DISCOS
“Un batiburrillo que descansa en el más primigenio y personal sentido de lo que ha de ser una canción: tres minutos de fantasía y emoción, a la brava, sin complejos, usando lo que da de sí medio siglo de tradición”
El Ser Humano
“3”
LUSCINIA DISCOS
Texto: CÉSAR PRIETO.
Desde Valencia, Gonzalo Fuster nos presenta un nuevo volumen de una carrera arriesgada y escondida, de esas que lamentablemente no suelen llegar al público, pero que tienen la entidad suficiente para ir amasando buenas hornadas y poner la artesanía al servicio del talento. “3” es el nombre de su reciente elepé y el que hace el cuarto de su producción; nueve canciones de regusto aparentemente indie, pero en las que por debajo se asoma el campo de la fiesta; así, tanto ‘Mis raíces’ como ‘Levi-Strauss’ son un retrato de géneros populares que en esta última recuerda a Parade, con ese bamboleante espíritu entre sereno y grandilocuente.
Va sumando calas la feria, ‘Un mystique’, con el mismo título que una ópera rock del dúo barcelonés Astrud, con la que no tiene nada que ver más que el tono evanescente que se convierte al final en el ‘I am the walrus’ a partir de los arreglos que en el disco siempre son agudos e imaginativos. Una cultura popular, la que recogen las canciones, que puede beber perfectamente de los pasacalles, como en ‘Amiga fría’ para después convertirse en una baza lanzada por los cantantes melódicos de los setenta, casi a la manera italiana, con toques árabes, con pasodobles, anudando el Mediterráneo. Se comprenderá entonces que esa falta de estructura, ese alejarse de pautas en la construcción, pero sin alejarse demasiado, es una nueva tensión que sienta perfectamente a las canciones, a las ideas.
Y desde la otra orilla ‘El hilo’ guarda un ritmo de bossa y resultados de Juan y Junior y ‘Stein’, en su principio, parece condensar fragmentos perdidos de Duncan Dhu, así como ‘Expropietario de Bélgica’ de Héroes del Silencio o ‘Tito’ de Bowie, en un registro que tema a tema, según pasa el disco, va añadiendo más guitarras.
Pero no se piense por ello que las composiciones carecen de personalidad; la tienen y fuerte, han madurado, a cocción lenta, bien maceradas. Hay detalles sorprendentes, canciones que derivan de lo popular a lo pop en un segundo y el regusto es armónico, letras que basculan entre lo absurdo y la lírica más tradicional. Un batiburrillo que descansa en el más primigenio y personal sentido de lo que ha de ser una canción: tres minutos de fantasía y emoción, a la brava, sin complejos, usando lo que da de sí medio siglo de tradición.
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Anterior crítica de discos: “Delta”, de M Clan.