«Fue un concierto con algunas colaboraciones históricas que confirmó el imbatible repertorio alumbrado por sus artistas en estas cuatro décadas»
Se cumplen cuatro décadas de los inicios de DRO y el sello, fusionado con Warner, celebró su andadura con un concierto único en el que participaron Loquillo, Andrés Calamaro, Alaska, Jaime Urrutia, Iván Ferreiro, Coque Malla y Ariel Rot, entre otros.
Texto: ARANCHA MORENO.
Fotos: ÓSCAR LAFOX.
Podría haber sido a los 30 o a los 50, pero DRO ha escogido su 40 aniversario para hacer una fiesta por todo lo grande y recordar, ante la prensa y la industria, cómo pusieron en marcha un sello amateur que se ha convertido en la discográfica estandarte del rock en castellano. Un camino arduo, cuyos inicios se remontan a un puñado de románticos que fundaron en su día Discos Radioactivos Organizados (DRO), Grabaciones Accidentales (GASA) y Tres Cipreses, que acabaron formando equipo con una multinacional del tamaño de Warner y consiguieron, en palabras de Alaska, «que el pez pequeño se comiese al pez grande».
Esa fue la reflexión, durante la presentación de la gala, de quien ejerció de anfitriona junto a Inés Hernand en una velada tan inesperada como única. Y es que, en la convocatoria que nos llegó a los medios, la lista de invitados mezclaba churras con merinas: junto a leyendas de la talla de Loquillo, Ariel Rot o Andrés Calamaro confirmaban la presencia de famosos carne de photocall bien alejados de la industria, y solo bajo cuerda se dejó entrever que habría música en vivo. Finalmente, lo que ocurrió en The Music Station, en el auditorio que hay junto a las oficinas que habita la compañía desde hace un año, fue una grata sorpresa: un concierto, a modo de panorámica del sello en la actualidad, con algunas colaboraciones históricas que confirmaron el imbatible repertorio alumbrado por sus artistas en estas cuatro décadas.
«Coque Malla e Iván Ferreiro, siempre que comparten “Me dejó marchar”, destilan corazón y química»
Los encargados de abrir fuego fueron dos viejos compañeros de mil batallas (y alguna guerra), Andrés Calamaro y Ariel Rot, los queridos ex Rodríguez, acompañados por un tercer invitado que últimamente ha regresado a los escenarios: el mismísimo Jaime Urrutia. Tres de las voces y las plumas más irreprochables del siglo pasado unidas por el célebre “Cuatro rosas” ante el espasmo del personal, repartiéndose las estrofas del himno de Gabinete Caligari entre la gravedad de Urrutia y la versión más libre de Calamaro. Minutos después aparecieron Carlos Tarque y Dani Fernández, que se unieron a los dos músicos argentinos para interpretar el “Me estás atrapando otra vez” que escribió Rot en tiempos de Los Rodríguez. Una canción que ya hizo suya M Clan con Ariel en el disco en directo Dos noches en el Price, y que en esta ocasión, por vez primera, Tarque pudo compartir en vivo con Calamaro también. La guitarra de Rot deslumbraba en los solos y la fiera murciana, cómo no, rugió que daba gloria.
Si el repertorio se nutrió, principalmente, de grandes himnos los ochenta y los noventa, los artistas que los defendieron fueron mucho más eclécticos. Junto a los pesos pesados del pop y el rock figuraban las nuevas generaciones, representadas por Álvaro de Luna y Walls en un accidentado y demasiado ajeno “Voy a pasármelo bien”, o por Marlon y Ainoa Buitrago en el “Cien gaviotas” de Duncan Dhu. ¿Por qué no acudieron Mikel Erentxun y Diego Vasallo?, nos preguntamos entonces. Semejante selección de cartel debió traer de cabeza a su ideólogo, David Bonilla, que apostó por la mezcla intergeneracional y dejó que los jóvenes reinterpretasen viejos hits. Gabriel de la Rosa, del grupo Shinova, acompañó a la voz de Love of Lesbian, Santi Balmes, en el clásico de Nacha Pop, “Una décima de segundo”, y Paul Alone se unió a Rayden, que en unos meses se despide del oficio, en una versión medio rapeada del «Bonito» de Jarabe de Palo. Uno de los clásicos de Fito y Fitipaldis, «Soldadito marinero», que celebra este año su vigésimo cumpleaños, cayó en manos de un dúo bien avenido compuesto por Juancho, líder de Sidecars, y Rulo. Y el líder de Celtas Cortos, Jesús Cifuentes, «Cifu», paseó su inconfundible voz por su también inconfundible himno «20 de abril» junto a Dani Marco, de Despistaos.
Mientras tanto, en el patio de butacas pudo verse a otros tantos artistas que aún forman parte de la compañía o lo fueron en algún momento, desde Jorge Drexler hasta Jorge Ilegal pasando por Jacobo Serra o Javier Álvarez (¡cuánta jota en las gradas!). Para ellos actúo también Valeria Castro, casi debutante, que cantó con sentimiento una versión del “Aunque tú no lo sepas” que escribió Quique González para Enrique Urquijo mientras las pantallas homenajeaban a un puñado de músicos y compañeros de la discográfica que se han marchado en estos años, desde el propio Enrique hasta Pau Donés. Conmovió ver cómo Rot y Calamaro aplaudían con especial cariño a tres músicos que formaron parte de Los Rodríguez: el guitarrista Julián Infante, el bajista Dani Zamora y el guitarrista Guille Martín.
«Loquillo y Alaska demostraron por qué ambos son, cada uno a su atípica manera, los reyes del glam»
Si los fastos se iniciaron de la mejor manera (además del libro de Laura Piñero, Aquellos años accidentales, y la caja DRO 40 aniversario, con lo mejor de la historia del sello), el final del concierto estuvo a la misma altura. A esa que consiguen Coque Malla e Iván Ferreiro siempre que comparten “Me dejó marchar”, destilando corazón y química, agarrados con cariño y verdad desde que salieron a escena. Y tras ellos, el dúo imposible: Loquillo y Alaska, veteranos compañeros de aventuras desde sus comienzos que demostraron por qué ambos son, cada uno a su atípica manera, los reyes del glam. Cerrando la fiesta se quedó solo Loquillo aullando por última vez su “Cadillac solitario”, apoyado por la banda base dirigida con acierto por su productor, Josu García, que se encargó de las guitarras y de coordinar las actuaciones. Junto a él estuvieron Manu Garaizabal a la guitarra, Chema Moreno al bajo, Sergio Valdehita a los teclados y Alex Riquelme a la batería.
Al salir del auditorio, aún impactados por un cartel desigual que por momentos superaba cualquier expectativa, nos preguntamos hacia dónde caminarán DRO y Warner en el futuro, a tenor del cambio de registro abanderado por los jóvenes fichajes; o por qué, aunque hubo bastante presencia femenina entre las nuevas generaciones, solo hubo una mujer de la vieja escuela —Alaska—, un probable reflejo de que el rock, en sus primeras décadas, era eminentemente masculino. Faltó, quizá, más representación de la generación intermedia, algo diluida entre los veteranos y los más jóvenes. Lo incuestionable, sin duda, es que aquel sello que nació de la mente y el corazón de Servando Carballar, Alfonso Pérez y compañía, aliado posteriormente con Warner, ha escrito mejor que nadie la historia del rock español.