“Todo en el escenario parece pensado para no entorpecer el verdadero mensaje: una ejecución perfecta”
La banda granadina 091 ofreció este jueves el primero de sus tres conciertos consecutivos en la capital, dentro de la gira que les trae de vuelta a los escenarios para celebrar los veinte años de su separación. En el pistoletazo de salida estuvo Arancha Moreno.
091
Joy Eslava, Madrid
10 de marzo de 2016
Texto: ARANCHA MORENO.
Fotos: MARTA SANZ.
Para algunos veinte años no es nada, pero para 091 lo son todo. Es la franja de tiempo que les separa desde su último concierto, en Granada en 1996, hasta su vuelta “cenicientesca” a los escenarios, un hechizo que durará solo doce meses. Tras un primer fogonazo en Logroño, el pasado enero, el triplete en Madrid pesa. La capital es un ring psicológico: toca demostrar que había grupo, que había directo y que había canciones. Las canciones ya hablaban por sí solas, a pesar de las complicadas producciones que tuvieron en su época, pero lo demás había que comprobarlo en directo.
Media hora antes de enfrentarse a la primera de las tres actuaciones consecutivas, José Ignacio Lapido, José Antonio García, Tacho González, Jacinto Ríos y Víctor Lapido cruzan la calle Arenal para entrar en la sala Joy Eslava con el semblante relativamente tranquilo. En la puerta ya esperan varias decenas de personas expectantes ante la deseada vuelta. Con una puntualidad anunciada, los granadinos salen al escenario a las nueve de la noche. Visten de riguroso negro, una armonía solo rota por las zapatillas blancas del vocalista, que lleva gafas de sol bajo los focos. Es lo único que sorprende dentro de una estética discreta. Nada de chupas de cuero, ni poses, ni tatuajes. El rock también puede ser elegante.
Arrancan el show con el instrumental ‘Palo cortao’, la única concesión sin letra de un grupo que siempre ha brillado por sus textos. Esta velada no será una excepción: imágenes tan poéticas como las de ‘La canción del espantapájaros’, ‘Nubes con formas de pistola’ o ‘Un cielo color vino’ sobrevuelan los techos pintados del antiguo teatro arropadas por una banda que muscula rock con solvencia. Y abriéndose paso entre los momentos musicales, los espléndidos riffs de José Ignacio, compositor de todo el repertorio. El «maestro», como vuelve a llamarle el respetable, se muestra comedido en un discreto segundo plano, mientras el «Pitos» –mote de José Antonio– acapara el micrófono y las miradas. Pero todo en el escenario parece pensado para no entorpecer el verdadero mensaje: una ejecución perfecta. No hay espectáculo visual, no hay conversación entre canciones, no hay guiños al público, no hay una emoción desbordada sobre las tablas. Solo hay una banda de cinco músicos concentrados en interpretar un repertorio de dos folios, un guion que seguirán punto por punto, con la tensión de ofrecer un concierto bien medido.
¿De verdad han pasado veinte años? La vista y el oído parecen engañarnos, pero su historia lo atestigua. Catorce años y siete discos quedan resumidos en unas veinticinco canciones, una selección en la que brillará especialmente el álbum “Tormentas imaginarias”, el más presente del repertorio: desde los ‘Zapatos de piel de caimán’ hasta ‘Otros como yo’ o ‘La calle del viento’. El gran olvidado es su segundo elepé, “Más de cien lobos”, del que que únicamente tocaron ‘En la calle’. La misma suerte corre su debut, del que solo recuperan ‘Cementerio de automóviles’, dejando fuera la juvenil —y a pesar de ello, extrañada— ‘Fuego en mi oficina’. Pero en el directo hay tiempo para todo: para los hits, la calma y la ebullición rockera. Hay momentos para la calidez y el reposo acústico, como la bellísima ‘Nubes con forma de pistola’, y para el rock más enérgico, como sucede en ‘Otros como yo’ —con un solo magnífico— y el célebre ‘Qué fue del siglo XX’, con el que despedirán la primera parte del show.
Armónicas y percusiones apoyan el particular sonido de 091, capaces de alternar el rock and roll con guiños de blues. Frente a ellos, y ajeno a los tempos, el público de las primeras filas no está dispuesto a guardar silencio en ninguna canción. Sorprende comprobar cómo se mezclan treintañeros con cincuentones, heavies y señoras, un collage generacional que responde a la propia historia del grupo: allí están los que los acompañaron entonces, pero también los que se suman ahora. Unos y otros disfrutan enormemente con temas como ‘La torre de la vela’, de los más coreados de la noche. Desde las alturas, llama la atención ver el estatismo de los Cero, que apenas mueven un músculo ajeno al que toca el instrumento, frente a la entrega de los presentes, con menos reparos en lanzar brazos al aire, bailes y gritos de júbilo cuando se hace el silencio. Debajo del escenario parecen creérselo más que arriba.
El combate se medirá en tres asaltos. El primer bis lo protagonizan una emocionante interpretación de ‘La canción del espantapájaros’, ‘Esta noche’ y ‘La calle del viento’, tras la cual se despedirán de nuevo entre los gritos de «¡mucho Cero!». En la segunda tanda de bises afrontan ‘Cómo acaban los sueños’ (con un aire inicial que recuerda al ‘So payaso’ de Extremoduro) y un remate juguetón y más duradero de ‘La vida qué mala es’ que pone la guinda al concierto. El grupo mira al público aplaudiendo, mientras el guitarrista y compositor bebe un poco de agua ubicado un paso atrás, quizá asimilando y analizando lo vivido en esas dos horas de pulso rockero. La pelea con el pasado acaba de terminar, pero cuesta decir quién de los combatientes quedó k.o.
Definitivamente hay banda, los Cero han vuelto bien engrasados y con un repertorio imbatible, aunque más contenidos en los gestos y parcos en palabras. En el otro extremo, el público ha demostrado que supura emoción de sobra. Las canciones han vuelto a hacer su trabajo: han bajado del escenario para remover recuerdos, aún más en forma que en su primera etapa. Quizá a sus interlocutores les falte liberar tensiones y dejarse llevar un poco más, pero esto no ha hecho nada más que empezar. Eso sí: advierten que el hechizo solo dura hasta diciembre, pero en el escenario hay técnica, hay grupo y, sobre todo, una excelente cosecha de canciones. Cuesta creer que dentro de unos meses 091 vuelvan a convertirse en calabaza. Al fin y al cabo, «Faltan soñadores, no intérpretes de sueños». Por si cumplen su amenaza, no dejen de verlo. No digan que no les avisé.