«Vinilos Cómic. 50 años de complicidad entre el cómic y la música»
Christian Marmonnier
SOMOS LIBROS
A todos aquellos que ya conocen las primeras entregas de esta apetitosa serie –»Vinilos Rock» y «Vinilos Eros», dedicados respectivamente a las mejores portadas del rock y a carátulas de estética erótica o relacionadas con el sexo más o menos explícito– seguro que también les interesará este interesante estudio gráfico sobre la relación entre las ediciones vinílicas y el mundo del cómic. No obstante, conviene lanzar una aviso a navegantes; dado que el presente volumen es fruto de la traducción de un original acuñado y editado en Francia, el lector se encontrará ante muchas portadas de discos cuya fuente de inspiración dibujada, son motivos más familiares a la cultura de nuestros vecinos del otro lado de los Pirineos, eso sí, junto a otros provenientes de diversos estados europeos, anglosajones –sobre todo norteamericanos– o, incluso, japoneses, más conocidos por los amantes de las tiras dibujadas.
La compilación es, a la par, amplia y llamativa dado el objeto de estudio cuyo mayoritario y expresivo “a todo color” seguro que hará las delicias no sólo del lector especializado amante del género sino también del –como quien esto escribe– ajeno a este mundo tan diverso y que tantos seguidores cuenta a nivel mundial. La otra lectura atenta de este singular álbum fotográfico deberían protagonizarla los amantes de la música en general y del fetiche discográfico en particular; no en vano, el amplio ramillete de carátulas reproducidas esconde producciones discográficas de géneros musicales que van desde el rock al blues, pasando por el folk, la psicodelia, el jazz, el hard, el punk o cualquier otra modalidad musical de corte contemporáneo.
Desde la parte, digámosle teórica, el autor ha incluido unos cuidados textos introductorios para cada apartado que sirven para poner al lector en sintonía y de paso –digo esto por los neófitos que por primera vez se acercan a estas temáticas– aprender bastante del mundo del cómic. Por el libro deambulan estilos del cómic clásico y personajes como Tintín, los primeros superhéroes norteamericanos como Superman, El Hombre Enmascarado, Flash Gordon, Betty Boop, Spirit, Charlie Brown y las prolíficas y populares escuderías Disney y Marvel, amén –como ya se ha dicho– de otras sagas francesas o europeas y personajes como Asterix; Lucky Luke; los Pitufos, Spirou; además de varios productos más de sus respectivos autores.
Destacan también las aportaciones del cómic independiente y underground además de la de los dibujantes japoneses que también ocupan un lugar importante en la colección, reflejando la importancia y las grandes aportaciones del los creadores del País del Sol Naciente y otros de aquellas latitudes lejanas. Todo, muy interesante, de verdad. Dado que el cómic español se pasa por alto y apenas se presentan discos producidos en nuestro propio país –apenas dos o tres muestras que lucen ejemplos provenientes del extranjero– se me antoja interesante –lanzo desde aquí la propuesta– para que algún estudioso patrio se líe la manta a la cabeza y saque adelante un estudio que abarque la relación con la música de los héroes de Bruguera, el TBO, a nuestros humoristas, dibujantes y artistas que en un número también apreciable –se de qué hablo– también han adornado de igual modo un buen número de portadas de discos de artistas y bandas de nuestra piel de toro.
JAVIER DE CASTRO.
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Keith Richards. Biografía desautorizada
Victor Bockris
Global Rhythm
Si al volumen que recoge la teórica historia de un rockero salvaje de nombre Keith Richards, se le añade un subtítulo rezando “biografía desautorizada”, lo que tanto el autor como la editorial del libro están tratando es que el lector ya potencialmente interesado por el tema, corra raudo a la librería con el morbo a flor de piel para hacerse con rapidez y devorar las más de quinientas páginas que por primera vez en nuestro idioma y de forma monográfica tratan de desvelar los claros y oscuros de una de las personalidades más fascinantes que ha dado el rock anglosajón del último medio siglo. Y es que si además dicha personalidad es uno de los fundadores y, tras casi cincuenta años de andadura profesional, miembro aún en activo y a pleno rendimiento de una banda mastodóntica por todas sus circunstancias y legendariamente conflictiva como los Rolling Stones, el menú está servido para los más sibaritas devoradores de historias musicales contadas pero también de leyendas urbanas mil. Y es que si existe un músico de su calibre que se haya paseado más que nadie por el filo de la navaja o, como diría la canción, “caminando por el lado más salvaje de la vida” sin haberse caído definitivamente por el precipicio, ese ha sido el singular guitarra solista de Los Cantos Rodados.
En esta suculenta entrega –brillantemente traducida por el músico Ricky Gil (Brighton 64, Matamala, Top Models, etc,)– de Víctor Bockris, reputado autor de literatura musical al que ya conocemos por sus trabajos editados sobre Lou Reed o Patti Smith, entre otros, nos traza una muy completa perspectiva de los que han sido la trayectoria artística y la vida personal del guitarrista, imbricando y separando ambas para intentar explicar por qué un artista –al menos, al principio– de naturaleza introspectiva como la suya frente a las más abiertas y espontáneas de Mick Jagger o Brian Jones, fue con el tiempo ganando terreno hasta convertirse en el auténtico motor de la banda demostrando su peso específico de puertas adentro dejando para el cantante mucho del protagonismo frente público y los medios; eso sí, a partir de una historia personal en el caso de Keith llena de aristas de toda índole, muy condicionada en cualquier caso, y prácticamente desde el principio de su carrera artística y a lo largo de estas cuatro décadas, por su relación permanente con las drogas. Todo y que por esta razón principal nada baladí su vida puede calificarse de convulsa y peligrosa y en ciertas etapas incluso rozada de auténtico dramatismo –esa línea tenue que otros con menos méritos cruzaron sin posibilidad de retorno–, el caso es que el bueno de Richards, protegido por no sabemos qué ángel de la guarda, ha logrado completar una provechosa trayectoria musical sazonada de varias –unas cuantas– relaciones amorosas, a cual más rica en matices y llenas todas de ilustrativas y reveladoras anécdotas, sobre todo las protagonizadas junto a Anita Pallenberg –una auténtica sufridora–, primero, y a Patti Hansen, a continuación.
Aunque uno pudiera pensar que esa relación constante con las drogas duras constituye la espina dorsal de esta trama, el auténtico hilo conductor de la misma es la reconstrucción progresivamente esclarecedora de la personalidad de Keith, a partir de una especie de lucha conflictiva consigo mismo a fin de separar el personaje –el Rolling Stone– que desde hace años le ha tocado representar en público, frente a la persona –se afirma en el libro– sencilla, en ocasiones insegura y puntualmente salvaje, aunque ostentadora de gran ternura y de un peculiar sentido del humor capaz de ridiculizar a todo el mundo, incluido él mismo, y la gente de su entorno más íntimo, sin excepción. Pero cabe decir que durante toda esta trayectoria, para quien no lo sepa y al menos desde mediados de los años 70, el auténtico sostén de Richards para sus horas más bajas, ha sido el bueno de Ron Wood y no Mick Jagger. Es decir, una especie de alma gemela, que aún con lo suyo, se ha convertido para el guitarrista en amigo, confidente, compañero de juergas y vicios varios, más allá de la lógica relación musical, estrecha y afectiva, cultivada en el seno de la banda.
En fin; para todos aquellos que se creyeron que Los Stones cancelaron varios bolos de una gira, porque Keith Richards se cayó de un cocotero, esta podría ser –quizás– una buena ocasión para descubrir la auténtica realidad oculta sobre aquella imaginativa historieta y sobre un buen montón más de jugosas historias.
JAVIER DE CASTRO.
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Sid Vicious. El icono salvaje del punk
Alan Parker
ROBINBOOK
Aunque seguramente más de uno o de dos no estarán de acuerdo conmigo, cuando sale a colación en alguna charla o discusión la figura de John Simon Ritchie, alias Sid Vicious, me gusta apuntar como opinión personal lo sorprendente y exagerada que me ha parecido siempre la trascendencia musical real y publicitación de un tipo como aquel, sí, sin duda, muy iconográfico y mítico por su –si alguien la quiere denominar así– romántica relación con la droga dura, pero de muy dudoso talento artístico.
Cierto es que Vicious personifica y representa quizás mejor que nadie de entre los protagonistas de aquellos años
truculentos el espíritu de aquel punk efímero, pero si exceptuamos la gran influencia que los tabloides y la prensa musical más underground tuvieron en la proyección impactante de la imagen, la actitud provocadora y la deficiente técnica de los Sex Pistols, poco o nada nos quedaría de la corta aunque intensamente azarosa carrera original –obviamos reapariciones contra-natura por un puñado de dólares– de los interpretes de la más alternativa de las versiones conocidas del himno del país de Su Graciosa Majestad. Dicho lo dicho, lo que no cabe duda, sin embargo, es que –frente a opiniones quizás algo retrógradas como la de quien suscribe esta reseña–, la auténtica realidad es que Sid Vicious forma parte del selecto club de los caídos célebres en acto de servicio de la historia del rock & roll, tras hacer buena aquella célebre premisa, característica del género, de “vivir intensamente y morir joven” que suscribieron Brian Jones, Jimi Hendrix, Janis Joplin o Jim Morrison, entre muchos otros más, antes y después del protagonista del volumen que hoy nos ocupa.
No es ésta, por supuesto, la primera biografía en nuestro idioma que alguien dedica al bajista de los Pistols de forma específica, ni tampoco formando parte de algún estudio retrospectivo global sobre el movimiento punk iniciado y finiquitado durante la segunda mitad de los setenta de los que ya existen varios, algunos incluso excelentes. Lo que sí que puede afirmarse con rotundidad es que ésta firmado por Alan Parker y que ha prologado el siniestro Malcom Mclaren –siempre dispuesto a seguir ordeñando la vaca que él ayudó a alimentar– es la más completa y detallada que se haya puesto en circulación hasta la fecha en nuestro mercado.
Escrita con pasión aunque muy bien documentada –sobre todo la parte más morbosa que son los pormenores de la muerte de su novia Nancy y los acontecimientos que sucedieron a ésta y la propia muerte de Sid– a partir de una investigación alternativa del autor y unos cuantos testimonios directos como el “crash” Glen Matlock o la conocida fotógrafa de aquellos ambientes Eileen Polk. El resultado global, un interesante acercamiento a la vida del artista muerto prematuramente donde salen a colación los principales ingredientes de su triste andadura: unos duros antecedentes familiares; una vida personal problemática desarrollada hasta el final en caída libre; y, lo más sugerente para todos aquellos que continúan fascinados por la personalidad contradictoria de Vicious: la tesis a resolver por el lector tras devorarse los dos centenares y medio de páginas que desarrollan la historia: ¿Qué fue Sid en realidad? En palabras de Parker: ¿Un estudiante de arte bromista, culto y ligeramente tímido? o ¿Un yonqui caricaturesco propenso a una violencia inexplicable? Buen dilema, sin duda.
JAVIER DE CASTRO.