El viaje, de Pedro Guerra

Autor:

DISCOS

«El viaje es un regreso a la esencia, a la raíz, al comienzo de todo»

 

Pedro Guerra
El viaje
ALTAFONTE


Texto: LUIS GARCÍA GIL.

 

Los años noventa de la pasada centuria contemplaron el renacer de los cantautores a través de una nueva generación en la que descolló Pedro Guerra con un primer disco titulado Golosinas. Entre las fuentes musicales manejadas por el canario había dos determinantes: por un lado, la herencia de la nueva trova cubana, y por otro, el impacto del tropicalismo. Desde entonces hasta ahora, con la aparición de El viaje, su último trabajo discográfico, Guerra ha permanecido fiel a un estilo, sin aparentes rupturas estéticas en la manera de sentir la canción y de ofrendarla.

Si escuchamos “Cara y cruz”, la canción que abre El viaje, sentimos al Pedro Guerra más canónico y reconocible. Despojándose de todo lo que pesa, el músico huye del exorno y se maneja espléndidamente en la canción susurrante y en la melodía envolvente. «Vivimos para ser felices / y para sufrir», nos canta replegándose en el fortín de lo amoroso como sucede en “Cuando tú no estás”, esa canción que versa sobre la ausencia de la amada trenzada sobre una bella melodía.

El viaje está producido por Pablo Cebrián, prolífico productor que ha trabajado con Raphael, David Bisbal o Manuel Carrasco, nombres en principio situados en las antípodas del estilo de canción que defiende el cantautor canario. De esa manera debe entenderse la aparición de Carrasco en “Tú y yo”. El disco es un regreso a la esencia, a la raíz, al comienzo de todo. Pero sin desdeñar el camino recorrido, la madurez alcanzada a lo largo de los años. Se suceden canciones como “Espejo”, sutilmente comprometida, o “Alzheimer”, poético acercamiento a esta enfermedad degenerativa tan cruel: «Dejando de estar / estando presente / sin rememorar /las caras de siempre».

Una de las mejores canciones de El viaje es “Ruego”, empapada de mexicanidad. El viajero-cantor desemboca en los canales de Xochimilco, experiencia amorosa y religiosa en la que brilla la producción de Cebrián. La siguiente canción es la que da título al disco, una de las piezas más enérgicas en las que muestra ese gusto por el mestizaje sonoro y la destreza en el lenguaje. «Siempre hay un viaje que se piensa / y al final nunca se da / barco pendiente de partir / que nunca parte». Hasta encontramos un destello de metacanción cuando Guerra nos canta que en la canción que se espera está «El Dorado no contemplado».

“La arena del circo”, siguiente canción de El viaje, dialoga con “El circo de la realidad”, canción que ya grabó en el disco Bolsillos, allá por 2004. “Rastros”, corte número nueve, es otra bellísima canción con un estribillo redondo, melódicamente intachable: «El faro que te guía en la niebla / hacia el lugar de la alegría / y la sorpresa / las huellas del verano en la arena / ese lugar donde no hay miedo / ni tristeza». Nostálgico, melancólico, firma quizá la mejor letra de todo el disco con una invocación a la ternura (y a su resplandor) que nos recuerda inevitablemente al Aute que la imploraba en “Dos o tres segundos de ternura”.

A la guitarra, al timple canario, a las púas o percusiones, Guerra juega con las instrumentaciones y firma canciones tan curiosas como “La delicadeza”, casi un retorno al origen de nuestra animalidad. El disco encara su recta final con “Sueño” que se encomienda al poeta colombiano Juan Manuel Roca. Hermoso y rotundo alegato contra el drama humano de la emigración: «A qué fuego de leña / llamarías casa / cuando el hambre es un duelo / que te lleva al mar». Nadie es de aquí ni de allí canta Pedro Guerra, casi parafraseando a Facundo Cabral, y como inquiriendo a los hacedores de patrias excluyentes.

“El arroró” es una canción de cuna de origen canario. Ese arrullo vertebra la canción más corta del disco, “Arroró para un miliciano”, con esa luna imaginada que vigila los desmanes del odio y del amor en tiempos de guerra incivil. El viaje concluye su viaje musical con “Atravesar una isla”, una canción que Pedro Guerra escribió para la película Pessoas de Arturo Dueñas. Balada muy del estilo del cantautor canario y con la que culmina un disco de excelente factura.

Ya escribió Sabina en un soneto que los versos de Pedro Guerra sacan brillo a las verdades de un guanche corazón que se destierra. El viaje no desmerece en comparación con aquel Golosinas que para muchos sigue constituyendo su mejor disco, el más intuitivo y fresco. Sus nuevas canciones han encontrado el cobijo idóneo gracias a la sonoridad de un productor experimentado que ha enriquecido la paleta cromática de un cantautor de una sensibilidad extraordinaria, que ha regresado a la inspiración de antaño con este disco, cuidado en todos sus detalles, incluido el diseño del cedé con fotos en blanco y negro del canario firmadas por Tamara Black.

Anterior crítica de discos: Hardcore from the heart, de Joana Serrat.

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