“A principios de los años 90 se supo que Zappa padecía cáncer terminal de próstata. Decidió enclaustrarse con un reducido equipo de técnicos en su estudio de grabación para seguir trabajando en dos direcciones: la catalogación de su obra y la grabación de nuevos discos”
El anuncio realizado por la viuda del músico pone de relieve el ingente material inédito que grabó el estadounidense poco antes de su muerte. Lo cuenta Manuel de la Fuente, autor del libro “Frank Zappa en el infierno. El rock como movilización para la disidencia política” y editor de las memorias de Frank Zappa en español.
Texto: MANUEL DE LA FUENTE.
El próximo mes de junio saldrá a la venta “Dance me this”, el disco que dejó preparado Frank Zappa antes de fallecer en 1993. El anuncio de la edición llegaba hace unos días a través de la página oficial del Zappa Family Trust —www.zappa.com—, la empresa dirigida por Gail Zappa, viuda del músico y responsable de la gestión de su legado artístico. En la misma página web aparece la portada del CD, que ya se puede reservar online. Está previsto que se dé a conocer a lo largo de las próximas semanas la relación definitiva de temas de una de las obras más esperadas por los fans del músico norteamericano.
El motivo de este interés radica en que el propio Zappa llegó a anunciar este título, que esperaba publicar en 1994. Sería uno de los proyectos que acometería ese año, entre los que también se incluía la interpretación de su música instrumental en la Ópera de Viena. Sin embargo, su fallecimiento a finales de 1993 truncó todos los planes, dejando además muchas dudas al respecto de los discos pendientes de publicación, dado que no se conocía del todo en qué estado de producción habían quedado.
A los interrogantes se añadía el hecho de que Zappa es uno de los creadores más prolíficos del rock: en poco menos de treinta años de trayectoria, desde su debut en 1966 con “Freak out!”, editó más de 70 discos, además de la realización de ocho largometrajes, numerosas giras mundiales, un intenso activismo político y la publicación de sus memorias (“La verdadera historia de Frank Zappa”, recientemente editada en español por Malpaso). Esta fecundidad suponía que, a su muerte, Zappa no sólo habría dejado algunos proyectos acabados sino también muchos más sin concluir.
A principios de los años 90 se supo que Zappa padecía cáncer terminal de próstata. El músico decidió entonces enclaustrarse con un reducido equipo de técnicos en su estudio de grabación (construido en el sótano de su casa) para seguir trabajando en dos direcciones: la catalogación de su obra y la grabación de nuevos discos. Redujo al mínimo su agenda de actividades (canceló, por ejemplo, su participación prevista en un congreso en la Universidad de Valencia) y únicamente salió de su encierro para asistir a conciertos de homenaje y para compartir sus ideas con los músicos, cineastas y escritores que asistían a su casa a cenar cada viernes. Estas cenas semanales, a las que acudieron artistas como Michael Moore o Matt Groening, las organizaba su esposa para mantener la influencia de las ideas culturales y políticas de Zappa.
Cuando finalmente falleció en diciembre de 1993, poco antes de cumplir los 53 años de edad, Zappa dejó una ingente cantidad de grabaciones en el sótano. Al haberse encargado de grabar todos los conciertos que había ofrecido desde el inicio de su carrera, en las estanterías de su estudio se acumulaban miles de horas de música inédita. Sin embargo, las joyas de la corona, los auténticos tesoros ocultos, eran los tres discos con material nuevo que Zappa tuvo tiempo de ultimar: “Civilization phaze III”, “Trance-Fusion” y “Dance me this”.
El primero era un doble CD compuesto con Synclavier, el sintetizador con el que realizó en los años 80 discos fundamentales como “Francesco Zappa”, “Frank Zappa meets the mothers of prevention” (ambos de 1984) o “Jazz from hell” (1985). El Synclavier le dio a Zappa la herramienta idónea para reflejar el sonido con el que describir la sociedad de aquellos años reaccionarios, la Norteamérica de Ronald Reagan a la que atacó y ridiculizó sin cesar. En uno de estos discos, en “Frank Zappa meets the mothers of prevention”, llegó a usar las voces de los senadores del país mezclados con eructos y gruñidos de cerdos. “Tendría que pedirle derechos de autor”, llegó a bromear uno de los senadores cuando escuchó sus rebuznos.
La primera joya oculta, “Civilization phaze III”, se publicó al poco de morir Zappa, en 1994. Gail Zappa era consciente de la importancia del disco. Matt Groening, creador de Los Simpson y reconocido fan del músico, celebró su publicación de inmediato: “Es la obra que supondrá el reconocimiento definitivo de Zappa como compositor. Es un disco único, sin parangón en toda la música contemporánea. No voy a dejar de escucharlo en toda la vida”.
Ese reconocimiento llegaba a regañadientes. En enero de 1995 se llevó a cabo la ceremonia de inclusión de Zappa en el Salón de la Fama del Rock. El elegido para pronunciar el discurso fue Lou Reed, con quien Zappa había mantenido un agrio enfrentamiento artístico desde los años de la Velvet Underground. Gail Zappa recordaría así aquel momento: “Cuando me dijeron que se iba a encargar Lou Reed, me reí, me pareció demasiado irónico todo. Nuestros hijos se negaron porque creían que Lou pudo hacer las paces en multitud de ocasiones. Me llamó Lou y le recordé la cantidad de gilipolleces que había dicho sobre Frank. Me pidió perdón porque sólo había querido ser gracioso”. La elección de Lou Reed fue sólo uno de los problemas de un homenaje “estúpido, despectivo y desconsiderado”, según el resumen de Gail Zappa.
Todo aquello tuvo su peaje. “Lo que más me impactó cuando murió fue el gran silencio repentino que invadió toda la casa”, confesaría después la viuda de Zappa. Durante los años siguientes, se desentendió de la obra de su marido en virtud de la cesión temporal a Rykodisc de los derechos de distribución. Únicamente se limitó a editar con su sello propio (Barking Pumpkin) discos menores de homenaje como “Frank Zappa plays the music of Frank Zappa”, “A memorial tribute” o “Everything is healing nicely” para alimentar las ansias de los fans. Mientras tanto, mantenía el activismo político con donaciones económicas a Hillary Clinton y al partido demócrata.
Continuando con su legado
Pasado el duelo, Gail Zappa reapareció, retomó las riendas y el control de la herencia. Consideró que no sólo estaba en peligro el negocio familiar sino el relato sobre Frank Zappa, ya que habían proliferado festivales de música (la Zappanale en Alemania), combos musicales (Ed Palermo) y libros escritos por antiguas groupies (Nigey Lennon) que se dedicaron a triturar su memoria, promocionando los aspectos más livianos de su música, inventando historias sobre encuentros sexuales inexistentes y reproduciendo ideas que Zappa nunca había expresado. Todo ello, además, sin pagar derechos de autor y arremetiendo contra su viuda cuando ésta los reclamaba. “Que alguien me mencione una sociedad que no recompense la labor artística y habrá descrito un Estado fascista”, diría Gail Zappa para explicar su postura.
Así, en 2002 rescató los sellos antiguos (Zappa Records) y creó algunos nuevos (Vaulternative) para publicar el material pendiente. Son ya más de treinta discos los que ha editado desde entonces. Entre ellos, la preocupación era publicar por fin las dos piezas restantes del tesoro: “Trance-Fusion”, el álbum que completaba la trilogía de solos de guitarra, salió en 2006, y “Dance me this”, la esperada obra que recoge las últimas inquietudes artísticas de Zappa antes de fallecer, verá la luz el próximo mes de junio.
“Dance me this” es el último desafío de Zappa, el mensaje póstumo que le envía a sus seguidores. El título sigue esa tradición zappiana de dar una orden para llamar la atención, para conseguir esa movilización política que tanto le preocupó y que proclamó en todos sus discos y conciertos. Ya su primer LP tenía ese valor performativo: “Freak out!”, “¡alucina!”. Años después, mandó callar a los críticos con otra exhortación: “Shut up ’n play yer guitar”, es decir, “cierra la boca y toca la guitarra”. Ahora, en su presente de 1993, cuando la cultura reaganiana de la imagen del videoclip ha impuesto la banalización artística consistente en que toda la música comercial tiene que bailarse, Zappa se opone con un nuevo grito de guerra desafiante: “dance me this”, “a ver si me bailas esto”.
El reto no es sencillo. La base de “Dance me this” se halla en ese microcosmos de resistencia que fue el estudio de Frank Zappa durante su enclaustramiento final. En un documental que emitió la BBC, vemos a Zappa en su estudio en aquellos últimos meses. Apenas puede levantarse del sillón mientras asiste al espectáculo musical que ha organizado en el que se encuentran su mujer y sus hijos, algunos amigos (como Johnny “Guitar” Watson y, de nuevo, Matt Groening) y músicos como Paddy Moloney, líder de los Chieftains.
Los Chieftains forman parte de los elegidos que entran en el mundo de Zappa en esos años de reclusión. En el disco que el grupo irlandés publicó en 1995, “The long black veil”, Moloney recordaría que allí se grabó uno de los temas de ese CD (“Tennessee Waltz/Tennessee Mazurka”, con Tom Jones). Pero la parte más exótica en esta ocasión la aporta el canto de armónicos de un grupo de la República Tuvá, al norte de Mongolia. Acompañados con instrumentos propios, los cantantes contagian de inmediato la alegría de un sonido ancestral que refleja las raíces y el contacto con la naturaleza de un pueblo seminómada. Ésa es la música que ensaya y graba Zappa en su sótano de Los Ángeles mientras fuera del oasis, en el exterior, en el mundo real y adocenado, sus vecinos bailan al ritmo de la MTV.
El disco es una bofetada más de Zappa a esa cultura complaciente instaurada por el poder político. El músico ya lo había advertido en su autobiografía: “Los oyentes norteamericanos saben bien poco de la música étnica de otras culturas y lo único que les suena de composiciones orquestales contemporáneas es la película más reciente o la música de fondo de la tele”. Como lucha contra esa complacencia, “Dance me this” ofrece música instrumental y étnica que, como toda la obra de Zappa, incita a la reflexión, a la implicación política, a la toma de conciencia del artista y el ciudadano en el mundo.
Los cantos asiáticos son una parte de lo que promete “Dance me this”, ya que Zappa vuelve a introducir aquí el Synclavier. El músico es consciente de esa realidad que aún le rodea, de esa sociedad contra la que no cabe la rendición, por mucho que la censura, el desprecio de los poderosos o la enfermedad intenten apagar esas escasas voces disidentes. La voz sigue viva y por eso tanto da, en el fondo, que se publique este disco en 1993 o en 2015: la radicalidad de Frank Zappa es tan absoluta que su obra sigue destacando entre todo el panorama de la música popular. El material que gestiona su viuda no atiende a modas ni a urgencias de los fans o el mercado, sino a las garantías artísticas que velen por una edición adecuada. El disco es el número cien del catálogo oficial del músico y aún quedan muchos más por salir: entre ellos, otro proyecto póstumo, “Varèse: the rage and the fury”, esta vez interpretando la música de Edgar Varèse. “Dance me this” no es, por lo tanto, un punto final. Pese a ser su último disco acabado en vida, no es el testamento de un artista que se despide sino la declaración renovada de principios de un músico que nunca dio su brazo a torcer.