19 días y 500 noches. Sabina fin de siglo, de Juan Puchades

Autor:

LIBROS

«Volver sobre esos pasos con la calma del incendio extinto es el gran acierto de Juan Puchades»

 

Juan Puchades
19 días y 500 noches. Sabina fin de siglo
EFE EME, 2019

 

Texto: MARTA SANZ.

 

Antes de empezar a desgranar 19 días y 500 noches, Sabina fin de siglo creo que es necesario aclarar dos rasgos de quien esto escribe. Primero, mi educación sabinera, que supera con creces las dos décadas y se aleja de la objetividad de quien no lo es. Segundo, y esto es una confesión inapropiada de inicio, cada vez me cuesta más encontrar lecturas —libros, crónicas o historias— que me interesen sobre Sabina. No por el protagonista, al que puedo seguir a París o al fin del mundo, o celebrar en su ausencia esas maravillosas noches con su banda actual o Viceversa. Es porque desde la dudosa autoridad que me da haber cantado sus canciones desde el patio de colegio me cansan los mil trajes que a veces le ponen al que yo ya creo conocer.

Cuando me chivaron la temática tan concreta de este libro, sabe la delatora que expresé ciertos reparos. Cuando me pidieron que lo leyera acepté con mucha curiosidad, y casi el mismo volumen de dudas. El recelo apenas duró unas páginas: cuando me quise dar cuenta, estaba inmersa en una historia que creía saber, contada desde un rinconcito sin pretensiones y con una voz que no suma anécdotas, sino que traza de forma magistral el recorrido de un disco que termina redescubriéndose. Palabras tan bien escogidas que casi se escuchan.

Hay parajes muy reconocibles en este camino. Sabemos de la inmensidad de la obra, lo que supuso para Sabina dentro y fuera de Tirso de Molina. Fue una época frenética, breve en fechas pero trascendental en contexto, y volver sobre esos pasos con la calma del incendio extinto es el gran acierto de Juan Puchades. Y hacerlo, además, con la dosis necesaria de reflexión y un atinado grupo de acompañantes.

No hay en esta historia, como en ninguna, una única versión de los hechos. El autor no se decanta por una verdad, aunque es probable que el lector escoja el testimonio que más le convenza. Como acordes necesarios, Pancho Varona nos pone en situación. Estamos en los años 90, y “a Joaquín se le caían las letras de los bolsillos”. De esa explosión creativa saldrían varios discos, pero el que nos ocupa es el último de un siglo, el primero de un nuevo Sabina que lo recuerda de manera honesta, sin falsa modestia ni mayor importancia. Y sin bombín.

Los albores de esta crónica nos sitúan en una guitarra ebria de madrugada, porque entonces todo se vivía con nocturnidad y alevosía. Y en el hilo que une la inspiración con un estudio de grabación, Puchades va tirando de cabos sin dejar uno suelto. Un crisol de voces aparece en el momento oportuno hasta completar un relato único, con todas las perspectivas que se antojan necesarias. Desde la dosis racional de Alejo Stivel, polizón que termina siendo clave en esta travesía, hasta la emoción palpable de músicos como Josu García o Quique Berro. Es apasionante conocer cómo se gestó un disco que es casi leyenda, desde las largas jornadas de grabación hasta la creación de una portada histórica —esas alas negras que nunca se podrá quitar, aunque las niegue a versos—. Se agradece también, inmensamente, el sincero testimonio de Pancho Varona y Antonio García de Diego, compinches necesarios y nunca accesorios en cualquier etapa de Sabina. Hay anécdotas maravillosas, la testarudez del Sabina que siempre quiere escribir la canción más hermosa del mundo, la apoteosis del punto final en la Castellana, enfados, recelos, risas. Y Chavela, siempre Chavela.

Temo seguir tecleando y desvelar más de lo necesario, porque invito a adentrarse en el libro como el que sacude un telón sin saber muy bien lo que hay al otro lado. Así que solo daré dos motivos inapelables para apagar el ordenador e ir corriendo a hacerse con este libro. El primero, todo lo que dice Sabina —el de entonces y el de ahora—. Sus palabras, llenas de honestidad, ternura y humor, dan sentido a la historia. El segundo, el buen hacer del autor, guía cómplice que nos presta su mirada y revela rincones nuevos de un paisaje mil veces visitado. Nos muestra, al fin, un Sabina sin traje.

Además de su lectura, 19 días y 500 noches, Sabina fin de siglo tiene otro regalo escondido, y yo lo estoy disfrutando con una carátula desvencijada apoyada sobre el libro: escuchar un disco imprescindible como si fuera la primera vez.

Anterior crítica de libros: Lou Reed. Una vida, de Anthony DeCurtis.

 

 

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