Iggy Pop & James Williamson
Kill city
BOMP RECORDS, 1977
Texto: JUANJO ORDÁS.
1975 fue un año complicado para Iggy Pop. Con los Stooges disueltos tras grabar Raw power (su obra magna) y presa de adicciones y desordenes mentales, fue internado por voluntad propia en un sanatorio. Y es que, en aquella época, quien no le consideraba un chiste sencillamente le daba por acabado, algo que posiblemente tuvo bastante que ver con el desmesurado crecimiento de su ego una vez su carrera en solitario consiguió despegar (ego que domaría con la llegada de la madurez).
Registrado en 1975 (aunque no editado oficialmente hasta 1977), Kill city fue producto de las sesiones de grabación organizadas por el ex Stooges James Williamson en un intento de continuar creando música junto a Iggy. Si su amigo se encontraba recluido en una institución psiquiátrica, él se encargaría de ir a recogerlo y devolverlo puntualmente a sus puertas tras haber trabajado durante unas horas en las piezas que integrarían el álbum. Es por ello de justicia atribuir Kill city tanto a Pop como a Williamson, el primero como enérgico creador de letras y melodías absolutamente frenéticas y sensibles y el segundo como director musical y artístico de un disco que se situaba en coordenadas muy distintas respecto a Raw power, último lanzamiento hasta el momento de Iggy y los Stooges. ¿Es acertado referirnos a este artefacto como disco? Aunque es cierto que lo editado no deja de ser una maqueta, también lo es que su sonido difícilmente podría haber sido mejorado más allá de esta preproducción. Quizás habría derivado hacia un producto más pulido, más comercial, pero a día de hoy Kill city es lo que es: una obra electrificada pero con aristas detalladas, un trallazo de rock con entidad propia. Un disco infravalorado.
A lo largo de sus canciones, la influencia de los Rolling Stones es constante, desde cortes dinámicos como el homónimo tema que le da título hasta delicadas canciones de espíritu soul. La influencia de Keith Richards se cuela entre las cuerdas de Williamson mientras Iggy juega con fraseos que bien podría entonar Jagger. Y es que no hay que olvidar que sus satánicas majestades fueron, junto a los fab four de Liverpool la mecha que prendió más de un alma.
El sonido sucio, y aún así definido, dibuja un disco preciso, estructurado y ambicioso. Con devaneos instrumentales que evocan la necesidad de sobrevivir a la sombra Stooge, con el interés de demostrar que, más allá de provocaciones, eran músicos vocacionales. Se trazan aristas dislocadas, juegos musicales cuidados, rabia y potencia por primera vez dirigidas. Pero no con frialdad, sino orientadas hacia un producto que combinara el pulso protopunk con la diligencia intelectual. Y acertaron. El tiempo ha jugado a favor de una obra que suena más punk que los punks del 77, un asedio al castillo Stone en el que se desvalijan todos los bienes en nombre del rock and roll.