091 y la escopeta de Chéjov

Autor:

«Impresiona cómo disparan riffs sin tregua, cómo envuelven de electricidad letras sobre la soledad en medio de la multitud»

 

Los granadinos 091 han iniciado la gira de su nuevo disco, La otra vida, haciendo doblete en Madrid. Al segundo concierto que ofrecieron en la Joy Eslava asistió Arancha Moreno.

091
Sala Joy Eslava, Madrid
24 de enero de 2020

Texto: ARANCHA MORENO.
Fotos: J. PEREA.

Decía Chéjov que al escribir una historia hay que eliminar todo lo que no sea imprescindible. Que no podemos colgar una escopeta en la pared del salón si no vamos a dispararla en ningún momento, porque estamos creando una expectación que luego se diluye. Anoche pensé en ello mientras veía a Miguel Ríos y al dúo Amaral asomados a la barandilla de la segunda planta de la Joy Eslava, muy atentos al concierto que estaban ofreciendo 091. ¿Saldrían Eva y Juan a tocar con ellos “La noche que la luna salió tarde”, como hicieron en aquel homenaje? ¿Cantaría Miguel Ríos algún clásico de los Cero? No sucedió, y no debí esperarlo, porque unos y otro son amigos de la banda y espectadores habituales de sus directos. Y la de anoche era una cita esperada: estrenaban su primer disco de canciones nuevas en más de veinte años.

Quizá la Joy Eslava se haya convertido, no sé bien por qué, en una especie de ritual de bautismo cada vez que José Antonio García, José Ignacio Lapido, Tacho González, Jacinto Ríos y Víctor «Chico» Lapido ponen en marcha su ejército trajeados de riguroso negro. En ese escenario estrenaron su Maniobra de resurrección con un triplete en marzo de 2016 y ahí también han descorchado La otra vida, el disco que certifica su buen estado de forma. Cuatro años atrás se subieron nerviosos, con una ejecución correcta pero un estatismo palpable; esta vez parecen menos tensos, pero siguen transmitiendo más con sus instrumentos y sus letras que con sus movimientos -a excepción, quizá, de Jacinto-. Lo llamativo, quizá, es lo que provocan en todos los que les contemplan. El público es incapaz de quedarse quieto y lo canta todo, y los músicos que se suman a la fiesta, también. Como Raúl Bernal, el fino teclista habitual de Lapido que aporta en esta gira su buen hacer y, en los momentos fuertes, se levanta para aporrear sus teclados. O Frandol, productor de La otra vida, que voló ayer directamente desde París para acompañarles en el escenario con la acústica en “Leerme el pensamiento”, uno de sus nuevos clásicos.

Sí: hay canciones que no necesitan demasiada distancia ni escuchas para convertirse en clásicos. Se palpa en este nuevo cancionero que tan bien conecta con el viejo, irrumpiendo en escena con “Vengo a terminar lo que empecé” y “Condenado” como si fueran viejos conocidos de su repertorio. Los nuevos espectadores quizá no distingan bien los hitos temporales de cada época, aunque al público de siempre se le vean las costuras cuando les clavan el aguijón del pasado, como pasa con la emotiva “La canción del espantapájaros”, “La torre de la vela”, “Zapatos de piel de caimán”, “El baile de la desesperación” o la mecha viva que prende “Qué fue del siglo XX”. Visionarios fueron siempre, y por muchos años que pasen impresiona cómo disparan riffs casi sin tregua y cómo envuelven de electricidad esas letras que hablan de la soledad en medio de la multitud, de la incomprensión, de los muros que todos llevamos dentro. Sigue conmoviendo la fortaleza de su sonido compacto y rugiente; la belleza cautivadora de sus melodías y la fragilidad de un escritor que, detrás de la armadura, deja asomar sus cicatrices.

«Su talento en directo, la solvencia de su ejecución y la fortaleza de su cancionero no son cuestionables»

Anoche vinieron a terminar lo que empezaron, o a continuarlo. Desplegaron un show vigoroso, que rehuyó de contrastes y en el que primó la electricidad a pesar de alguna acústica en el tramo final. Dicen que ya están en tránsito por su nueva vida, y a ella se van a dedicar en cuerpo y alma este año. Ya han pasado, quizá, por la plaza más difícil. Curioso que, mientras despliegan un cancionero irreprochable y el público respalda cada acorde y cada palabra, ellos sientan que el concierto de la noche anterior fue mejor que el que acaban de ofrecer. Que un amplificador problemático o una afinación a destiempo les remuevan por dentro y frenen moderadamente su disfrute en el escenario. No importa que el público no lo perciba, porque ellos sí. La idea les rondará después, en los camerinos, mientras cogen una cerveza y reciben a compañeros, amigos y familia. Su autoexigencia les ha llevado lejos, pero tal vez sea hora de quitarles esa idea de una perfección inalcanzable. Su talento en directo, la solvencia de su ejecución y la fortaleza de su cancionero no son cuestionables. Lo único que les puede lastrar es, precisamente, quedarse enganchados a un desliz imperceptible y fugaz. Démosle una vuelta al aprendizaje de Chéjov, y leámoslo así: de nada sirve obsesionarse con una escopeta que no va a disparar, que no va a destruir nada. Tal vez sea hora de dejarse llevar un poco más y no olvidar el verdadero sentido del rock and roll: disfrutar.

 

Repertorio del concierto:

Vengo a terminar lo que empecé
Condenado
El baile de la desesperación
Zapatos de piel de caimán
Mañanas de niebla en el corazón
Naves que arden
Este es nuestro tiempo
Huellas
Tormentas imaginarias
Cartas en la manga
Por el camino que vamos
La noche que la luna salió tarde
En la calle
Al final
Un cielo color vino
Canción del espantapájaros
La torre de la Vela
La calle del viento

Bises:
Soy el rey
Leerme el pensamiento
Esta noche
Qué fue del siglo XX

Segundos bises:
Otros como yo
La vida qué mala es

 

Artículos relacionados