2029, de Luis Ramiro

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DISCOS

«2029 es un disco de amor. De amor en todas sus etapas, casi petrarquista al recrearse en el sentimiento, analizarlo, asombrarse de él»

 

Luis Ramiro
2029
AUTOEDITADO, 2020

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

La carrera como cantautor de Luis Ramiro (con quien hablamos hace unos días aquí) es de manual. Cada paso podría servir como ejemplo de cuáles son los caminos que se deben transitar hoy en día para llegar a grabar discos. Desde sus primeros conciertos, ahijado por Alberto Pérez e Hilario Camacho, pasando por su fichaje por una multinacional y la ruptura para pasar a compañías más modestas, un cierto éxito en 2009 con la canción “Romper”, Libertad 8, varios concursos y premios, colaboración con sus mayores como el malogrado Luis Eduardo Aute. Por todo ha pasado, para llegar a regalarnos con este 2029 la banda sonora de lo que será nuestra década. Si hacemos caso al disco, una década llena de sensibilidad melancólica.

2029 es un disco de amor. De amor en todas sus etapas, casi petrarquista al recrearse en el sentimiento, analizarlo, asombrarse de él. Y esta fascinación por las sensaciones se ve subrayada por varias virtudes en lo musical. La primera es un excepcional trabajo de las guitarras como en “Twin Peaks” —las referencias audiovisuales con constantes, en esta también habla de Perdidos—, lo que permite que en muchas de las canciones emerja un crescendo que nunca llega a la grandilocuencia, que bebe más de la emoción que del sonido. “Capitana” es un caso patente, pero también en la que da título al disco, en que se distingue perfectamente el arrebato, la exaltación. El truco es ir más allá de la voz, matizar para ser expresivo. El truco se llama transmitir.

Siguiente virtud: el uso de un cuarteto de cuerda que pone los pelos de punta. Aparece en “Bienvenidos a la posmodernidad” o en “Mentes siamesas” con pleno esplendor melódico. Cuando se unen los crescendos finales con la cuerda, el resultado es estremecedor. Sucede en “El clima y la temperatura”, en el que para mayor belleza se añade un piano abriendo el camino.

No dejan las canciones de aportar contenido irónico. La citada “Bienvenidos a la posmodernidad” o “Bridget Jones” beben de ella, sobre todo esta última, donde —como el Aute con el que colaboró— hurga en la ridiculez de la autocomplacencia. Pero si hay una canción que merece pasar al canon, esa es “La chica del perro”, un mediometraje que pasa por todos los estados amorosos: el descubrimiento, la cristalización, el final, y en que los elementos narrativos —que extrae de una fresca cotidianeidad y maneja con gusto y sorpresa— están perfectamente ligados. Un escalofrío recorre cada frase, que está pidiendo la voz de un crooner.

En el fondo, 2029 no es tanto un viaje al futuro, sino un viaje al pasado. A la infancia en la nostálgica “Castillos de clicks” o a lo perdido en “Delorean”, que encadena —como en todo el disco— tan bien los fraseos como las imágenes.

Anterior crítica de discos: Teenage wildlife, de Ash.

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