Kris Kristofferson y Elvis Costello: El triunfo de las canciones bien horneadas

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«Cuando ya el respetable daba por más que amortizados los 45 euros que costaba la entrada para los dos conciertos, Costello invitó a Kristofferson a subir al escenario para reproducir juntos parte de un especial televisivo que protagonizaron un par de años»

Kris Kristofferson y Elvis Costello
25 de julio de 2010
Festival Jazzaldia, Plaza de la Trinidad, San Sebastián


Texto y foto: JAVIER MÁRQUEZ.


A estas alturas es ya bien conocida aquella aseveración de Steve Earle sobre su amigo y colega Townes Van Zandt. Opinaba que era el mejor compositor de canciones estadounidense, y que mantendría tal sentencia con sus botas de vaquero sobre la mesa de café de Bob Dylan. Con todo mi respeto y admiración hacia esos tres grandes, yo estaría dispuesto a plantar mis zapatillas de gafapasta sobre la mesa de Earle para defender que es Kris Kristofferson el mejor compositor de canciones estadounidenses, y el pasado domingo, 25 de julio, dio sobradas muestras de que, además de escribirlas, sabe defenderlas en directo dotándolas de una dimensión única, de una trascendencia universal, como sólo una leyenda como él puede lograr.

En las entradas del concierto de cierre del Jazzaldia figuraba su nombre a un tercio de tamaño del de Elvis Costello, algo así como un telonero de lujo. Y lo sorprendente es que Kristofferson, uno de los compositores más versionados de los últimos cuarenta años, se comportó en todo momento con una modestia y humildad similares a las que hubiera demostrado un sencillo y entregado principiante.

El concierto empezó, puntual, a las nueve de la noche. Alrededor de dos mil personas llenaban la plaza de la Trinidad, convertida durante estos días de festival jazzístico en marco musical de delicioso encanto añejo. La mayoría de esos espectadores es más que probable que desconocieran la carrera musical de Kris Kristofferson. En el mejor de los casos lo reconocerían como secundario de lujo en películas de dudosa calidad, junto a estrellas rutilantes de la talla de Steven Seagal, Wesley Snipes o el mismísimo Chayanne. En esta línea, unos pocos lo recordarían de sus años de estrella de Hollywood en los setenta, cuando pasaba con naturalidad de estar a las órdenes de Sam Peckinpah a compartir cartel con Barbra Streisand, esos mismo años en los que, busto irresistible mediante, gozó de un listado de amantes estelares que habría hecho palidecer al mismísimo Warren Beatty.

Todo ello hace que tenga más mérito el hecho de que todo el público reunido, la mayor parte expectante por asistir al tan alabado –con razón– espectáculo arrollador de Elvis Costello, acabara celebrando la entrega apasionada de Kris Kristofferson a un programa tan austero como emocionante y cercano. Cerca de una treintena de temas desgranó el artista, nacido en Brownsville, Texas, hace setenta y cuatro años, a lo largo de los casi ochenta minutos que duró su intervención. Y es que hace ya más de una década que Kris Kristofferson decidió llevar hasta la última expresión su papel como cantante de historias. “No hablo muy bien español –dijo a los pocos minutos de empezar, en un castellano bastante correcto–. Tampoco hablo demasiado bien en inglés, así que lo mejor será que me exprese a través de mis canciones”. Y eso fue lo que hizo. La música en Kristofferson no es más que el vehículo, el mero acompañamiento de unas reflexiones que nacen de una sensibilidad íntima y personal de alcance universal, con historias de desencuentros amorosos, romances eternos, miedos ancestrales y causas perdidas con las que buena parte de los asistentes pudieron sentirse identificados.

De negro riguroso y con perilla plateada aún seductora, acompañado tan sólo por su armónica y su guitarra, sin pasar en ésta del tercer traste ni buscarle las más mínimas florituras a cualquiera de los temas, Kristofferson logró seducir a un público que quedó fácilmente encandilado por la complicidad demostrada por aquel hombre, una leyenda, decían, que no se comportaba como tal. En ningún momento perdió el contacto visual con el público, especialmente las primeras filas, donde acertó a observar camisetas dedicadas a Johnny Cash, Jack Danields o Willie Nelson, lo que le llevó a bromear exclamando: “Me siento como en casa”.

Risueño y agradecido, haciendo grada un gran sentido del humor, Kristofferson se mostró visiblemente afectado ante el creciente clamor del público conforme iban pasando los minutos e iba revelando a los neófitos el alcance de su talento. No escatimó en gestos y guiños, como cuando se vio sorprendido al grito entusiasta de “¡Cisco Pike!”, por parte de algunos fieles, título de la primera película que protagonizó, hoy difícil de recordar y más aún de conseguir, especialmente por parte de un público mayoritariamente joven, treintañero, como el que llenaba la Plaza Trinidad.

La actuación de Kristofferson se abrió con ‘Shipwrecked in the 80’s’, una composición de marcado carácter político. A diferencia de los conciertos estadounidenses de la presente gira, más centrados en su repertorio sentimental, para las fechas europeas no ha escatimado compromiso político y social a la hora de componer su lista de canciones, que ha variado muy poco de una plaza a otra. La cosa siguió con artillería pesada bajo los títulos ‘Darby’s Castle’, ‘Me & Bobby McGee’ y ‘Here Comes That Rainbow’ (su canción favorita de entre las compuestas por un estadounidense, dejó escrito Johnny Cash en su autobiografía). Para entonces ya estaba claro, para los que aún no lo supieran, que un concierto de Kris Kristofferson puede llegar a alcanzar cotas de intensa emoción sin necesidad de un solo de guitarra o batería, juegos de luces o saltos en el escenario. Este cantautor en estado puro iba atrapando la sensibilidad de los convocados con la destreza de una abuela captando la atención de sus nietos con alguna historia de antaño. ‘Best Of All Possible Worlds’, ‘Help Me Make It Through The Night’, ‘Casey’s Last Ride’, ‘Nobody Wins’, ‘From Here to Forever’, ‘Loving Her Was Easier’, ‘Jody and the Kid’, ‘Sunday Morning Coming Down’, ‘Silver Tongued Devil’, ‘For the Good Times’… Kristofferson fue entonando cada tema con una voz firme y convincente, maravillosamente imperfecta, al borde por momentos de algún gallo o algún desafino, pero salvando los momentos más comprometidos con experiencia y una entrega completa que el público supo advertir y recompensar. Puede que este cantautor sin fronteras, erróneamente encuadrado en los denostados límites del country, no sea un vocalista consumado, pero quién necesita una voz cristalina cuando una garganta tosca y cavernosa es capaz de interpretar con una honestidad tan poco prodigada en el universo musical que vivimos.

Kristofferson se retiró del escenario con un ‘Please don’t tell me how the story ends’ con ese agudo grito final que le robó una sonrisa antes de atreverse a entonarlo. ¿Quién sabe si le salió o no? El aplauso de un público converso y convencido impidió escucharlo.

Salieron entonces al escenario Elvis Costello y sus Sugarcanes, una banda de verdadero lujo integrada por el violinista Stuart Duncan, el mandolinista Mike Compton, el bajista Dennis Crouch, Jeff Taylor en el acordeón y el cantante y compositor Jim Lauderdale a la guitarra y los coros. Por si fuera poco, como músico estelar les acompañaba Jerry Douglas, dicen que virtuoso del dobro; en realidad, de cualquier instrumento de cuerda que caiga en sus manos. Con estos nombres, el espectáculo de Costello no podría ser más que country, a la medida para presentar su último álbum, «Secret, profane & sugarcane», un trabajo poderoso y divertido con el sello de T-Bone Burnett como productor.

Con una comunicación perfecta entre todos los músicos, el espectáculo de Costello fue eficaz y contundente, calentando al público con un torbellino de ritmo en los primeros temas, sólo roto en unas pocas ocasiones para intercalar algunas piezas más sentimentales. Por cierto, memorable la versión del clásico ‘A good year for the roses’, que popularizara, entre otros, el gran George Jones. Esa pieza fue uno de los momentos álgidos de más puro sabor country, que se combinaron bien con otros algo más rockeros y con alguna que otra sorpresa bluegrass.

Y cuando ya el respetable daba por más que amortizados los 45 euros que costaba la entrada para los dos conciertos, Costello invitó a Kristofferson a subir al escenario para reproducir juntos parte de un especial televisivo que protagonizaron un par de años atrás junto a Rosanne Cash, una de las hijas del «Hombre de Negro». Interpretaron al alimón dos temas de Kristofferson y remataron con ‘April 5th’, tema que escribieron los tres con motivo de aquel programa, y cuya letra Kristofferson tuvo problemas para recordar, pero que con desparpajo y veteranía, preguntó sin más dudas a su compañero de escena.

Un broche memorable para el Festival de Jazz de San Sebastián. Un gran espectáculo por parte de Elvis Costello y sobre todo una primera visita profesional a España por parte de Kristofferson –que el día de antes actuó en Cataluña– que se había hecho esperar desde hacía demasiados años. El resultado no defraudó. Si con sus discos de estudio Kristofferson seduce, en directo convence aún con más argumentos. Verlo interpretar ‘Me & Bobby McGee’, ‘For the good times’ o ‘Help me make it through the night’ le hace a uno sentir que está saboreando un pedazo de historia musical, la protagonizada por uno de los mejores singer-songwriters al norte del Mississippi. Y que me perdone Steve Earle.

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