En esta segunda parte de la entrevista con Miguel Ríos, nos desvela cómo se inició en el sexo, cómo Mike Ríos dejó pasó a Miguel Ríos y cómo fueron sus primeros tiempos en el sello Hispavox, a las órdenes del productor Rafael Trabuchelli.
Texto: DIEGO A. MANRIQUE y JUAN PUCHADES.
LA VEDETTE BENEFACTORA
Existe la bonita leyenda de que fuiste bautizado en el sexo por una vedette.
No, me había desvirgado en Granada una vecina generosa, mucho mayor que yo, que tuvo piedad de mí. Desde ese episodio hasta que llegó la vedette pasaron unos años donde lo manual fue ampliamente explotado. La historia de la vedette, fue así: fui a tocar a un cabaret que se llamaba Pumaniesca, en Bilbao. En aquellos shows salía una vedette, un ilusionista, eran espectáculos de variedades en los que yo cantaba tres o cuatro canciones. Y en el propio viaje de tren hacia Bilbao me di cuenta de que una muchacha muy agraciada me miraba mucho. Y yo con mis partituras debajo del brazo.
No había road manager.
Je, je, sí, el road manager era uno mismo, mirando por la ventanilla no fueras a pasarte Bilbao. Sin poder dormir. Ya en Bilbao aquello era brutal, vivías prácticamente en el local: te levantabas por la mañana y te ibas al sitio donde ibas a tocar, hacías matinée, a las doce de la mañana; vermut a la una; café, a las cuatro de la tarde; y luego tarde y noche. Cinco o seis pases. Entre todo esto la gente jugaba a las cartas o se entretenía como podía, y yo tuve la suerte de intimar con esta vedette que había viajado en mi mismo tren. Inmediatamente me cambié a la pensión donde estaba ella y durante 10 días pensé que esto iba a ser jauja. Claro, salía de una sequía enorme.
Hay una etapa tuya poco conocida, en parte porque los discos son ilocalizables: la de Sonoplay, con aquellos anuncios que decían “Vuelve Miguel Ríos”.
Eso fue al acabar el contrato con Philips. Me había hecho muy amigo de Adolfo Waitzman, director artístico de los hermanos Moro, que habían montado Movieplay, la empresa de los anuncios, y a la vez Sonoplay. Era gente que tenía dinero de la exclusiva para proyectar publicidad en los cines. Fueron los que luego les hicieron las películas a Los Bravos.
¿Por qué te fuiste de Philips?
Por lo que he abandonado siempre una compañía, porque llega un momento en que ya no hay buena química con la gente con la que estás trabajando y los resultados son muy normales y te cuesta mucho trabajo meter tus canciones. Philips quería asegurarse de que la canción de los Surfs que estaba sonando en inglés en ese momento tuviera alguien que la hiciera en castellano. Ya en la época para Philips grabamos temas nuestros, incluso cosas con Waldo de los Ríos orquestando para grupo y con orquesta. El ídolo de Philips en aquel momento era José Luis y su Guitarra, uno lo veía por los pasillos, joder, como si fuera Elvis Presley, todos los directivos detrás de él. Y a mí me decían: “Cuando hagas canciones como éste, tú serás igual”. Lo mío no tenía futuro. Entonces Adolfo entra de director artístico de Sonoplay y empezamos a hacer canciones, mayormente de él, a algunas yo les ponía letra. También firmaron a Los Botines, donde estaba Camilo Sesto; se traen una banda venezolana, Los Impala. Con todos nosotros, se hace una película, El flautista de Hamelín.
MUERE MIKE RÍOS
Aquello sí que era un proyecto ambicioso.
Yo creía que había tocado la gloria, por fin una compañía donde te atienden… pero fue terrible, porque siempre llega la realidad y te rebaja el porcentaje de expectativas. Estos tíos empiezan a anunciar el disco antes de sacarlo al mercado, pero mucho tiempo antes…
Sí, anunciaban lo tuyo y también a Paco Ibáñez con “Andaluces de Jaén”, que en su caso era doblemente alucinante, por su dimensión política.
Hacen publicidad porque tienen unos espacios comprados y en el verano se quedan sin anunciantes y esos espacios los rellenan con sus propios productos… ¡Que no están todavía en las tiendas! Era acojonante: la gente buscaba los discos y no los encontraba, el primero salió dos o tres meses más tarde.
El que contenía “La guitarra” y “Ahora que he vuelto”.
Hicimos cuatro canciones, ésas y dos más. Era un doble single, con un single en cada lado. Fue algo muy bonito, pero lo pasamos muy mal.
Ahí ya eras Miguel Ríos, ¿verdad?
Sí, me puse Miguel cuando hice el “Oh, mi señor”, que fue el último que salió como Mike. Dije que ya estaba bien de Mike, que lo mío era otra cosa. Y pensaron hacer una campaña para lanzarme como Miguel Ríos. Se les ocurrió publicitarse en Fonorama con un anuncio que ponía: “Mike Ríos ha muerto”. Me daba un yuyu terrible, joder. Claro, pasabas la página y decía: “Ha nacido Miguel Ríos”. Eso fue casi a la mitad de mi contrato con Philips, estuve con ellos desde el 62 hasta el 66.
LOS ROSCOS DE BILL WYMAN
¿Qué más cosas grabaste con Sonoplay?
La música de la película El flautista de Hamelín, con ocho canciones, algunas de Adolfo y otras mías. Lo curioso es que desde que firmé el contrato hasta que pude sacar el primer disco, me estuvieron pagando 40.000 “pelas” todos los meses. Con eso me fui a vivir a la calle Doctor Fleming, en el 44. Brutal: un apartamento en el mejor edificio de apartamentos de España, una casa en la que estaban todas las puertas abiertas, con profesionales, gente joven, hasta un tío de la banca del Vaticano, todos tenían un buen nivel. A ese apartamento, ya en la época de Hispavox, vienen The End, con los que grabé algunas cosas. Los trajeron Bill Wyman y Glynn Johns, que vivieron en mi apartamento. Los dos se quedaron allí y yo me fui al apartamento de otro amigo en la misma finca, les dejé el mío porque Wyman no quería hoteles. Estamos hablando del año 68 o 69, los Rolling Stones ya eran la hostia, lo que pasa es que Wyman es una de las personas más feas que he visto en mi vida, y a la vez el gran follador de los Rolling. Pero había que buscarle tías y no follaba ni por ésas, no se comía una rosca, era feo, feo, feo. Entonces yo salía mucho con Fernando Arbex, en la época en que montó Alacrán.
“Ahora qué he vuelto, pido que me oigan aunque no se acuerden de mí.” ¿Por qué esta letra?
Porque todos estos meses sin salir el disco, más un año sin grabar, era mucho tiempo para la época, así que Adolfo quería hacer una canción que llamara la atención e hizo eso. Yo le decía: “Adolfo, si a lo mejor no es que no se acuerden de mí, sino que no me conocen”.
Aquellos temas no estaban nada mal y comenzabas a tener la voz en un punto muy bueno.
Sí, ya era hacer material propio, no refritos, sino versiones originales, canciones que podía tocar en directo con las bandas que tenía entonces. Además, con Waldo me llevaba muy bien. Luego, con Fernando Arbex comencé a hacer otro tipo de temas, salíamos todas las noches de juerga y luego íbamos a su apartamento para trabajar con la gente que estaba con él. Así surgió “El río”.
EN LA FACTORÍA TRABUCHELLI
¿Por qué Hispavox?
Yo iba a Hispavox como en la canción de Dylan, como si estuviera tocando las puertas del cielo, porque sabía que necesitaba una compañía que tuviera buen producto nacional y que no tuviera gente de mi estilo, y fui buscando hasta que hablé con Rafael Trabuchelli. Había grabado con Fernando Arbex una maqueta, en un pequeño estudio que tenía él en su casa, con “El río”. A Trabuchelli le gustó y me decía que teníamos que hacerla con Waldo de los Ríos, y ahí firmé con ellos. Se editó con “Vuelvo a Granada”; durante el primer año hicimos singles, incluso una versión de María Ostiz.
Trabuchelli está considerado como uno de los grandes de la producción de aquellos años. ¿Te dejaba elegir repertorio?
Luchaba muchísimo con él, le llevaba las canciones y él hacía una selección. Era un tío majísimo, pero muy cabezón, muy productor y a la vez con grandes dudas a la hora de decidir si algo estaba bien. Se apoyaba mucho en Waldo de los Ríos, los dos hacían un equipo muy importante. Para el primer álbum, Mira hacia ti, empezamos a trabajar con las canciones que yo llevaba y algunas que sugería e hicimos versiones de canciones norteamericanas.
Es la época en la que ya estás desarrollando tu imagen hippy.
Sí, es 1970, ya habíamos probado a fumar cáscaras de plátano para intentar colocarnos, era el rumor que corría y que tuvo acojonadas a las compañías bananeras. Una época muy simpática en la que tomábamos Romilar para ver si nos poníamos un poco.
Tus discos empiezan a funcionar.
Sí, con “El río” y “Vuelvo a Granada” vino el gran boom. Con “El río” fuimos número uno aquí y en prácticamente toda Latinoamérica. Lo que ocurre es que en Hispavox las cosas iban muy deprisa. Era una gente que basó todo su éxito en el repertorio nacional, y les iba muy bien, porque tenían a Karina, Los Pekenikes, Raphael, Los Ángeles, Los Módulos…
UN ROCKERO LLAMADO RAPHAEL
¿Cómo era el trato con Raphael cuando te lo encontrabas en Hispavox?
Ya coincidí con él en Philips, firmamos el contrato el mismo día, y luego nos topamos en el estudio muchas veces. Él era figura desde la nada, Raphael creyó en sí mismo desde el principio casi de una forma enfermiza, hasta preparaba sus llegadas a la compañía de discos: hacía que el maestro Gordillo le prepara el ambiente como si fuera Edith Piaf. A todo esto, con resultados muy pobres en ventas de discos, pero tenía muy clara su carrera y el perfil de lo que quería buscar. Ya en Hispavox yo le tomaba mucho el pelo, le decía “¿Te pegas un caliqueño antes de salir a cantar?”. “No, la voz… Follar es malo para la voz”. Cuando iba a Benidorm era el único que no salía del cuarto hasta que iba a cantar, no le daba el sol. Cuando hice Fiebre del sur, una serie para Canal Sur, cantamos juntos y… Resulta que la primera vez que canté “Vuelvo a Granada” fue en un programa de radio que hacía él, se llamaba Raphael, lagarto, lagarto, lo patrocinaba el jabón Lagarto, era genial. De tal manera que voy allí, a actuar en directo en el auditorio de Radio España, me presenta Raphael y hago: “Vuelvo a Granada”, y oigo por detrás “y yo a Linares”. ¡El tío no lo podía evitar, tenía que entrar! Veintitantos años después, estamos en el programa este de Canal Sur y le digo que me gustaría que cerrara el programa y me dice: “¿Con quién crees que lo puedo hacer?”. Le propongo que con Marifé de Triana. “¿Pero tú quieres que la hunda? Yo tengo que cantar contigo.” “Pero, joder, conmigo, ¿qué vas a cantar”. “‘Bienvenidos’, por supuesto.” “¿Pero cómo vas a cantar tú ‘Bienvenidos’?” “Pero si ya la he cantado.” Y me cuenta que actuaba en Viña del Mar, dice que estaba rodeado de rockeros argentinos, deduje que entre otros Soda Stéreo, y muy diligente se compró un chaleco de cuero negro y se puso chinchetas e imperdibles, y que salió con “Bienvenidos” como primera canción. Le pregunté “Pero, ¿cómo la cantaste?”. “Pues cómo la voy a cantar, pues como yo canto: ‘Buenas noches bienvenidosss’ [aquí Miguel imita el modo habitual de cantar de Raphael]”. El caso es que decidimos que para el programa de televisión haríamos “Vuelvo a Granada”. Llega el día de la grabación y me suelta que no podemos cantarla: “Es una canción de tres estrofas y no vas a querer que yo haga dos y tú una”. “Si es por eso, escribo una estrofa más.” Acordándome de “Vuelvo a Linares” le hice una cuarteta que decía “vuelvo a Linares, vuelvo a mi hogar, he recorrido todo el mundo y aún me queda mucho para llegar”, algo así, y me dice, “¡Qué poeta!». Somos muy opuestos, yo no quiero cantar todos los días, me cuesta muchísimo estar en forma y si no estoy bien sufro; Raphael lo único que desea es cantar todos los días de su vida, hará 250 o 300 actuaciones al año.
Un yonqui del aplauso.
Exactamente, no puede vivir sin el escenario. Afortunada o desafortunadamente, yo soy todo lo contrario.