“Las letras destilan poesía a golpe de rock, pero siguen apostando por una puesta en escena clásica y correcta. Brilla la ejecución sobre la interpretación”
A dos meses de terminar el año de su resurrección como grupo, y siete meses después de hacer triplete en Madrid, 091 volvieron a la capital para ofrecer su directo en la sala La Riviera. Allí estuvo Arancha Moreno.
091
La Riviera, Madrid
29 de octubre de 2016
Texto: ARANCHA MORENO.
Fotos: J. PEREA.
Cae la noche del sábado 29 de octubre y hay zombies en las calles de Madrid. Llevan las caras pintadas y visten de negro, asoman sus calaveras y pasean como muertos vivientes, empeñados en hacerse hueco en una ciudad que no es la suya. En los alrededores de la sala La Riviera también impera el negro, pero en chupas de cuero y camisetas. La única resurrección que allí interesa es la que ocurrirá en unos minutos sobre el escenario que bordea el Manzanares: la de 091. Los muertos vivientes de un rock que nunca estuvo tan vivo.
Han pasado más de siete meses desde aquel triplete con el que se presentaron en la capital, donde agotaron las entradas en Joy Eslava. Entonces afrontaban las primeras actuaciones de su regreso, de ese pacto con el diablo que -dijeron- caducaría a finales de 2016. El show estaba calentando motores y la leyenda ascendente que se forjó en su ausencia pesaba en los hombros de los tres fundadores, José Antonio García, alias ‘Pitos’, José Ignacio Lapido y Tacho González, pero también en los del bajista Jacinto Ríos y el guitarrista Víctor Lapido. Aquellas primeras noches en Madrid fueron las canciones las que defendieron el mito, y ellos las dotaron de corrección y prudencia. Aún era pronto para dejarse llevar por la emoción, al menos sobre el escenario.
Desde entonces han girado por toda España y han llenado dos veces la Plaza de Toros de su ciudad, Granada. Ahora regresan a Madrid más seguros, más solventes, más rodados, más cómodos. El show ha crecido y han sabido hacer lo mismo con sus composiciones: las han desempolvado, actualizado y sacado lustre con el paso de los directos. Y debajo del escenario, el público no les ha fallado.
Cuando los Cero irrumpen en escena les acompañan gritos eufóricos que se ahogan por el arranque del único tema instrumental de la noche, ‘Palo cortao’. José Antonio se hace esperar unos segundos más, dispuesto a liderar un show en el que se estrena con una fantástica armónica que rompe el estándar guitarras-bajo-batería. Sin solución de continuidad disparan la primera bala cantada, ‘Qué fue del siglo XX’, y los presentes enloquecen. Han empezado fuerte y de forma distinta a su última visita. La “Maniobra de resurrección” ha ido mutando en estos meses, en los que el orden fluctúa y hay espacio para interpretar canciones diferentes. Hay evolución en el show, no se han querido limitar a repetir la hazaña registrada en su último disco en directo, grabado el pasado mayo en Granada. Aún así, “Tormentas imaginarias” vuelve a ser el disco más rescatado, como se demuestra desde la tercera canción, ‘Zapatos de piel de caimán’. Qué bien envejece, y qué bien le sienta a una noche como esta, de investidura y pre-Halloween: “Os dirán ‘No saquéis los pies del tiesto’ / conseguíos un disfraz / y disfrazaos de esqueleto / cuando llegue el carnaval”. Mientras los fotógrafos disparan, Pitos se arranca con un baile medio aflamencado y Jose Ignacio sigue mirando hacia abajo, moviéndose levemente por el escenario. Jacinto y Víctor, solventes apoyos, dejan entrever más adrenalina, y Tacho vuelve a aporrear la batería con la naturalidad con la que debía hacerlo antaño.
Han empezado con clásicos incuestionables, pero porque pueden hacerlo. Abordarán casi una treintena de temas en vivo, demostrando así que, aunque no fueran un grupo de éxito, tampoco se quedaron en un par de aciertos musicales. Había repertorio que defender hasta en sus discos más jóvenes, de los que rescatan ‘El deseo y el fuego’, ‘Esperar la lluvia’, ‘Escenas de guerra’ y ‘En el laberinto’. La amargura sigue arrastrándoles en ‘El baile de la desesperación’ y la reivindicación aflora en la enérgica ‘Huellas’. Los compases familiares nos mecen al inicio de ‘Tormentas imaginarias’, aludiendo a esas canciones de cuna y de rabia que conforman su repertorio. Así será durante toda la velada: jugando a la acción con un rock contundente y a la calma con medios tiempos exquisitos, como la versión con guitarra acústica de ‘Nubes con forma de pistola’. Como si hubiese sido escrita ayer, su verdad nos alcanza: “No es raro / no es raro / que solo lluevan balas / por ahora”. La pluma del joven Lapido, ya entonces, era imperecedera.
‘Otros como yo’ acaricia el soul en la voz de Jose Antonio, que se acerca al bajista para cantar. El pequeño de los Lapido aprovecha para cruzar de punta a punta el escenario y tocar la guitarra junto a su hermano mayor, uno de los pocos guiños entre la banda que habrá durante el concierto. Y es que, aunque ya no haya tanta rigidez en escena como el pasado marzo, en las tablas sigue reinando la serenidad. El vocalista interacciona más con el público que con la banda, entre la que apenas se producen guiños. Cada uno sigue ocupando su posición, erguidos, llevando a cabo un guion solvente pero inquebrantable. Las letras destilan poesía a golpe de rock, pero siguen apostando por una puesta en escena clásica y correcta. Brilla la ejecución sobre la interpretación.
‘La noche en que la luna salió tarde’ baja deliciosamente las revoluciones, que vuelven a subir con ‘Otros como yo’ y ‘Sigue estando Dios de nuestro lado’. El calor hace que García se quite el chaleco oscuro para afrontar otro medio tiempo, ‘Un cielo color vino’, justo antes de llegar a uno de los clímax de la noche. ‘En la calle’, de “Más de cien lobos”, levanta de nuevo a un público entregado y lleva al vocalista a abrazar fugazmente a Jose Ignacio, con el que comparte voces en el mismo micrófono. Y ahí, con el público entregado, empieza a entreverse el final del show. “A nadie le gusta despedirse, a mi tampoco. Con esta canción vamos a decir hasta pronto”, anuncia Jose Antonio, y así da paso a otro clásico de 091, ‘La torre de la vela’. Que acertada, de nuevo, en una noche como esta: “Puedes buscarme dentro de una casa en ruinas / O búscame en un cine de sesión continua / viendo «La noche de los muertos vivientes».
Llega la primera despedida, muy breve, que romperán a solas Lapido y García. A guitarra y voz afrontan ‘La canción del espantapájaros’, una atmósfera tan bella que dan ganas de quedarse un rato más en esos seis minutos mágicos. La electricidad regresa con el resto de la banda afrontando ‘Todo comienza a girar’, y ese solo de Víctor en el que corrobora que los Lapido tienen facilidad con las seis cuerdas. Entonces llega una inédita, ‘Un minuto de emoción’, que nadie reconoce por el título. “Si digo ‘Venus’ sí sabéis cuál es”, advierte el cantante, y así ocurre. Se trata de una de las maquetas que grabó el grupo en la época del álbum «Tormentas imaginarias», una canción que nunca llegaron a grabar en un disco, pero que acabó filtrándose en algún lado. En su momento no quisieron registrarla, pero por qué no darle ahora una segunda vida.
En la pista sigue corriendo la cerveza, y el merchandising no deja de despachar camisetas, tazas y discos con el logo del grupo de leyenda. Cuando suena ‘Esta noche’ vemos la luz entre las nubes, ese guiño optimista de “Doce canciones sin piedad” que bien podría valer como concepto de lo vivido. No habrá problemas esta noche, aunque quizá mañana sea igual.
‘La calle del viento’ levanta los ánimos del respetable, que en su mayoría superan los 30 y los 40, y algunos ya han acudido con las nuevas generaciones. Más de un hijo se sorprende al ver a sus padres cantando alocados, alzando los brazos como hacían veinte o treinta años atrás. Es el poder de la música a través del tiempo. Después de otra breve despedida, regresan dando las gracias a los presentes “por haber estado veinte años esperando”. ‘Como acaban los sueños’ arranca con esa guitarra que explota en el estribillo y alcanza el clímax en el último tramo. Y ahí, con un rock soberbio, se adentran en ‘La vida que mala es’, donde bien caben unas maracas, y hasta el backliner de la banda baila desatado a escondidas. El broche lo pone el primer single de su carrera, ‘Fuego en mi oficina’. Aquel éxito que no rescataron en su primera vuelta madrileña se encarga de despedirles esta vez, de recordar la energía y el rock and roll que tuvieron y mantienen. Si lo mantendrán, aún no se sabe, pero la contundencia con la que anunciaron su regreso hace justo un año se ha transformado en una puerta que no cierran con llave. “Lo que no vamos a hacer ahora es negar radicalmente un futuro que no está escrito», dijo Lapido en una rueda de prensa en su ciudad hace unos días. Tal vez la buena acogida de esta gira y revivir las viejas sensaciones desde la madurez les haya hecho replantearse prolongar esta resurrección, aunque muchos de ellos tengan planes individuales para el próximo año.
Dos horas y media después del comienzo, saludan al frente mientras cogen las rosas que les han tirado al escenario. Así ponen punto final a una noche que les arranca la sonrisa al decir adiós. Desaparecen del escenario lentamente, y el ‘Hurricane’ de Bob Dylan les sustituye por los altavoces. Aún les quedan seis actuaciones para cerrar este año de rock, la última de ellas en el Palacio de los Deportes de Granada. La última… de momento.