CD DE LA SEMANA: «Un par de cosas», de Cosecha Roja.
«Tenían todas las virtudes que ofrecía su género: solidez y empuje, pero a la vez estaban atentos a los detalles que en ese estilo suponen excelencia. Detalles que a veces tienen que ver con la honestidad»
Cosecha Roja
«Un par de cosas»
HANKY PANKY
Me recuerdo bajando las escaleras de los estudios Meteosat. No puedo precisar quién me había llamado, si los hermanos Orbezua que facturaban el disco, Pablo Jiménez que ejercía de bajista o Santi Campos que lo producía. Cualquiera de ellos era amigo mío y lo pudo haber hecho. El caso es que me pidieron que fuese a pasar la tarde allí. Estaban grabando el disco de The Shannons, un disco pulcro y emocionante que, por ello, no va a aparecer en ninguna lista de la década. Y, ahora sí, fue Santi el que abrió la nevera que hay al pie de la escalera, sacó dos cervezas y me apuntó con el dedo: «Escucha esto, pero ni se te ocurra decírselo».
Y al instante empezaron a sonar unas notas que yo reconocí de inmediato. Era ‘Despedida’, la mejor canción que se ha escrito en castellano sobre la presencia de la muerte, con permiso de ‘Golpes de mar’ de Ángel Petisme. Unas guitarras que por lo menos igualan a las de Wilco y una canción que sería un clásico si este país fuera algo sensible a la música.
Por supuesto, a quien no le debía decir nada era a Carlos Rego, el autor de la canción desde el disco final de un grupo, Cosecha Roja, que ocupó Orense tantos años como ocupó la última década del siglo XX. Faltos de suerte, sin duda, porque lo suyo era un pop lo suficientemente acerado y sensible como para ser valorado por el público de haber sido conocidos. La otra liga de los 90.
Tenían todas las virtudes que ofrecía su género: solidez y empuje, pero a la vez estaban atentos a los detalles que en ese estilo suponen excelencia. Detalles que a veces tienen que ver con la honestidad, la de ‘Vacaciones Permanentes’, un pequeño hit autoeditado y de intenso guitarreo próximo a Teenage Fan Club; la de ‘Corazoncito’, un himno tan fresco que recuerda a Tequila o la de ‘7 Violines y campanas’, que combina la presencia de los 60 con el pop más contemporáneo.
Los detalles no son más que eso, amplitud de criterios. Tanto abarcan que en ‘Se puede decir’ tuve que pensar un momento si alguien no habría puesto un disco de Corcobado. Desde luego que nadie piense en influencias, es solamente que en sus letras y algunas de sus músicas sacan fantasmas, fantasmas en crudo que a veces pueden ser de inmensa felicidad, a veces de dramatismo.
Esto es lo que ofrece la antología que está disponible con sus canciones, alguna versión inédita, una precisa indagación en el libreto y el diseño de lo que fue una época. Una época y un grupo que si mientras pasaba ya era exquisita hoy es simplemente emocionante.
CÉSAR PRIETO.
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Wolfmother
«Cosmic egg»
ISLAND/UNIVERSAL
En su día, Wolfmother impresionaron tanto al público rockero más duro como al alternativo gracias a un disco de debut realmente inspirado, una mezcla muy conseguida de Black Sabbath, Led Zeppelin y Pink Floyd que funcionaba y producía grandes singles como ‘Woman’, ‘Dimensions’ o ‘Mind’s eye’. Tras su éxito inicial, el plural se retira de la ecuación y Andrew Stockdale queda como único superviviente de los Wolfmother originales.
Ahora, rodeado de un elenco de nuevos colaboradores, el australiano regresa bajo el lobuno apelativo para demostrar en qué medida era responsable de la exitosa fórmula anteriormente desglosada. Un reto, qué duda cabe, y más aún teniendo en cuenta que «Cosmic egg» es el segundo trabajo de un nombre relativamente reciente en el panorama musical.
Con la inicial ‘California Queen’, Stockdale deja claro que va a llegar al oyente a la primera de cambio, con un tema ágil y directo con cambio de tempo incluído, en la línea de sus viejas canciones pero con un sonido más refinado, menos crudo, aunque poderoso. El single ‘New moon rising’ reincide en la fórmula, dejando claro que Wolfmother no han cambiado en exceso, se ha depurado, pero sigue bebiendo de los años setenta con descaro y buena mano. Vuelven a jugar a ser Led Zeppelin en ‘In the morning’ y ‘White feather’ (los dibujos de guitarra del estribillo son puro Page), el bajo de inicial de la suprema ‘Sundial’ y la propia canción en sí homenajean a Black Sabbath. ¿Y qué se puede añadir a la melancólica y hermosa ‘Far away’? Escuchadla, es irresistible. No obstante, hacia el final, el disco se vuelve un poco más espeso con canciones como ‘Pilgrim’ e ‘In the castle’, temas que no son tan instantáneos como los demás, resultando un tanto más laberínticos. Eso sí, las finales ‘Phoenix’ y la taciturna ‘Violence of the sun’ vuelven a poner las cosas en su sitio (que gran groove el de esta última). Por cierto, se ha editado también una edición doble del disco que incorpora cuatro temas más, incluido el single ‘Back round’.
«Cosmic egg» está a la altura del homónimo debut de Wolfmother, incluso lo supera, resultando más digerible y menos pétreo, con unas canciones que aprovechan mucho más el espacio (¡gran trabajo del productor Alan Moulder!). Incluso la rocosa ‘10.000 feet’ se las apaña para resultar asimilable hasta para aquellos que en su vida hayan escuchado las referencias manejadas a lo largo de todo el minutaje. Sin duda, este es el espaldarazo definitivo para Wolfmother como banda y para Andrew Stockdale como estrella musical de la más alta categoría. «Cosmic egg» es adictivo.
JUANJO ORDÁS.
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Luz
«La pasión»
EMI MUSIC
En 1991 Luz Casal publicaba su disco más rockero. Se titulaba «A contraluz» y hospedaba los temas más desatados y eléctricos de toda su copiosa discografía. Paradojas de la vida. Aquel álbum pasaba a la historia por ser el trabajo en el que anidaba la balada ‘Piensa en mí’, el bolero de Agustín Lara interpretado por Luz para la banda sonora de la película «Tacones Lejanos», de Pedro Almodóvar. Aquel tema, y su consorte, ‘Un año de amor’, sonaron con recalcitrante omnipresencia. En aquel entonces Luz ejercía de rockera por antonomasia, pero sus canciones empezaban a orillarse hacia ese tipo de composición más propia para el arrullo que para disfrutarla con el equipo a todo volumen. Su repertorio guardaba alguna detonación rockera, pero la gran mayoría de su cancionero destilaba excesivo suavizante. Luz afirmaba con toda la irrefutable razón del mundo que hacía lo que le pedía el cuerpo, y que no descartaba publicar algún día un disco muy heavy. Pues lo que le pide el cuerpo, después del sobrevalorado «Vida tóxica», aplaudido más por la satisfacción y alegría de ver a Luz recuperada de un cáncer que por su contenido, es revisar boleros tradicionales. Yo prefiero mil veces a la Luz de ‘Plantado en mi cabeza’ o ‘No aguanto más’, a la fiera que se autodiagnosticaba como ‘Loca’ o la que enseñaba los colmillos en ‘Es tu orgullo’, pero las cosas ahora mismo están así. Qué se le va a hacer.
Luz sale indemne del reto que supone «La pasión». Aunque el disco está totalmente supeditado a nuestra relación estética con los boleros, al agrado o desagrado del género, la voz de Luz Casal se mantiene en forma, defiende con naturalidad pero a la vez con reverencia a grandes figuras del bolero, da veracidad a las variopintas fricciones del amor que protagonizan los temas, a esa hibridación de dos biografías de la que emana o sosiego y equilibrio o pesadumbre, frustración y tormento. La voz de Luz logra la alambicada tarea de hacer creíble los textos tremendos e inflamados que relata, un pasional catálogo de la arquitectura del amor con esa pátina hiperbólica propia del bolero y géneros de proximidad sonora. Cuando sufrimos los zarpados del amor, descubrimos con estupor y melancolía pegajosa que todas las canciones hablan de nosotros. Los boleros son la encarnación hipertrofiada de ese tipo de canciones con argumentario amoroso. Y Luz los defiende con una fidelidad tan mimética que parece que los grabó en los años cincuenta del siglo pasado. Disco no apto para quien acaba de sufrir alguna magulladura sentimental. Tampoco para los que añoran a la mujer que cantaba ‘Vengo del Norte’, ‘A mil kilómetros’ o ‘Un pedazo de cielo’.
JOSEMI VALLE.
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Mafalda Arnauth
«Flor de fado»
RESISTENCIA
No es ningún misterio que desde 1999 Mafalda Arnauth forma parte muy sólida de esa nueva generación de fadistas que han contribuido a esta nueva edad de oro que vive el género. Y parece que sea ahora, más que nunca, cuando la artista ha decidido replegarse en sonido y repertorio, en cuerpo y alma, a la música de la saudade. Pero con ojos de cantautora, más que como fadista propiamente dicho. Con ánimo de aportar nuevas cosas de decir el fado.
Este es un trabajo que, en sus propias palabras, «escribe la vida mucho más real», encarnado no solo por la vuelta a compositores portugueses sino también por ese soberbio encantamiento que ejerce aquí sobre ella la guitarra clásica. Tiago Torres da Silva –que este mismo año causó revolución con los fados en castellano que le escribió a la donostiarra María Berasarte– escribe algunos de los más bellos textos de esta «Flor de fado». Un disco tan humano, tan íntimo. Que reúne calidad y talento, un bellísimo repertorio y un tremendo carisma.
GERNOT DUDDA.
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Los Straitjackets
«The Furher Adventures of Los Straitjackets»
YEP-ROC
Noveno LP de Los Straitjackets, la banda que desde 1995 mezcla los sonidos surferos inspirados en Dick Dale, Duane Eddy o Los Ventures… y el garaje instrumental con la estética de la lucha libre mexicana. Los Straitjackets son, por tanto, un grupo de género cuya oferta sónica varia poco de un disco a otro. No obstante, “Furher Adventures of” tiene canciones remarcables que contentaran a sus seguidores más acérrimos y convencerán a los neófitos gracias a un sonido más crudo y punk que en lanzamiento anteriores. Empecemos pues hablando de un tema como ‘Sasquatch’, cuya introducción recuerda la forma de rasgar la guitarra de Pete Townshend. En cambio, ‘Nocturnal Twist’ es una pieza con un sonido mucho más limpio mientras que en ‘Mercury’, el cuarteto propone un viaje a los viejos instrumentales de los 50. ‘Blowout!’, ‘Minority Report’, ‘Cal-Speed’ y ‘Challenger 64’ son asimismo temas remarcables por la pericia instrumental de Los Straijackets y la soberbia evocación de los sonidos Surf y Hot Rod.
Para los que tengan la tentación de descargarse este disco, una advertencia: se perderán la cuidadísima edición tanto en LP como en CD, que incluye un cómic y unos cromos en los que los componentes del grupo son los protagonistas.
ÀLEX ORÓ.
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El Sobrino del Diablo
«Perder la dignidad»
LA PRODUKTIVA
Se podrá decir muchas cosas de El Sobrino del Diablo, pero no que le falta sentido del humor. Tras tan peculiar pseudónimo y con este sexto disco entre manos se encuentra Juan Gómez, un Barcelonés que no deja títere con cabeza, respaldado por una banda solvente y canciones llenas de ironía. Se trata de una propuesta seria en lo formal pero que solo disfrutarán aquellos que sean capaces de asimilar el sarcasmo de sus textos (‘El Cid Campeador en el planeta de los simios’), cuando no de su música (‘La canción del invierno’).
«Perder la dignidad» cuenta con una variedad musical desconcertante –para bien y para mal– que va del pop (‘Cantar no es bailar’) al country lento (‘Romina Pobre y Albano Kosovar’), pasando por el funky (‘Nuevo rico, hombre pobre’) dando forma a un trabajo heterogéneo de sonido aseado.
JUANJO ORDÁS.
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The Breakaways
«Walking out of love. The lost sessions»
ALIVE RECORDS
Hace aproximadamente un año comentamos en esta misma sección la aparición de «One way ticket», un LP que recogía las viejas grabaciones de The Nerves, la banda que formaban Jack Lee, Peter Case y Paul Collins. Explicábamos entonces que tras la disolución del trío, Case formó The Plimosouls y Collins se puso al frente de The Beat. Pero he aquí que hubo un pequeño lapso de tiempo entre estos hechos en las que Case y Collins intentaron mantener a flote lo que quedaba de The Nerves. Continuaron ensayando y actuando como The Breakaways con la colaboración de varios guitarristas primero y del bajista Steve Huff y el batería Mike Ruiz después, lo que obligó a Case y Collins a asumir la responsabilidad de tocar el instrumento de seis cuerdas, pese que en The Nerves eran el bajista y el batería, respectivamente. Huff y Ruiz formarían posteriormente con Collins la columna vertebral de The Beat. Durante las escasas semanas que duró esta aventura, The Breakways grabaron un puñado de canciones, algunas de las cuales formarían después parte del repertorio del primer disco de Paul Collins con The Beat. Estas grabaciones han estado «escondidas» durante más de 30 años y ahora ven por primera vez la luz.
El disco se abre con ‘Everyday things’, la única de las composiciones de Peter Case que se incluyen en este disco que aprovecharía para The Plimsouls, aunque temas como ‘House on the hill’ hubieran encajado perfectamente en su repertorio. Entre las «gemas olvidadas» de Case destacan también la poderosa ‘Radio Station’, la sólo hilvanada ‘Things of the past’ y, por supuesto, ‘One way ticket’, superviviente del cancionero de The Nerves que en esta ocasión se ha incluido con sonido maquetero y algo de maquillaje en los arreglos.
‘Little Suzy’, en cambio, era un gran single en potencia de Paul Collins que también quedó olvidado mientras que ‘Don’t fit in’, ‘USA’, ‘Walking out of love’ y ‘Working to hard’ y ‘Let me into your life’ son las canciones de The Breakaways que formarían parte del «tracklist» del primer disco de The Beat. Se trata de versiones tan sólo perfiladas, urgentes pero también vibrantes y que apuntaban alto. Walking out of love. «The lost sessions» es un disco que es algo así como «el eslabón perdido» del power pop de finales de los setenta y principios de los ochenta por lo que entusiasmara a los arqueólogos del género y a los fans de Collins y Case.
ÀLEX ORÓ.
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