. Lo de María del Monte o Paloma San Basilio fue casi sin querer. Durante más de siete años fui el director de producción de Rama-Lama Music y también estuve trabajando en Ventura Discos, que compartía oficina y socios con Rama-Lama. Cuando Ventura quiebra y entra en concurso, yo quería adquirir los dos discos de Los Petersellers y algún otro grupo, pero en la liquidación concursal tuvimos que ofertar por todo el repertorio, así que nos endeudamos pero nos hicimos con ello. Los discos más pop pasaron a Lollipop y los más melódicos o folclóricos pasaron a Marfer, como José Manuel Soto o María del Monte. De este catálogo destacaría el último disco que grabó Mari Trini, un doble álbum junto a Los Panchos con una esmeradísima producción.
¿Alguna vez habéis cerrado la puerta a alguna propuesta? ¿Cuál fue y por qué?
Muchas veces, pero por falta de medios económicos para afrontarla. Siempre es difícil, cuando algo te gusta, decir que no, que no puedes asumirlo y que es mejor que se busquen otra alternativa. Destacaría Hombres G como paradigma de una situación así. Pero también ha habido situaciones similares, pero de mucho mejor calado. Y sí me viene a la memoria la propuesta a Javier Ruibal de grabar con nosotros, aunque él prefirió hacerlo con PDI. Pero rechazar un artista y que este luego lograra desarrollar una carrera…, la verdad es que no recuerdo ningún sobresaliente ahora mismo. A veces me he liado la manta a la cabeza y, si algo me gustaba, buscaba socios para hacerlo. Ese el caso de Hachiko Records, un sello que monté a medias con el director de la revista Minami para sacar artistas españoles haciendo j-pop (pop japonés). De ahí surgieron Charm, Vitek, Thais, Red Square o Gothic Dolls, pero, a pesar de todo, lo que ha seguido vendiendo es la banda sonora de Oliver y Benji (los magos del balón…). Aunque Charm, que grababan en japonés y castellano, siguen vendiendo sus ocho álbumes en todo el mundo, principalmente en América.
¿Cuál es la actividad actual de Lollipop? ¿Sigue apostando por los formatos físicos o ya solo por el streaming?
Lollipop en la actualidad sigue digiriendo el enorme catálogo que aún no tiene en digital. Seguimos remasterizando, limpiando, recuperando portadas y poniendo en valor todo el catálogo que queda aún por reeditar. En los primeros dos mil, José María Cámara me recomendó, tomando un café, que leyera un libro: La economía long tail, de Chris Anderson. Aquel libro me cambió la percepción de cómo iba a cambiar el acceso a la música. 2003, iTunes y después Spotify hicieron el resto. A nivel de soporte físico, tenemos muchos discos aún en stock disponible y, recientemente, hemos llegado a acuerdos con distintos sellos para editar vinilos. Con Munster hemos reeditado Los Nikis, Eskorbuto, Vulpes, Zoquillos, etc. Con Lemuria reeditamos en su momento Almodóvar & McNamara, Paraíso, Hombres G o Los Nikis. Con Radical 77 reeditamos Larsen, Conservantes Adulterados o Farmacia de Guardia. Más recientemente hemos reeditado, con Snap Records, singles de Larsen, y Polanski y el Ardor. En breve, continuaremos con la colaboración con la reedición de la primera versión de “Calle del ritmo”, de Los Elegantes, y un diez pulgadas que recogerá las seis maquetas que Tos grabaron antes de la muerte de Canito y pasar a ser Los Secretos.
¿Cómo valoras la escena musical de hoy en día? No solo en cuanto al funcionamiento de los sellos, sino también a nivel sonido, bandas, nuevas formas de promoción, de ejecución…
Nosotros ya estamos de vuelta. Quiero decir, la escena musical está viva, bulliciosa y muy activa. Más de un centenar de sellos forman un ecosistema independiente donde profesionales de varias generaciones desarrollan proyectos musicales muy bien estructurados. Organizan festivales, preparan giras, producen discos, dirigen redes sociales y, todo ello, con unos equipos de trabajo diligentes y enfebrecidos. El sonido se ha democratizado. Ahora con un ordenador y un micro puedes grabar música. No producir música, pero sí grabarla. La promoción se ha externalizado y la gestión de derechos se ha convertido en una parte del negocio tan importante como el propio fonograma. Los sellos producen, colaboran y, a veces, incluso cierran acuerdos con las corporaciones. Estas, a su vez, ya no son discográficas, son empresas del negocio musical donde articulan su trabajo alrededor de la música, trescientos sesenta grados a su alrededor. La música es un planeta y en él conviven y se solapan distintos ecosistemas. Igual que hay tundra, selva, sabana y desierto, hay independientes, corporaciones, autoeditados y distintas mixturas.
Pero…
Pero le falta una adecuada forma de reasignar los valores de reparto, que ponga el valor el derecho que tienen los creadores para cobrar una cuantía más justa por su obra. No es posible que un productor fonográfico pequeño no obtenga, por la difusión de las obras en las que invierte, ni tan siquiera el suficiente retorno como para cubrir costes e invertir en una nueva producción. Eso obliga a cerrar acuerdos con los artistas que incluyan todas las facetas: management, publishing, booking, etc. Lo que contribuye a un empobrecimiento del ecosistema. Ya no hay grandes managers independientes, grandes editores independientes. Los catálogos editoriales y fonográficos se venden como activos financieros, las agencias de management tienen los mismos propietarios que las discográficas y las grandes giras, las realizan tres grandes corporaciones del directo que son capaces de revenderte las entradas a gogó tras agotarse en el sitio oficial. Pero bueno, Lollipop ya es un elemento incorporado a la historia de la música pop que se ha hecho en España. Seguiremos poniendo el valor nuestro catálogo, y de vez en cuando, nos volveremos locos por algún artista que nos motive o nos emocione. Así nos ha pasado este último año en tres ocasiones: Marta y Micó, una voz y una guitarra que, partiendo del tango, han elaborado una de las mejores apuestas de la canción de autor de los últimos años. Chico Sol son de barrio, rock, pop y rumba fusionados en una propuesta musical que, a la primera audición, tras ganar un concurso de pop, nos ha hecho apostar por ellos con sucesivos singles. Y, finalmente, la apuesta más lúdica se llama Luna Park. Lady Luna y Mr. Park se dedican a pasar por el tamiz de su creatividad maravillosas versiones que quedan revestidas de pop electrónico. Así lo han hecho con “Las mil y una noches”, un tema de las mexicanas Flans que será el tema estrella de la película Infelices para siempre, que se estrenará estas navidades.