Johnny Hallyday, por Loquillo

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“En todos mis años de rodaje jamás había visto una veneración igual por nadie”

 

En junio de 2003, coincidiendo con su 60 cumpleaños, Johnny Hallyday se encerró durante cuatro veladas en el parisino Parque de los Príncipes con Francia rendida a sus pies. La noche exacta que Johnny cumplía su aniversario, el 15 de julio, entre el público se situaban Loquillo e Igor Paskual dispuestos a ver la luz… Listos para abrazar la fe del rockero francés por excelencia. Pero el Loco llevaba un encargo: contar lo que allí viviera en EFE EME. De primera mano. El resultado fue este texto publicado en papel en julio de aquel año. Cinco años después, Johnny Hallyday y Loquillo se encontrarían en el estudio de grabación.

 

Texto: LOQUILLO.

 

La perspectiva de un fin de semana en Barcelona después de una serie de galas en el Levante no me seducía en absoluto. Las hordas pastilleras habían tomado mi ciudad. Como cada año el festival Sónar iba ha convertir las calles de Barcelona en una muestra de sectarismo vestido de música avanzada, como a ellos les gusta definirse, los DJs son unos tipos muy listos, en otras épocas uno se hacia DJ para ligar, ahora para levantarse una pasta y no repartirla con nadie. Como los neohippies no son de mi agrado y lo de sentarse en los cojines de los chill outs me parece más propio de aquellos que asisten a los conciertos del Papa, decidí hacer un acto de fe y viajar a París, porque París bien vale un concierto de Johnny Hallyday. Pero no podía ir solo, solo faltaría… A mi edad o no te mueves o no te aguantan, así que Igor se convirtió en la víctima propicia… acaba de incorporarse al grupo y no le haría un feo al jefe pensé, aparte… no tiene complejos ni prejuicios

Habían pasado diez años desde la última cita de JH en el Parque de los Príncipes cuando abriéndose paso entre la multitud llegó andando al escenario acompañado de su guardia pretoriana, el día en que toda Francia lloró cuando Sylvie descendió de un descapotable para cantarle al oído “Les tendrees annes”. Diez años que han significado mucho para Johnny; sus últimos conciertos en París, en el Olympia, y el espectacular show en la Tour Eiffel, donde medio millón de parisinos acudieron a la cita han situado a JH más allá de lo posible, encadenando hits que han dejado atrás las nostálgicas canciones que marcaron época en el rock europeo. Pero eso no es todo, su carrera cinematográfica va a la par con su reciente éxito en el film El hombre del tren, su aspecto físico lo convierte en un caso a estudiar del mismo modo que su voz, que suena mejor que nunca. Adorado por un público cada vez más numeroso e intergeneracional que ha convertido a JH en el más grande artista europeo no anglosajón.

JH dejó sin taquillaje cuatro veces el Parque de los Príncipes, a 55.0000 personas por día; su gira de los Estadios, que lo llevará a media Europa, está a día de hoy vendida y la prensa española sin enterarse de nada… Quizás el problema de JH sea que hace rock and roll francés.

París siempre será París pero encontrarte con pasquines en las calles donde el mismísimo ayuntamiento felicitaba a JH por su cumpleaños es para sentir una sana envidia de un país que cuida sobre todas las cosas a sus artistas y a su cultura. En toda nuestra estancia no escuchamos ni una sola canción en inglés en la radio, y en las cadenas por cable la presencia de artistas anglosajones no era ni mucho menos tan apabullante como en la madre patria.

Nuestro contacto en la Ciudad de la Luz nos había proporcionado el mejor sitio posible pasando un huevo de la zona vip; no tenía ganas de sentarme junto a los petardos de turno, los ministros entendidos o en este caso junto al presidente de la república… Así que Igor y un servidor nos encaminamos con nuestras mejores galas hacia la historia.

En los aledaños del Parque de los Príncipes se respiraba militancia, JH es el ultimo gran mito francés y todo el mundo es consciente de ello: hijos, padres, abuelos, nietos, ejecutivos, pandillas de motoristas... en todos mis años de rodaje jamás había visto una veneración igual por nadie, así que a medida que íbamos atravesando las distintas barreras de seguridad la emoción nos iba embargando. Todo el mundo llevaba su camiseta de JH: distintas giras, distintas portadas de discos y, eso sí, todo muy francés, com il faut. Cuando por fin conseguimos atravesar el umbral del estadio y llegar a nuestras localidades acompañados por un educado acomodador, no sabremos nunca si por nuestras pintas o por nuestras fama que atraviesa fronteras, nos encontramos con un público que nos venía a dar la mano porque alucinaban de que dos españoles fueran fans de JH. Igor y un servidor nos mirábamos atónitos y pensamos “están locos estos gabachos” en el mismo momento en el que el ex tenista Yannik Noah terminaba su partido, perdón, su actuación. Sí, el tipo que ganó Roland Garros ahora canta…

El corazón a mil por hora en el momento en el que una atronadora sintonía industrial anunciaba el inicio del concierto, más de cincuenta mil voces coreaban ¡Johnnyyyy! ¡Johnnyyyy! Con acento en la yyyyyy. Así fue como el cielo desveló el secreto mejor guardado: ¡Johnny se había convertido en Zyggy Stardust!

El semidiós descendió del Olimpo para compartir con los mortales dos horas de rock and roll made in france. Un brazo hidráulico trasladó a nuestro héroe, enfundado en una capa de cuero, desde mas de 50 metros de altura hasta depositarlo al borde del escenario mientras las cuatro pantallas situadas en vertical, en los laterales y en horizontal sobre el escenario, nos presentaban al protagonista de la noche con rictus y mirada impenetrable. Había que estar ahí para creérselo. En un momento, el escenario rompió, el suelo se abrió y desde las entrañas del Parque de los Príncipes la banda arrancó con los primeros acordes de “Que je t’aime”.

¿Y después de una entrada así, qué hacemos ahora?

El Boss a su lado parecía un artista de club y los Stones pueden aspirar a un palacio de deportes y el amigo Bowie ni te cuento… ¡Johnny es mucho “Joní”! El montaje no era de este mundo… el sonido rayaba la perfección sin perder nada de presión, las luces situadas estratégicamente en el estadio y entre el público creaban la imagen de que escenario y platea eran lo mismo, daba la sensación de ver dos espectáculos. Si sumábamos lo que nos ofrecían en las pantallas, diseños asimétricos a años luz de los dos cuadros habituales, muy superior a cualquier artista actual.

 

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Con una imagen que recordaba al mejor Elvis de Las Vegas trasladado al siglo XXI combinó, solo o a dúo, canciones propias: “Quelque chose de Tennessee” junto a Renaud, “Pense à moi” con Florent Pagny, “J’oublierai ton nom” con Isabelle Boulay, “L’instinct” junto a Gerald de Palmas, “L’envie” con Patrick Bruel, intercaladas con adaptaciones de clásicos del rock and roll: “Fils de personne” de la Creedence Clearwater Revival, “Le Penitencier” de los Animals con un desarrollo en forma de bloques, baladas donde el sabor francés o italiano se daban la mano con el country, como n “Je te promets”. Las bases programadas en “Je n’ai jamais pleuré” daban paso a un set de rockabilly donde brillaban el contrabajo de Reggie Hamilton y la semibatería de Curt Bisquera y que cerraba una interpretación acustica del “Loving you” de Elvis ante más de 55.000 emocionados fans .

Al momento, y gracias a un sistema de iluminación que ocultaba los cambios de registro sin dar un segundo de respiro al espectador, una macro banda nos devolvía por un instante a su etapa más soul, con la adaptación de los Beatles en “Je veux te graver dans ma vie” o de uno de sus clásicos como “Essayer”. Los guitarrazos de Robin Lemesurier y Rejean Lachance nos trasladaban desde el sonido más contundente en temas como “Allumer le feu” al delirio colectivo de “Gabrielle” donde el público, mostrando sus muñecas, nos daba a entender que estaban encadenados a JH.

Una banda que se acomoda a los camaleónicos registros de un JH que a sus 60 años recoge toda la tradición del rock and roll y lo lleva mas allá… hacia el futuro. Con un perfecta combinación de luz, sonido y efectos junto a una mezcla de estilos apabullante sin que nada quede fuera de lugar ni tan siquiera la orquesta sinfónica de Francia, que gracias a unas plataformas deslizantes accedía al escenario.

Cerró el concierto con un tema de su último disco, “À la vie, à la mort”, llamado “M’arrèter là” donde se dejó acompañar por el piano de Yvan Cassar mientras el escenario se abría a sus pies y un halo de luz iluminaba su mano convertida en puño en el momento final con todo el Parque de los Príncipes en total oscuridad… Y, por supuesto, después de escuchar a toda Francia coreando el feliz cumpleaños de rigor.

60 años, con un par de huevos, sí señor.

“¡Quiero más!”, gritaba Igor; “¡Johnnyyyyy!”, gritaba una joven pareja de rockers… Yo, hacía más de una hora que me había quedado mudo. El rock and roll no deja de sorprenderme, cuando esperas ver a una estrella clásica, con su repertorio de siempre y un sonido estándar y decides cumplir con tu pasado, va y te dan una hostia en la cara.

El Parque de los Príncipes se estaba vaciando rápidamente y nosotros, como dos fans iluminados, habíamos olvidado nuestras obligaciones. La vuelta al hotel se iba a convertir en una aventura, atrapados por la emoción habíamos faltado a la cita con nuestro hombre en París.
—¿Y ahora qué?
—Confía en Johnny.
—Estamos a tomar por culo…
—Él proveerá.
A los veinte minutos de iniciar la caminata junto a miles de parisinos, un taxi vino a dejar pasaje justo delante de nuestras narices. Al pasar por delante de una Tour Eiffel que nunca había estado mejor iluminada, Igor y yo nos dimos la mano.
—Feliz cumpleaños, Johnny.

Ya de regreso, nos detuvimos en Montmatre, un breve paseo hasta Pigalle, empezaba a clarear… Las chicas e la noche nos animaban a entrar en los clubs que todavía quedaban abiertos y los travestis nos llamaban, “¿italianos?”…

Al llegar al hotel un soplo de nostalgia. Miré por la ventana de mi habitación en el Royale… Y por un momento recordé la canción de Dutronc: “A les cinc heures Paris s’eveille”.

 

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